Baile en la Academia

La Real Academia de la Lengua parecía en la tarde de ayer una sala de postín en noche de gala. Llegaban los académicos, enjutos, abrigados, y se quedaban perplejos ante los cuarzos y los flashes que los alumbraban, ante la nube de fotógrafos y camarógrafos que los acribillaban. Era un lento goteo de académicos convocados para la elección de un nuevo director. Pere Guinferrer semejaba interpretar un papel en una comedia de enredo. Aparecía y desparecía. Entraba en el salón de sesiones, cruzaba un pasillo, surgía en un recodo. Y los fotógrafos, tras él. Antonio Buero Vallejo entró de perfil. Ped...

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La Real Academia de la Lengua parecía en la tarde de ayer una sala de postín en noche de gala. Llegaban los académicos, enjutos, abrigados, y se quedaban perplejos ante los cuarzos y los flashes que los alumbraban, ante la nube de fotógrafos y camarógrafos que los acribillaban. Era un lento goteo de académicos convocados para la elección de un nuevo director. Pere Guinferrer semejaba interpretar un papel en una comedia de enredo. Aparecía y desparecía. Entraba en el salón de sesiones, cruzaba un pasillo, surgía en un recodo. Y los fotógrafos, tras él. Antonio Buero Vallejo entró de perfil. Pedro Laín Entralgo llegó del fondo de la casa, de algún ignoto laberinto de fichas y letra impresa.Poco después de las 18.30 horas un campanillazo advirtió del inicio de la sesión. El cónclave comenzaba. Los ujieres, solícitos hasta el hastío, acallaban las conversaciones de los periodistas e impedían el acceso a la antelala de los percheros, donde los inmortales cuelgan sus aperos de mortales: abrigos, sombreros, boinas, paraguas, maletines. Más de dos horas duró el encierro. Fue Carlos Bousoño el primero en abrise paso: "Rafael Lapesa, interino". Apenas se pudo obtener de sus labios una sílaba más. Los fotógrafos fetichistas, desafiando el rigor de los ujieres, se dedicaron a fotografiar entonces una boina y un abrigo que colgaban como humildes trofeos. Junto a las prendas, un nombre escrito: Rafael Lapesa.

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Alma que lleva el diablo

Lapesa salió zumbando, como alma que lleva el diablo. El rostro vuelto hacia el pecho, la boina calada hasta las cegas, el aspecto apesadumbrado. "No tengo nada que decir, no tengo nada que decir". Era como una melopea. En las escaleras de la docta casa, todavía protestaba contra los fotógrafos: "No me dejan ver los escalones con esa luz". Los flashes blancos se estrellaban contra los blancos escalones. El nuevo director no parecía muy feliz.Era la antítesis de Pedro Laín Entralgo, el flamante ex director, que se demoraba, rodeado de periodistas, sonriente, reestrenando la libertad de ser sólo académico. "Estoy descansado", decía, "ahora voy a dedicarme a la Academia, como un acadérnico más, y a mis libros". Alguien hizo referencia a su copiosa producción intelectual. Él concedió, sin dejar de sonreír: "Tengo muchas palabras de las que dar cuenta al Señor".

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