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La difícil concurrencia entre teatro y televisión

Se anunciaba para ayer, domingo, Tres sombreros de copa, en televisión: no se dio. Iba a preceder al reestreno en el teatro María Guerrero, de esa obra de Mihura, con dirección de José Luis Alonso, y podría haber sucedido lo que ya ha pasado por lo menos en dos ocasiones anteriores: con My fair lady (pasada por televisión dos veces consecutivas, en doblaje y en versión original, y antes se había dado la obra-matriz, Pigmalión, de G. B. Shaw) cuando se daba en un teatro de Madrid, y con El pelícano, de Strindberg, que adelantó en TVE a la representación escénica.En este caso ha sido una iniciativa de TVE, que ha consultado al teatro y a la Sociedad de Autores; la opinión del teatro ha sido contraria al pase por televisión, y también la del actual poseedor de los derechos de la obra, Jerónimo Mihura (hermano de Miguel); los programadores de televisión no han dudado en cambiar el contenido de su programa Reestreno (domingos a las 19.40 horas) por otro (tres cortos de Jesús Yagüe), reservándose Tres sombreros de copa para cuando su versión teatral se haya agotado.

Malas coincidencias

La opinión más frecuente en el mundo del teatro es la de que estas coincidencias son malas para la representación escénica: se supone que quien haya visto la obra en la comodidad de su casa y sin ningún gasto no volverá al teatro para verla representada; el público se retrairía. En otros tiempos, en cambio, la radiación de una obra suponía un estímulo que ayuda a mantener el espectáculo, sobre todo en las obras cómicas, en las que se oían las carcajadas de los espectadores; los empresarios y los autores gestionaban a veces insistentemente la radiación, y la noche en que llegaban los micrófonos, llenaban los teatros con vales, y quizá con espectadores amigos o alquilados que pudieran emitir sonoras carcajadas en las proximidades de los micros.

Fórmula infalible

Decían que era una fórmula infalible. El público que quería ver aquello que oía, generalmente en malas condiciones (los medios no son los de hoy). Pero con la televisión es distinto, la obra se ve al mismo tiempo que se oye, y creen los empresarios que generalmente en mejores condiciones de las que ellos pueden ofrecer. Esto contradice algunas de las ideas del teatro puro; la presencia en vivo, la espontaneidad de la representación, la comunicación directa entre el actor y el espectador, componen la supuesta inmortalidad del teatro y su superioridad sobre el plástico. Es así, pero también es muy posible que el público no se haya enterado bien de esa diferencia de calidad, no la aprecie en lo que vale o no considere suficientemente compensada la diferencia económica.Probablemente, la concurrencia entre televisión y teatro (como entre televisión y lectura, entre televisión e información) vaya bastante más allá que la coincidencia de títulos. Es un tema demasiado largo y demasiado difuso para entrar aquí en él.

Conocer la concurrencia

Pero sí parece que el teatro, como la literatura y la información, debe conocer la profundidad de esa concurrencia y estudiar los medios de salir de ella. Es la parte débil: más que entrar directamente en la concurrencia, en el combate, tendría que habilitar los medios para ser esa otra cosa que sin duda es y puede ser, en que el mensaje dramático que ofrezca no pueda darse en el cine o en la televisión; por la selección de temas, de públicos, por la vacuidad de sus propios medios. Por teatralizar el teatro.La concurrencia es tan reciente que apenas ha producido, hasta ahora, más que confusión y desánimo. Mediante el tiempo, se podrá encontrar alguna fórmula.

Los países de gran y numerosa televisión -Estados Unidos, Francia, Reino. Unido, Italia y Alemania- son países donde hay también gran teatro (y numeroso). No hay razón ninguna para que aquí no sea así.

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