Tribuna:

Chile y su moraleja

"Todo, todo se olvida", cantaba Gardel. En estos tiempos tan propensos a la amnesia quizá convenga recordar que las dictaduras del Cono Sur comenzaron sus trágicos ciclos con el tácito visto bueno, cuando no con el entusiasta apoyo, de las burguesías nacionales. Los espontáneos salvadores venían a poner orden en el caos, a sanear la claudicante economía a acabar con la corrupción administrativa y, sobre todo, a terminar con la violencia. En el presente, y por distintos factores, el espejismo ha concluido. En el plano económico el desastre es total: los Chicago Boys, en Chile; Martínez d...

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"Todo, todo se olvida", cantaba Gardel. En estos tiempos tan propensos a la amnesia quizá convenga recordar que las dictaduras del Cono Sur comenzaron sus trágicos ciclos con el tácito visto bueno, cuando no con el entusiasta apoyo, de las burguesías nacionales. Los espontáneos salvadores venían a poner orden en el caos, a sanear la claudicante economía a acabar con la corrupción administrativa y, sobre todo, a terminar con la violencia. En el presente, y por distintos factores, el espejismo ha concluido. En el plano económico el desastre es total: los Chicago Boys, en Chile; Martínez de Hoz, en Argentina, y, sencillamente, la ineptitud, en Uruguay han situado las respectivas economías al borde del abismo. En la cruzada moral, los acomodos y maniobras otrora detectados en las administraciones civiles han pasado a ser florecillas de san Francisco si se comparan con la actual y generalizada corruptela. En cuanto a la violencia, y pese a haberse asegurado con autoridad y fruición que la subversión había sido dominada, y sus organizaciones, absolutamente desarticuladas, la represión no ha cesado, y las últimas redadas en Uruguay y Chile así lo atestiguan. En Argentina, la irrupción del fenómeno Malvinas, con su irrebatible prueba de que las fuerzas armadas eran mucho más aptas para torturar y matar a compatriotas con capucha que para enfrentar a enemigos bien pertrechados, y por otra parte, la imprevista aparición de sucesivos cementerios clandestinos hicieron que los militares perdieran, ya no la simpatía popular, hace tiempo naufragada, sino la mera autoridad profesional.Aun así, es posible que sea en Chile donde la lección está más clara. En primer término, porque fue el primer país de América Latina que tuvo un presidente marxista como resultado de elecciones libres en el marco de una democracia liberal y, representativa. Y luego, porque en el derribo de Allende desempeñó un papel fundamental una potencia que siempre ha querido ser considerada como un paradigma de democracia. Como bien lo sabe cualquier aplicado alumno de Fort Benning (centro de adiestramiento norteamericano, donde casualmente estudió Pinochet), el sistema de democracia representativa sólo es permisible en América Latina cuando ganan las derechas, o por lo menos el centro.

El senador norteamericano William Proxmire ya había informado en 1971 que desde 1945 hasta enero de aquel año el adiestramiento "de 320.000 militares de 70 países independientes" había costado la friolera de 175.000 millones (sí, leyó bien) de dólares. En otra oportunidad, un experto norteamericano que testimoniaba ante el Congreso expuso con ejemplar franqueza que "se trata, en suma, de que los oficiales extranjeros identifiquen las metas de la política exterior de Estados Unidos con sus propios intereses nacionales, entendiéndose por esa política exterior de Estados Unidos, en primer término, la protección de los intereses en las grandes empresas privadas.

En 1976 dos periodistas chilenos, Fernando Rivas y Elisabeth Reimann, publicaron en México un libro (Las fuerzas armadas de Chile: un caso de penetración imperialista), que desde entonces ha sido instrumento indispensable para quien pretenda analizar el intrincado panorama de las fuerzas armadas en América Latina. En una breve introducción, los autores señalan que la obra trata de responder a esta razonable pregunta: "¿Por qué las fuerzas armadas de Chile, supuestamente apolíticas, no deliberantes, obedientes a la autoridad civil, actuaron con la fría brutalidad, el ensañamiento y la inhumana barbarie con que lo hicieron?".

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Uno de los mayores aciertos del libro es que el caso chileno es analizado en forma particular sólo después dé haberlo inscrito en la situación continental. A través de documentos, muchos de ellos provenientes del mismísimo Pentágono, los autores muestran cómo éste adiestró y aleccionó a todos los ejércitos latinoamericanos que se lo permitieron. El hecho de que la aplicación chilena de ese adiestramiento haya sido tan violenta quizá se deba a que en el país de Salvador Allende la izquierda había llegado al Gobierno por la vía democrática, y ése era, por tanto, un modelo que había que desalentar para siempre.

