Tribuna:PERÚ A LA DERIVA / y 4

Causas y consecuencias de la derrota

La guerra, que se vio obligado Alan García a llevar en dos frentes, el internacional -sin un dólar de crédito y apretándole las clavijas ya que el mal ejemplo del que escapa a las presiones de los organismos internacionales no debe cundir-, y el interno -al anunciar la nacionalización de la banca-, superó con mucho no ya sólo sus fuerzas, sino incluso sus planes. Entre una política económica ortodoxamente liberal, cuyos resultados negativos puso de relieve el período de 1975 a 1985, y una política estatista que burocratiza la economía, haciéndola altamente ineficiente, como la que practicaron ...

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La guerra, que se vio obligado Alan García a llevar en dos frentes, el internacional -sin un dólar de crédito y apretándole las clavijas ya que el mal ejemplo del que escapa a las presiones de los organismos internacionales no debe cundir-, y el interno -al anunciar la nacionalización de la banca-, superó con mucho no ya sólo sus fuerzas, sino incluso sus planes. Entre una política económica ortodoxamente liberal, cuyos resultados negativos puso de relieve el período de 1975 a 1985, y una política estatista que burocratiza la economía, haciéndola altamente ineficiente, como la que practicaron los militares, Alan García creyó encontrar una tercera vía heterodoxa pero pragmática que permitíera combinar las ventajas de la empresa privada con el papel regularizador del Estado.El problema consiste en que el sector privado constituye un poder autónomo, con intereses proplos no siempre coincidentes con los nacionales. Si se intenta aminorar la libertad de hacer con los excedentes empresariales lo que les venga en gana a los empresarios, por negativo que resulte para el conjunto del país, se choca frontalmente con una clase que no está dispuesta a aceptar compromisos en punto tan esencial. Si se la suprime por el camino de la expropiación, el vacío resultante sólo puede ser llenado, al menos de inmediato, por el Estado, cayendo en los males del burocratismo.

La soledad del presidente va en rápido aumento según se deteriora la situación económica en los meses claves que van de julio de 1987, en que hace pública su intención de nacionalizar la banca, a septiembre de 1988, en que realiza su viaje a Canosa y asume la derrota, al decretar las medidas estabilizadoras clásicas y volver al redil del Fondo Monetario, políticas que había denostado a lo largo de toda su trayectoria de líder carismático. Este año el crecimiento será nulo, incluso puede ser negativo; el nivel de vida de los peruanos, ya extremadamente bajo, se ve cercenado a la mitad; el país tiene que responder a una deuda externa que ha acumulado los impagados; la inflación, convertida en hiperinflación, se acerca al 1.000%. En 1988 se ha desplomado un modelo económico que a posteriori es fácil tildar de poco realista.

La banca no ha sido nacionalizada -sólo un gran banco se transformó en una cooperativa en manos de sus empleados y de un montón de pequeños accionistas-, pero la amenaza que pesó sobre ella paralizó las inversiones, aceleró el proceso de doJarización y entabló una lucha abierta contra el presidente, capitaneada por una derecha económica tan cerrilmente egoísta que, si lo odió desde un principio por sus gestos nacionalistas y retórica populista, llegó al paroxismo ante el anuncio de que pensaba nacionalizar la banca.

Nacionalismo populista

Ante el nacionalismo populista de los militares, la derecha permaneció callada, intrigando en las filas del Ejército para reconducir el proceso; ante el tímido populismo nacionalista del presidente aprista, a sabiendas de sus muchos puntos flacos, ha reaccionado vigorosa, aniquilando una política de crecimiento y de cambio social que, con el surgimiento en los últimos ocho años de una izquierda revolucionaria, podría haber sido su última tabla de salvación.

Veinte años después del primer gran intento fallido de crear un Estado nacional, la derecha económica peruana, tras los escarceos apristas de los dos últimos años, puede enorgullecerse de haber vuelto a recuperar el control de la política económica: no importa tanto quién la ejecuta, sino qué contenido tiene.

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Las aguas vuelven a su cauce, con los costes conocidos para las capas más desposeídas de la población; únicamente la capacídad de respuesta popular no es ni de lejos comparable con la que existía hace 12 años, ya entonces lo suficientemente fuerte para obligar a los militares a abrir el proceso de transición. En la última década, tanto la izquierda violenta como la reformista y democrática han aumentado considerablemente su influencia sobre las clases populares urbanas y campesinas. Con la actual capacidad de organización democrática y de subversión violenta, aunque se repitan los estados de emergencia y aumente la represión, parece altamente improbable en los próximos años una aceptación pacífica de las condiciones-de vida que imponen las medidas tomadas para una buena parte de la población.

