Tribuna:

Rafael Alberti

Ninguna tormenta, por insistente y contumaz que sea, podrá cubrir esta palabra nacida del centro de la tierra y alzada hasta el cometa más distante.Ninguna nube logrará oscurecer sus adjetivos de color, el paisaje lumíneo del fuego que no quema y del frío helador que vivifica.

Nunca los ríos del olvido refrescaron tan amplia cabellera, nunca la huida de la matemática tanto perito en dunas, nunca la enferma delgadez verso de negras cales, nunca una guerra m,úsica tan alba.

Hoy este álamo que peina verdes canas va a dejar en tu oído un viento leve de purpúreas letras, alfabeto de l...

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Ninguna tormenta, por insistente y contumaz que sea, podrá cubrir esta palabra nacida del centro de la tierra y alzada hasta el cometa más distante.Ninguna nube logrará oscurecer sus adjetivos de color, el paisaje lumíneo del fuego que no quema y del frío helador que vivifica.

Nunca los ríos del olvido refrescaron tan amplia cabellera, nunca la huida de la matemática tanto perito en dunas, nunca la enferma delgadez verso de negras cales, nunca una guerra m,úsica tan alba.

Hoy este álamo que peina verdes canas va a dejar en tu oído un viento leve de purpúreas letras, alfabeto de luz seleccionado, vocal panzuda resguardada en el límite añil del ceño dulce.

Hoy lo tienes aquí, recuperando liras olvidadas, timón sobre un escollo de cristal, himno secundo, caja para invertir el tiempo venidero.

Si el idioma no estuviera dentro, si el blanco acento 110 hiriera su garganta, si la historia no lo hubiera pintado como el sol al membrillo, no se podrían hayar en la caverna el dedo hilante de la luz, la mano maga en diccionarios, el pie majestuoso en los abismos de las consonantes. Si el idioma no estuviera en ella pensarías que esta cabeza alta es fiel testigo de los viejos sones. Pero bebe en su fuente y roza la garganta del Cancionero antiguo, la locura por el vocablo bello, la unión sagrada de pasión y forma.

Atlántico lagarto

Viene el sabio y atlántico lagarto con las voces de todos los que fueron por una lengua de lebrel limados. Y aunque exteildió su canto del altiplano a Cárdoba, sobre su playa aguarda el alumbrar de nueva aurora, tendido entre claveles y misiles.

Bebe en su fuente y arrebata con él la sombra al sol, en tanto que su mano grácil corona el laborioso engaste.

Que su celeste verbo te devuelta, en desiguales días de este siglo sin voz, la mejor prenda.

Pues ninguna tormenta, por insistente y contumaz que sea, podrá cubrir esta palabra nacida del centro de la tierra y alzada hasta el cometa más distante.

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