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La Lista de Correos, un buzón gratuito para personas sin domicilio fijo

Cartas dirigidas a famosos, sin que en los sobres figure dirección alguna; certificados que no han podido ser entregados a sus destinatarios, al encontrarse éstos ausentes de su domicilio, y un correo variopinto, que es enviado en su mayoría a suramericanos, australianas y maridos infieles, son distribuidos diariamente por los seis funcionarios que ocupan el negociado de Lista de Correos. Más de doscientas cartas, en las que sólo figura el destinatario y el escueto nombre del departamento, son recogidas diariamente por otras tantas personas, para quienes la ventanilla diecisiete del Palacio de Correos es su única dirección conocida en Madrid.

El servicio de Lista de Correos, centralizado en Madrid, en el edificio de la plaza de Cibeles, no cobra nada a sus usuarios desde la subida de tarifas postales del pasado año. Mientras los sellos subían entonces la peseta que había que pagar por carta recibida, en Lista era suprimida. No por ello se ha notado un aumento en el número de personas que acuden a recoger sus cartas a la Lista; incluso, según una de las funcionarias, la cifra de usuarios ha descendido este verano, época en la que franceses, ingleses o alemanes aprovechaban su visita al Museo del Prado para recoger su correo, formado principalmente por periódicos locales.El descenso del turismo ha hecho que los clientes de este año vengan a ser los de siempre; y eso que el único requisito que se solicita a los usuarios del servicio es que están de paso por la capital o sin domicilio fijo. Requisito que en Madrid no se cumple, ya que hay personas, a las que los funcionarios conocen de toda la vida, que llevan recogiendo cartas desde hace más de doce años.

«No es posible actuar como en los pequeños pueblos, donde la gente se conoce y se sabe cuándo alguien tiene o no domicilio fijo. Aquí, muchos suramericanos nos dicen que están en una pensión provisionalmente. Luego se van, vuelven o piden que les enviemos las cartas a otra ciudad», dice Manuel Llorente, jefe de explotación de los servicios postales.

Se han dado casos de peticiones de reexpedición del correo a la prisión de Carabanchel, aunque esto no es lo más normal. Las aproximadamente doscientas cartas y los veinte paquetes, de pequeño tamaño, que entran diariamente en el servicio, son repartidos por los diferentes ficheros en donde los Pérez y los González llegan a tener hasta tres apartados diferentes, divididos según la primera letra del segundo apellido. Después, a las nueve de la mañana, se abren las ventanillas y todos aquellos que han dado la Lista de Correos a sus familiares, amigos y conocidos como única dirección, se pasan por allí «a ver si hay algo». Con sólo la presentación del carné de identidad, para los españoles, y el pasaporte, para los extranjeros, se puede retirar la carta o el paquete, que, a veces, cuenta con una etiqueta de aduanas, en la que se certifica que su contenido ha sido revisado al entrar por la frontera española.

«Algunos paquetes no llegan, ya que los policías encuentran droga. En los últimos meses, estos casos han disminuido mucho, quizá porque ahora apenas se reciben paquetes. Aún recuerdo una ocasión en que uno de los paquetes que teníamos aquí se cayó y vimos dentro como un jersey sucio. La policía dijo que la lana estaba totalmente impregnada de droga disuelta».

Pero no siempre era droga lo que encontraba la policía: En 1973, la actitud de un español que recogía cada poco tiempo paquetes enviados desde Alemania inspiró sospechas en los secretas que acudían cada cierto tiempo por el Palacio de Correos. Investigado el asunto, resultó que el contenido de los paquetes siempre era el mismo: muñecas hinchables.

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Pocos usuarios españoles

Junto a los extranjeros que utilizan este servicio para recibir noticias de la familia existe un pequeño número de españoles que son viajantes, personas de paso por Madrid, jóvenes que están haciendo el servicio militar o maridos infieles. «A éstos se les conoce rápido. Tienen entre cuarenta y cincuenta años, y no se molestan en ocultar nada. Cuando se les dice que por qué no reciben sus cartas en casa, te dicen que no pueden porque las abre su mujer. No tenemos más remedio que decirles que contraten un apartado de correos, ya que este servicio no está para personas con residencia fija», dice una de las funcionarias.Los jóvenes que realizan el servicio militar reciben generalmente paquetes de comida y ropa que les envía su familia. «El motivo de que no los quieran recibir directamente en su acuartelamiento es variable. Algunos lo hacen porque el cabo cartero de su acuartelamiento, que es el único que puede retirar el correo, le ha perdido algún paquete o se le ha roto por el camino. Normalmente, no tenemos estos paquetes mucho tiempo, ya que los soldados vienen incluso varios días antes de que lleguen los envíos familiares», dice el jefe de explotación.

A todos estos paquetes y cartas recibidos por los usuarios de la lista de Correos, hay que sumar todas aquellas cartas que envían particulares a personas como el Rey, la Reina o Julio Iglesias, en las que ponen Lista de Correos esperando que los funcionarios las hagan llegar a su destino. Asimismo, están todos los certificados que los carteros llevan a los domicilios de los destinatarios y que no pueden entregar por ausencia de éstos.

Dos meses de plazo

En este departamento los certificados y las cartas enviadas a Lista son guardadas hasta dos meses pagado este plazo, si no han sido recogidos se envían al lugar de origen, donde están un tiempo similar antes de ser enviadas al archivo de la Dirección General de Correos, en donde destruyen el documento o recuperan los posibles valores con el fin de buscar al remitente o destinatario, que son los únicos que pueden saber el destino de una carta. Los funcionarios de la Lista son tajantes en esto y no facilitan pistas sobre la existencia de una carta a nadie más. «Hemos tenido casos de padres que venían a saber sí sus hijos escapados de casa recibían aquí cartas. Aún recuerdo», dice la funcionaria, «cuando el marido de una señora que se había marchado de Zaragoza, dejándole con su hijo, se presentó aquí; al decirle que no podíamos darle ninguna noticia esperó a su mujer, y cuando vino, primero casi se pegan, luego se echaron a llorar y, tras abrazarse, se fueron juntos».

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