Tribuna:

El único camino

Basta con leer la cartelera cinematográfica de cualquier periódico español para darse cuenta de que algo raro y grave ocurre en ella: ausencia casi absoluta de cine español.No es que éste abundase en los últimos años, pero jamás faltó de manera inquietante. Pero la producción de cine español se encuentra en estos días cercana a una situación bajo mímimos y, de enquistarse esta su carencia, conduciría en plazo no dilatado a una parálisis de creación en una parcela vital de la cultura.

De ahí la oportunidad e importancia del plan nacional anunciado ayer por el Gobierno. El decreto ...

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Basta con leer la cartelera cinematográfica de cualquier periódico español para darse cuenta de que algo raro y grave ocurre en ella: ausencia casi absoluta de cine español.No es que éste abundase en los últimos años, pero jamás faltó de manera inquietante. Pero la producción de cine español se encuentra en estos días cercana a una situación bajo mímimos y, de enquistarse esta su carencia, conduciría en plazo no dilatado a una parálisis de creación en una parcela vital de la cultura.

De ahí la oportunidad e importancia del plan nacional anunciado ayer por el Gobierno. El decreto regulador del cine promulgado por Cultura a finales del pasado verano, pese a ser un texto legal teóricamente bien orientado, pues abre camino a la cada día más necesaria prioridad de la inversión privada sobre la pública en la financiación de las películas, es por sí sólo inoperante, en la medida que no sanea -ni está en su mano la posibilidad de hacerlo- el, viciado hasta límites inauditos, mercado cine, que sobrevive en un estado tan paradójico y aberrante como este: ahora, cuando se ve más cine que en ningún otro tiempo, es cuando resulta menos rentable para quienes lo hacen. La posibilidad de que, en semejante situación, llegue a la producción del cine esa masa imprescidible de dinero privado (que obviamente sólo acude allí donde su inversión resulte rentable) es quimérica.

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Política global

El cine enriquece cada vez más a otros -piratas de vídeocasetes, televisiones que compran a la baja derechos de emisión de filmes, distribuidoras multinacionales que copan las redes de distribución con formas desleales de competencia, exhibidores que defraudan el control del taquillaje- mientras se empobrece cada vez más a sí mismo. Proporciona mucho dinero a quienes lo comercializan, mientras deja con las manos vacías a quienes lo crean. ¿Cómo el dinero privado va a llegar a manos de estos en tales circunstancias?

No hay otra respuesta que esta: no llegará de ningún modo, a no ser que antes se arbitren medidas vigorosas para el saneamiento del mercado del cine y la comercialización de este experimento un proceso de regeneración y de racionalización global que galvanice a sus fuentes de financiación y de creación, cosa que cae por completo fuera de los alcances de Cultura, ya que requiere inexcusablemente la intervención del Gobierno en su totalidad: la elaboración de un conjunto de acciones coordinadas entre los ministerios de Cultura, Hacienda, Industria, Comunicaciones e Interior. Y es precisamente la puesta en marcha de esa política global lo que formalmente anuncia la declaración gubernamental que comentamos y que -de no ser un papel mojado, cosa que en modo alguno parece-, es una decisión de importancia capital para el porvenir del cine español.

Por fin se enuncia una política global para el saneamiento del mercado del cine. Lo demás vendrá por sí solo. Desde marzo de 1984, sectores de la profesión cinematográfica y de la opinión han abogado una y otra vez -en decenas de comunicados, comentarios editoriales, reportajes, informaciones y análisis- por esa política global que ahora se acerca. Con su llegada creemos que la apuesta por un buen futuro para el cine español es de nuevo posible. Se está por fin en lo que desde dichos sectores de la profesión y de la opinión se ha considerado siempre el único camino.

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