Editorial:

El sida, olvidado

CUANDO ETIOPÍA vivió el episodio más virulento de la plaga del hambre, se organizó un comprensible movimiento de compasión mundial. Terminó la quermés benéfica, y Etiopía, y el resto de pueblos africanos, sigue padeciendo la misma miseria. Y una de las consecuencias más crueles de esa miseria es el desarrollo desbordante del sida.Seis millones de los 10 millones de personas infectadas por este virus viven en África. Dentro de 10 años, este trágico censo habrá alcanzado los 14 millones en aquel continente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que por aquellas fechas habrá en el Áfr...

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CUANDO ETIOPÍA vivió el episodio más virulento de la plaga del hambre, se organizó un comprensible movimiento de compasión mundial. Terminó la quermés benéfica, y Etiopía, y el resto de pueblos africanos, sigue padeciendo la misma miseria. Y una de las consecuencias más crueles de esa miseria es el desarrollo desbordante del sida.Seis millones de los 10 millones de personas infectadas por este virus viven en África. Dentro de 10 años, este trágico censo habrá alcanzado los 14 millones en aquel continente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que por aquellas fechas habrá en el África subsahariana entre 10 millones y 15 millones de huérfanos por el sida. Éste constituirá entonces la principal causa de mortalidad en África, hasta el punto de que los muertos por esta causa serán probablemente el doble o el triple de los fallecidos por cualquier otra enfermedad.

Un paisaje desolador que, sin embargo, no ha suscitado una solidaridad internacional suficiente. La VI Conferencia Internacional sobre el Sida en África, celebrada la semana pasada en Dakar (Senegal), ha querido dar un trompetazo de aviso sobre el problema. Un problema que no se soluciona con envíos caritativos y que, en algunos aspectos, parece irresoluble por estar estrechamente vinculado a las precarias condiciones de vida de aquellos países.

La convicción general de que el foco primario del sida se situó en aquel continente provoca que, casi de manera inconsciente y a los ojos de algunos ciudadanos, sus pobladores parezcan más culpables que víctimas de esta nueva calamidad. Por otra parte, las prevenciones sanitarias que ya rigen en los países occidentales son difíciles de aplicar allí, tanto por razones económicas como culturales. Económicas, porque en una zona totalmente desabastecida parece un lujo desviar el menguado presupuesto sanitario -que no alcanza para atender enfermedades casi anodinas en otros países- a una epidemia de la que no se conoce remedio por ahora. Y porque el gasto medio en sanidad en el África subsahariana es de un dólar por persona y ano. Lo mismo que cuesta un condón.

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Pero también culturales, porque el preservativo parece, a muchos de los pobladores africanos, un artilugio insensato y es muy difícil introducir correctivos higiénicos en sus hábitos promiscuos, aunque la razón principal, casi única, de contagio es la relación heterosexual -la infección por transfusiones es de apenas un 5%, a pesar de no estar controladas-.

Indudablemente, pueden darse consejos bienintencionados sobre la mejora de las campañas preventivas de información, que tropiezan con el aislamiento y analfabetismo de muchos núcleos de población. Conviene despertar la solidaridad mundial para que la lucha preventiva contra el sida en África alivie esta situación patética. Incluso puede reforzarse esta llamada con argumentos menos nobles: el hambre no se contagia, el sida cruza fronteras. Pero la auténtica lucha contra el sida -como la lucha contra el hambre- en África es la lucha contra la miseria, y este combate, lamentablemente, siempre se aplaza.

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