En este escenario puede ocurrir todo, pero una vez que el presidente, aun a costa de su credibilidad y prestigio, ha accedido a volver a la ortodoxia, hasta es posible que termine la magistratura si se logra contener la inflacíón y la violencia y la descomposición social no aumentan de manera desmesurada. Del Ejército, a medio plazo, no cabe esperar un golpe, por otro lado siempre al acecho y dependiendo de cualquier imponderable, porque todavía no han restañado las heridas internas de los 12 años de dictadura militar; porque nadie puede estar interesado en tomar el poder en la actual crisis y, en fin, porque un presidente tan debilitado habrá de satisfacer todas sus pretensiones.

La izquierda democrática, por más que pida elecciones con la boca chica, tampoco puede tener prisa en recoger herencia tan pesada, confiando más bien en que las medidas tomadas aligeren la carga a la vez que desacrediten por completo al APRA. Lo mismo vale para la derecha, más el hecho de que necesita tiempo para rehacerse y conseguir la unidad. Si mañana se celebrasen elecciones las ganaría seguramente Izquierda Unida. En dos años podrían cambiar las tornas si se mantiene el rumbo sin demasiados descalabros.

Fragilidad del presidente

Una buena parte de la fragilidad del presidente a partir de julio de 1987 se debió a que el APRA hacía tiempo que había dejado de ser un partido de izquierda con influencia en las organizaciones populares. En la década de los sesenta, ya sin otra ideología que alcanzar el poder, llegó incluso a aliarse con la extrema derecha. El anuncio de nacionalizar la banca no podía verse co n simpatía en los sectores más conservadores del APRA, mientras que la juventud aprista se sentía impaciente ante la lentitud de los cambios; contradicciones y tensiones escisionistas que probablemente se agudizarán en los próximos meses. El APRA necesitó décadas para llegar al poder, pudriéndose poco a poco en tan larga marcha. Dos años en el Gobierno han bastado para precipitarlo en la ruina. Alan García podría pasar a la historia de Perú como el primero y el último presidente aprista.

Aparentemente, la ganadora inmediata es Izquierda Unida, que sin la competencia del APRA cuenta con mayores probabilidades de ganar las elecciones. En realidad, el fracaso del populismo aprista significa un robustecimiento de la derecha económica y social, que hace mucho más diricil y sangrienta la lucha de una izquierda profundamente dividida, a pesar de llamarse unida.

Las medidas tomadas para tratar de controlar la crisis tienen al menos un efecto seguro: la polarización del país hacia los extremos más radicales. Una burguesía que considera en serio que un día puede perder sus privilegios empieza a plantearse el dilema de o bien emígrar a los países en los que han colocado sus dólares y conformarse con perder la gallina de los huevos de oro, o bien propiciar un golpe militar sangriento, a la argentina se dice en Perú, que ahogue en sangre a la izquierda sin pararse a distinguir si es la violenta o la democrática.

Para amplios sectores campesinos, conscientes de su peculiarídad étnico-cultural, sin ilusión ya de poder integrarse, surge la guerra popular como única salida.

El Partido Comunista del Perú (Sendero Luminoso) ha conseguido, desde planteamientos teóricos que deslumbran por su simplicidad y sectarismo, combinar el terrorismo con acciones clandestinas de movilización, organización y autodefensa, que se han revelado adecuadas para penetrar en la sociedad campesina de la sierra. Por vez primera se fusiona una ideología revolucionaria de corte occidental con la mentalidad de resistencia y espíritu de cooperación del mundo andino. La integración de lo europeo y lo autóctono se produce al fin fuera del sistema, como instrumento para destruirlo. Dado que las emigraciones de las últimas décadas han llevado a la población serrana a las barriadas de Lima y demás grandes ciudades, rompiendo las fronteras geográficas de la segregación social, Sendero Luminoso está en condiciones de engarzar la lucha campesina con la de las barriadas suburbanas.

La polarízabión que se observa -militarismo fascistoide en ciernes, la izquierda violenta en ascenso- no comporta, sin embargo, una lógica de enfrentamiento que vaya a culminar en la victoria de uno u otro bando.

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