Blancura diminuta
Muchas son las veces que he pretendido adentrarme en el misterio del barrio del Albaicín. Desde aquella juventud de cante jondo y de taberna, en que me perdía por sus estrechas calles y sus cuestas hasta hoy, de más de media vida, en que lo habito y lo poseo y lo comparto y lo amo con un amor que espero nunca llegue a ser costumbre. Si un misterio se desentrañase, dejaría de ser misterio. De ahí que mis intentos hayan sido vanos. No obstante, algo he llegado a saber. Por ejemplo, que su blancura diminuta está en función de la grandeza de la Alhambra; que desde los tiempos en que fuera llíberis...
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Muchas son las veces que he pretendido adentrarme en el misterio del barrio del Albaicín. Desde aquella juventud de cante jondo y de taberna, en que me perdía por sus estrechas calles y sus cuestas hasta hoy, de más de media vida, en que lo habito y lo poseo y lo comparto y lo amo con un amor que espero nunca llegue a ser costumbre. Si un misterio se desentrañase, dejaría de ser misterio. De ahí que mis intentos hayan sido vanos. No obstante, algo he llegado a saber. Por ejemplo, que su blancura diminuta está en función de la grandeza de la Alhambra; que desde los tiempos en que fuera llíberis, la primitiva Granada, no ha dejado de evolucionar, de empezar a ser, día a día; que aun tratándose del más bello de los paisajes urbanos, merecería ser tratado como un organismo vivo. ¡Ah! y queda la belleza y la luz y el silencio y los atardeceres y los colores y los sonidos.
Rafael Guillén es Premio Nacional de Poesía 1994.