Los incómodos testigos

Uno de los responsables de esa labor fue el increíble almirante Carlos Jiménez, ministro de Educación en eI primer Gabinete de Pinochet, quien, para justificar la depuración de los programas de estudio, declaró que "no se estudiará más la Revolución Francesa, por ser de sobra conocida". Otro responsable fue un comandante, de apellido Alvarado, quien, en un discurso pronunciado ante los presos del estadio Chile, dijo frases como éstas, reproducidas en Le Monde Diplomatique: "Son ustedes prisioneros de guerra. Ustedes no son chilenos porque son marxistas, son extranjeros. Estamos decididos a matarlos a todos, hasta el último. En lo que a mí se refiere, lo haré con el mayor placer, con una alegría muy particular. No crean que me remorderá la conciencia si ninguno de ustedes sale vivo de este campamento de prisioneros. En caso de que ustedes no las conozcan, les explicaré ahora algunas de las características de las ametralladoras situadas en lo alto de las galerías del estadio, a ambos lados, encima de las cabezas de ustedes. Durante la segunda guerra mundial se las conocía con el nombre de sierras de Hitler, ya que, en el momento de dar en el blanco, cortaban en dos el cuerpo del adversario. Tengo especiales instrucciones de mis superiores de la Junta Militar de Gobierno. Puedo hacer con ustedes lo que me plazca, incluso matarlos. Les ruego que me den un pretexto para hacerlo. Que uno de ustedes se mueva, o que esboce el menor gesto sospechoso, o que a mí me parezca sospechoso, y ustedes sentirán en carne propia cómo la sierra de Hitler corta las cuerpos, los corta en dos. Buenas noches". En realidad, ese comandante Alvarado demostró ser un aprovechado alumno entre los 1.261 oficiales chilenos que hasta marzo de 1973 habían sido adiestrados en los centros norteamericanos de la zona del Canal. En 1971, o sea, dos años antes del golpe, otro aventajado alumno de esas academias, el general Augusto Pinochet, había pronunciado uno de sus axiomas más esclarecedores: "Cuando el Ejército sale, lo hace para matar, porque para eso está entrenado".

Chile es un texto con varias lecturas posibles. Una de ellas, quizá la más obvia, revela que la izquierda latinoamericana debe comprender la urgencia de su unidad. Pero aquel trágico septiembre chileno debe tarribién enseñar algo a los partidos liberales y de centro, esos que en los meses previos al golpe hicieron lo posible y lo imposible para deteriorar la imagen de Allende, paralizar las fuerzas productivas del país, hundir la economía en un caos. Tales conglomerados políticos y su Prensa adicta asediaron a la Unión Popular con falsas acusaciones, con reelamos que sabían de imposible cumplimiento. Clamaron, en fin, por un general providencial y restaurados. Ahora, a 10 años de aquella felonía, el general providencial y restaurador tiene un odiado nombre y un tambaleante poder, y hace ya tiempo que dio la espalda a la mayoría de los sectores que de algún modo prepararon su advenimiento. La democrácia cristiana, no sólo en sus núcleos más progresistas, sino en los que se sentían representados por el ex presidente Frei (notorio impulsor del pinochetazo) está en la mira represiva de la Junta. La Iglesia, que ya en 1976 había excolmugado a varios funcionarios policiales por haber maltratado a tres obispos, se ha convertido en franca e influyente fuerza opositora. El mismo general Gustavo Leigli, que en su momerto fue considerado como el ideólogo de la Junta, es hoy un enemigo de Pinochet. Éste se ha quedado, pues, sin aliados internos y, por tanto, es explicable que su insegura anatema también apunte a quienes le ayudaron a encumbrarse

Frente a semejante amonestación de la historia, sería oportuno que otros sectores liberales y conservadores de América Latina (digamos los que hoy conspiran en Nicaragua contra el Gobierno sandinista) extrajeran alguna elemental moraleja, por ejemplo: que en una determinada coyuntura la ultraderecha los pueda usar, pero luego, cuando ya se ve instalada en el poder, no sólo es capaz de abandonarlos a su suerte, sino que a menudo trata de aniquilarlos, tal vez debido a su condición de incómodos e implicados testigos de su ilegitimidad y de su impostura.

Por suerte, la humanidad es una suma de pueblos, y éstos nunca fueron suicidas. De ello es consciente en cada jornada de riesgo el pueblo chileno. Pocos vieron esa posibilidad tan claramente como Salvador Allende, el mandatario que, paradójica y heroicamente, murió defendiendo con las armas en la mano su concepción de una revolución sin violencia. "Es posible que nos aplasten", dijo por Radio Magallanes poco antes de caer, "pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor". Sólo alguien muy hipócrita, muy desequilibrado o muy cretino puede creer hoy que el monstruoso proyecto de Pinochet vaya, en definitiva, a imponerse a la rigurosa verdad enunciada por Allende con la sencilla lucidez que a veces otorga la cercanía de la muerte.

A 10 años de aquel holocausto resulta, sin duda, alentador que muchos de los que colaboraron en el mismo hayan, por fin, advertido que Pinochet y cuanto él representa son un bochorno para Chile y para la humanidad. Es claro que sería mucho más alentador si analizaran su propia responsabilidad en esa vergüenza. Porque si ahora no lo analizan y juzgan y valoran, siempre subsistirá el riesgo de que en un futuro más o menos cercano vuelvan a ser seducidos por las consabidas promesas de orden, patriotismo, pacificación y cruzada moral.

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