Tribuna:

El compromiso de un valenciano crítico

A Manuel Sanchis Guarner, cuya desaparición a los setenta años enluta la filología hispánica, hay que definirlo como lo que, sin duda alguna, él quiso ser: un valenciano crítico. Es decir, un valenciano consciente de su identidad cultural y lingüística y, asimismo, sabedor de las imperfecciones y contradicciones que ofrece cada día la sociedad valenciana. Un hombre, por tanto, con voluntad de perfeccionar y mejorar esa sociedad desde el planteamiento irrevocable de sus propias raíces históricas. Tenía, para ello, un copioso y limpio bagaje intelectual, pues no en vano se había formado bajo la ...

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A Manuel Sanchis Guarner, cuya desaparición a los setenta años enluta la filología hispánica, hay que definirlo como lo que, sin duda alguna, él quiso ser: un valenciano crítico. Es decir, un valenciano consciente de su identidad cultural y lingüística y, asimismo, sabedor de las imperfecciones y contradicciones que ofrece cada día la sociedad valenciana. Un hombre, por tanto, con voluntad de perfeccionar y mejorar esa sociedad desde el planteamiento irrevocable de sus propias raíces históricas. Tenía, para ello, un copioso y limpio bagaje intelectual, pues no en vano se había formado bajo la tutela de maestros impares.Doctorado en 1932 por la Universidad central, tras haber cursado Filosofía y Letras en la de Valencia, fue becario de la Junta de Ampliación de Estudios y miembro del Centro de Estudios Históricos, donde, entre 1933 y 1939, trabajó, junto a Menéndez Pidal y Navarro Tomás. Ya antes de concluir la carrera se había incorporado al equipo de encuestadores del Atlas lingüístico de la Península Ibérica, cuya edición preparó posteriormente, presentando el primer volumen de esta magna obra dialectológica en el Congreso de Filología Románica de Estrasburgo, en 1962.

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De esa fecunda etapa de varios lustros de intenso quehacer -sólo interrumpido por el paréntesis de la guerra de los tres años -conservó el rigor y la metículos que le inculcaron sus insignes maestros. De ellos aprendió, además de las disciplinas propiamente científicas, aquellas virtudes humanas que hicieron de un ser bueno y generoso, abierto al comercio espiritual,

Pero con todo y ser importante su proyección profesoral, que tan amplio surco ha marcado en la Universidad valenciana -se jubiló como decano de,la facultad de Filosofia y Letras-, lo que sin duda ha contribuido más a situarle en un lucar señero en la cultura contemporánea del País Valenciano son sus casi treinta libros publicados. Desde La llengua dels valencians, manual de divulgación que ha conocido ya siete ediciones, hasta su último título, La aproximació a la historia de la llengua catalana, cuya publicación ha interrumpido su muerte, el repertorio es vasto y sugestivo. Comprende desde estudios de alta especialización filológica o gramatical (su Gramática valenciana ha enseñado a escribir correctamente a muchos de los mejores escritores actuales del país) hasta monografías sobre temas literarios e históricos muy diversos.

Recordemos las dedicadas al Cant de la sibilla, a los vientos en la cultura popular, los molinos de viento mallorquines, las barracas valencianas, los refranes o el cancionero popular navideño. También, los análisis críticos de las generaciones literarias de la renainasença valenciana, la historia del sector progresista de este movimiento cultural y sus investigaciones sobre los orígenes del teatro vernáculo. En el terreno de su estricta especialidad sentó tesis muy sólidas sobre las hablas románicas de Valencia y Mallorca anteriores a la Reconquista, disipando cualquier equívoco sobre los sustratos mozárabes del habla actual de los valencianos. Además colaboró estrecha e intensamente con Francesc de B. Moll en la redacción del Diccionari català -valencià- balear. Pudo hacerlo por el hecho de vivir diecisiete años -diríamos que como exiliado político- en Palma de Mallorca, adonde fue a ejercer la docencia durante nuestra posguerra, tras haber cumplido cuatro años de cárcel por haber servido en las filas republicanas.

Se va Manuel Sanchis Guarner sin haber sido cronista oficial de la ciudad de Valencia, cargo que sin disputa merecía. No pudo alcanzarlo. Se lo negaron los concejales de uno de los últimos consistorios franquistas. La razón que alegaron fue su condición de ex capitán del Ejército Popular de la República. En realidad, esto era sólo un pretexto. La causa verdadera era otra. Y nadie la ignoraba. Aquellos concejales, como tantos falsos «valencianeros» que conocemos de sobra, no perdonaban a Sanchis Guarner su insobornable toma de postura en cuanto a las señas de identidad de los valencianos.

Sanchis Guarner sabía, por convicción científica aprendida de sus maestros, pero también por experiencia propia al levantar el famoso Atlas lingüístico antes aludido, que la lengua que hablamos los valencianos es la misma que hablan los baleares, los andorranos, los catalanes, los alguereses, los roselloneses. La que se habla desde Salses a Guardamar y de Mahón a Fraga: el catalán universal.

Denunciaba, por tanto, a quienes intentan desgajar nuestro habla de ese tronco común esgrimiendo argumentos insostenibles, que tan a menudo rozan la esquizofrenia cuando no nacen del analfabetismo más supino. Por denunciarlo le amenazaron con bombas, le insultaron. Pero él, ateniense frente a beocios, continuó impertérrito y denunció asimismo las turbias maniobras de los políticos, a quienes irrita que el pueblo valenciano recobre la auténtica conciencia de su identidad.

No le hicieron, pues, cronista oficial. Pero no necesitaba este título para ser admirado y estimado por los valencianos. El mundo de la cultura le respetó y le tuvo por guía. El resto de los ciudadanos veía en él un faro de nuestra recuperación. Basta leer las páginas que escribió sobre la historia de la urbe en que ha nacido y muerto (el libro La ciutat de Valencia, que está a punto de reeditarse una vez más, ahora por por el Ayuntamiento valenciano) para apreciar que Sanchis Guarner perteneció a esa heroica estirpe de intelectuales que no vacilan en hacer causa común con el pueblo, a cuyo servicio ponen todo su saber. Saber que sólo con este indeclinable compromiso tiene sentido.

Ricard Blasco es historiador y escritor valenciano, miembro de la que José Hierro llamó la quinta del 42.

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