Tribuna:COOPERACIÓN CON EL TERCER MUNDO

0,7 Y + : la causa de la solidaridad

JUAN-JOSÉ TAMAYOEl movimiento social para reivindicar el 0,7 como ayuda oficial al desarrollo se está erigiendo en símbolo de lo que ha de ser una actitud más amplia de solidaridad con el Sur.

"0,7 y + " no es una complicada fórmula matemática descubierta por un cerebro privilegiado de finales del siglo XX, que pretenda emular a Einstein cien años después de la Teoría de la Relatividad. Se trata de una fórmula humana, quizá nueva, quizá matemática también, obra de la imaginación colectiva puesta al servicio de la supervivencia y la solidaridad interplanetaria. Está movilizando a decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, a través de múltiples gestos, en un clima lúdico de alto contenido subversivo y una pedagogía no-violenta.En la lucha por el 0,7, los jóvenes es u...

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"0,7 y + " no es una complicada fórmula matemática descubierta por un cerebro privilegiado de finales del siglo XX, que pretenda emular a Einstein cien años después de la Teoría de la Relatividad. Se trata de una fórmula humana, quizá nueva, quizá matemática también, obra de la imaginación colectiva puesta al servicio de la supervivencia y la solidaridad interplanetaria. Está movilizando a decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, a través de múltiples gestos, en un clima lúdico de alto contenido subversivo y una pedagogía no-violenta.En la lucha por el 0,7, los jóvenes es uno de los sectores más dinámicos, con capacidad de influencia multilateral en otros colectivos y en ambientes con frecuencia poco sensibles a la causa de la supervivencia y ajenos a causas que trascienden su estrecho mundo de intereses. Éste es uno de los signos de esperanza más prometedores en un tiempo parco en manifestaciones de solidaridad y ayuno de signos de optimismo militante.

La creciente e imparable movilización por el 0,7 constituye un aldabonazo a la conciencia ciudadana dormida y olvidadiza de la causa de las personas y los grupos excluidos. Es un toque de alarma a la actividad política institucional encerrada en sus propios asuntos e incapaz de trascender las fronteras del propio país, salvo para beneficiarse de las riquezas de los países empobrecidos. Es una denuncia contra los políticos españoles que se pliegan a las decisiones de los estadistas del, Primer Mundo e incumplen sistemáticamente sus compro inisos, públicamente asumidos, de solidaridad con el Tercer Mundo.

La iniciativa del 0,7 no puede quedarse en la reivindicación concreta de ese porcentaje, sino que es un movimiento-símbolo llamado a generar nuevas iniciativas de solidaridad con una capacidad expansiva incontenible. Más aún, está movilizando las energías solidarias ínsitas en, lo más profundo de las diferentes tradiciones religiosas, y muy especialmente de la cristiana. La experiencia evangélica fundante es el compartir, tal como es descrita en el libro de Hechos de los apóstoles (Hch. 2, 42 ss.) y formulada por Pablo en su ideal de humanidad nueva sin discriminaciones por razones de género, clase, cultura o religión (Gál. 3, 26-28).

El cristianismo contiene en su núcleo un rico capital simbólico explicitado en importantes tradiciones portadoras de valores solidarios. Éstos no pueden quedar enterrados entre las ruinas de una religión decadente; deben activarse, hacerse públicos y ponerse al servicio de los países y grupos humanos subdesarrollados.

Una de esas tradiciones es la mesa compartida, abierta a todos los hombres y mujeres del planeta -y no sólo a los/as creyentes del mismo credo-, sobre todo a quienes se encuentran en estado de hambre crónica y de pobreza estructural. En esta mesa compartida están llamadas a sentarse las personas hasta ahora excluida de los banquetes de los opulentos y satisfechos.

Un cristianismo vivido en clave de liberación y compromiso hace suya la causa del 0,7, pero va más allá. Su fórmula es 0,7 y +. El ideal cristiano del compartir llega al 100%. Su proyecto de solidaridad no conoce fronteras, o, mejor, rompe todas las fronteras, para llegar a los lugares más recónditos donde se esconde la injusticia.

De esa manera quiebra el estrecho nacionalismo ético de nuestras sociedades desarrolladas, que tienden lazos de ayuda dentro de las murallas de sus bien protegidas ciudadelas y sólo a los miembros de la tribu, pero corta todo lazo de comunicación solidaria con quienes viven fuera de sus murallas, cada vez más altas. La solidaridad se achica todavía más, hasta limitarse a las personas de la misma profesión, clase social, credo religioso o político, barrio o familia. Un horizonte ético tan restrictivo, que excluye del horizonte de la solidaridad a los países subdesarrollados, debe ser calificado de inmoral.

La universalidad es condición necesaria para validar un proyecto ético caracterizado por la solidaridad. Ese es el horizonte en que quiere moverse la Plataforma del 0,7, que hace suya la máxima de Rorthy: "Ser solidario es hacer cada vez más amplio el mundo común ,del nosotros".

Éste puede ser un lugar privilegiado de encuentro y compromiso ecuménicos de las religiones en la lucha pacífica por la supervivencia. Quienes se declaran creyentes o personas religiosas y se muestran insensibles ante el subdesarrollo del Sur, causado por el Norte, se asemejan al sacerdote y al levita de la parábola del Evangelio, que, ante la persona malherida, dan un rodeo y pasan de largo. Ante situaciones así, la actitud consecuente no puede ser otra que la del "buen samaritano", que se acerca al herido, le venda, le sube en su propia cabalgadura, le lleva a la posada y le paga el alojamiento.

Es necesaria una verdadera revolución antropológica, que nos libere de nuestra riqueza y bienestar sobreabundantes, generadores de la pobreza y malestar de los marginados; del consumo irrefrenable, en el que las sociedades llamadas desarrolladas se consumen; de nuestra prepotencia, que hace todavía más impotentes a los más débiles; de nuestra cínica inocencia, que conduce a culpabilizar a los demás eximiéndonos a nosotros de toda responsabilidad en la destrucción de la vida; de nuestra apatía, que nos hace indiferentes al sufrimiento ajeno. La revolución antropológica requiere, en fin, caer en la cuenta de nuestra capacidad opresora y tomar conciencia de nuestra complicidad en los atentados contra la vida causados por el hambre y la miseria.

En un clima tan ayuno de energías utópicas, de referentes éticos y de planteamientos ideológicos, gestos como el del 0,7 hacen que despunte de nuevo la utopía. Y como dice Oscar Wilde: "Un mapa del mundo que no contemple el país de la utopía, no merece la pena ni siquiera echarle un vistazo".

Juan-José Tamayo es teólogo.

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