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El Atlético añade más leña a su crisis

Santiago Segurola

El escenario más querido por Gil está preparado. El Atlético de Madrid perdió en Atocha y añadió más leña a la inestable situación de un club que acostumbra a vivir en el alambre. Fue la tercera derrota consecutiva del Atlético, una secuencia indigerible para el presidente rojiblanco, que no tardará en sacar su vena tremendista.La derrota del Atlético se produjo tras un encuentro con rasgos esquizoides. Atocha vivió dos partidos por el precio de uno. El primero se diseñó en las pizarras: se achicó el campo y se dejó una zona de conflicto de apenas 30 metros.

El segundo nació de las sobras de la pelea cuerpo a cuerpo. Salieron los balones largos, el pelotazo cambiado y las progresiones de los defensas por las bandas. Se produjeron entonces las situaciones delicadísimas para los dos equipos: una infinidad de jugadas mano a mano, cada una de ellas con el anuncio del gol. En medio quedó un partido crudo, dinámico y poco reflexivo, el propio de dos equipos nerviosos y faltos de método.

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El Atlético volvió a presentarse con la defensa lineal y adelantada, una teoría que el conjunto de Luis maneja con dificultades. Es una forma de juego sutil y arriesgada, un método que el Milan ha llevado al grado de excelencia. Pero el Atlético tiene un mecanismo imperfecto del achique. Lo normal es ver como el equipo de Luis permite el espacio y el tiempo para el toque largo y cruzado, por detrás de la línea defensiva.

La Real hizo sangre en varias ocasiones de las deficiencias de sus rivales. Se jugaba en el centro del campo, con un tráfico intenso de gente, como si aquello fuera la Gran Vía, y de vez en cuando se cambiaba de paisaje. El balón llegaba al terreno vacío donde valía la velocidad y el desborde al portero.

Como el juego discurrió muy sobresaltado, el peligro tenía un carácter latente. La Real encontró su mejor vía por la banda derecha, donde Imanol jugó con gran fuerza en la primera parte. La misma carretera encontró el Atlético por su derecha. Su ventaja allí estuvo propiciada por el desajuste entre Uría y Guruceta. El problema llegó por las sucesivas lesiones de Aguilera y Moya, los dos jugadores que barrían aquella zona. Sin embargo, la mejor mano del Atlético estaba en la pobreza de Yubero, un portero muy tierno para empresas de envergadura.

Yubero tuvo suerte de participar poco en el partido. Cuando apareció, lo hizo con blandura y desconcierto. Midió mal varías salidas y estuvo muy cerca de tirar el partido en una penosa recepción de la pelota. Luis García la recuperó con rapidez y la envió al poste derecho.

Fue un momento desacostumbrado en el mexicano, qué suele aprovechar con gran eficacia sus contadísimas apariciones en los partidos. La segunda, y última irrupción de Luis García llegó bien entrada la segunda parte. Buscó un pase corrido en el área, se encontró con Yubero en el piso, le superó y remató rápido, pero Guruceta se cruzó en la raya como una fiera.

Kodro, solo

La Real tuvo más material para escoger. Dispuso del balón la mayoría de las veces y encontró el agujero rojiblanco con bastante regularidad. Le bastó precisión y un poco de habilidad en el área. Tampoco le ayudó la solitaria situación de Kodro.

Como era de esperar, fue un equipo bravo, de vuelo corto en la mayoría de sus jugadores más jóvenes, con la excepción de Alkiza, que dejó la firma en los primeros momentos del segundo tiempo. Con todas sus deficiencias, la Real tuvo más solidez y carácter que el Atlético. Se agenció un balonazo al poste en un remate de Océano, alborotó el graderío en una caída de Kodro ante Abel y encontró con cierta facilidad el espacio vacío por detrás de la línea defensiva rojiblanca. Finalmente, sacó el gol de penalti, una tontería de Ferreira, que deja al Atlético noqueado en un tramo decisivo del campeonato.

El Atlético se quedó sin aire tras el gol. Hasta el penalti, tenía un aspecto desmejorado, de equipo pobretón, sin categoría para imponer su estilo. Luego, sus problemas se multiplicaron. Fue un conjunto sin jerarquía en el juego y con el aspecto de vivir demasiadas tensiones. Tres derrotas consecutivas son demasiadas a estas alturas de la Liga y le desacreditan en la pugna por el campeonato.

El terreno está abonado para una de esas crisis invernales que aceleran el pulso de Gil y desbordan su adrenalina. Una de esas crisis que el presidente soluciona manu militari y con gran profusión de titulares escandalosos en los periódicos.

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