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GOLF

Ballesteros cae en el último hoyo

El alemán Langer gana en Valderrama tras un pulso de más de cuatro horas

Carlos Arribas

, Cuatro horas, 70 golpes cada uno y los dos iguales. Bernhard Langer, impoluto, y seguro, sentado en la casa club esperando. Su triunfo dependía de un error de Severiano Ballesteros. Algo que no era impensable. Los dos habían mantenido un intenso pulso todo el día, una prueba de fuerzas entre el mercurial Ballesteros y el hombre de hierro, el inmutable Langer, la fuerza segura. Ambos habían subido y bajado, ido de un lado a otro, conocido los grandes golpes y los fiascos. Y todavía estaban igualados. Pero el Volvo Masters, el último torneo del circuito europeo, y el destino de los 25 millones de pesetas del primer premio se resolvieron a favor del alemán en un solo golpe. Y no dado por él. Y por la cepa de un alcornoque.Todos los pretendientes habían ido rindiéndose, uno a uno, a lo largo del ventoso día. Todos -Miguel Ángel Jiménez, Colin Montgomerie- habían tendido una alfombra a su paso. El rollizo escocés, que compartía partido con Ballesteros, enseguida: un doble bogey en el hoyo séptimo le había dejado KO. El malagueño, compañero ayer de Langer, más tarde, con un doble bogey en el 15. Todo el campo, toda la atención, quedó a disposición de dos viejos conocidos, de los dos portaestandartes de la revolución del golf continental frente al británico. Y los dos hicieron honor a su papel.

Los dos golpes de ventaja con los que salió Ballesteros se habían difuminado ya a mitad de recorrido. El cántabro, que en las tres jornadas anteriores sólo había cometido tres bogeys, hizo otros tantos en los nueve primeros hoyos, sólo contrarrestados por dos birdies. Langer, seguro, y aburrido como el mecanismo de una caja fuerte, sólo un birdie y ocho pares. Fue el aperitivo a la segunda vuelta más intensa que ha visto el circuito europeo en muchos años.

Llegó el hoyo 10 y Langer se puso por delante con un birdie, pero Ballesteros encadenó un par de ellos y dio la vuelta a la tortilla. Y los dos se pusieron el salvavidas. A partir de ese momento ninguno acertó con una calle o un green. Podían oler el viento, sentir su fuerza, jugar a su favor o apoyarse contra él, cambiar de hierros o de drivers: atraída ineluctablemente, la bola siempre acababa en una trampa. El Ballesteros genial de los días anteriores habría sabido dar lo mejor de sí mismo, minimizar el desastre. Porque a un bogey de Langer le seguía uno de Ballesteros. Un búnker de uno era el preludio de una arboleda de otro. Y lo mismo con los fallos, con el putt y hasta la mala suerte. Pero Ballesteros iba uno por delante. Hasta el hoyo 17.

En ese par 5, escenario del albatros de Jiménez el viernes y -de uno de los dos eagles del malagueño ayer-, se rompió la cadencia. Deforma trabajada y con un buen chip, Langer pudo sonreír por fin: firmó un birdie y lo saludó, presintiéndolo, como si fuera el golpe del campeonato. Y debía de saber que Ballesteros iba a fallar con uno de sus golpes favoritos: la aproximación a la bandera desde las cercanías. La bola le quedó a cuatro metros y no acertó con el birdie. Fue un golpe en frío, anticipo del desastre. Los dos, empatados a -8 y un hoyo por jugar-.

Langer sudó pero sacó el par del 18 después de una buena salida de búnker. Mientras Severiano Ballesteros se dirigía al tee, sacaba un hierro de su bolsa y se disponía a desafiar la presión, el empuje que le apartaba centímetro a centímetro de un torneo que nunca ha ganado. Sofocado, con aspecto de haber perdido la paciencia que había dicho que sería la clave del día, dio el golpe del año, el que envió a la bola a pegarse al ancho tronco de un alcornoque.

Pero Seve no estaba dispuesto a dejar ahí todo su trabajo. Durante 20 minutos porfió con los comisarios intentando convencerles de que le debían dejar sacarla de allí sin penalización porque, a su juicio, donde había caído eran los restos de una madriguera de algún animal.

Y cuando el comisario británico le dijo que no, Ballesteros le preguntó que si era su decisión final. "Yes, I'm sorry [Sí, lo siento]", le respondió. "No es necesario que lo, sientas", le dijo Ballesteros.

Aún podía salvar el par y forzar el desempate, pero ya le había abandonado definitivamente el temple. Sacó la bola a la calle y dio, furioso, un tercer golpe que le llevó al búnker. Ya no hubo golpe milagroso que le permitiera soñar.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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