Tribuna:Una reflexión latinoamericana / 3

Democracia y socialismo

Todo lenguaje nos precede; de allí su carga onerosa y desafiante. Sobre todo cuando, históricamente, la precedencia se acentúa con el traslado. Hijos de España por parte de padre, nos encontramos después de los desastres de la guerra civil en la misma orilla que los españoles: la de la orfandad. La generación de novelistas españoles que creció bajo el fascismo -Ferlosio, Martín Santos, García Hortelano, Juan y Luis Goytisolo, Benet, Marsé- se reconoció en nosotros, como nosotros en ellos: huérfanos todos, hermanos todos, desconcertados todos frente a la agonía de nuestras sociedades y la enaje...

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Todo lenguaje nos precede; de allí su carga onerosa y desafiante. Sobre todo cuando, históricamente, la precedencia se acentúa con el traslado. Hijos de España por parte de padre, nos encontramos después de los desastres de la guerra civil en la misma orilla que los españoles: la de la orfandad. La generación de novelistas españoles que creció bajo el fascismo -Ferlosio, Martín Santos, García Hortelano, Juan y Luis Goytisolo, Benet, Marsé- se reconoció en nosotros, como nosotros en ellos: huérfanos todos, hermanos todos, desconcertados todos frente a la agonía de nuestras sociedades y la enajenación de nuestros medios de expresión.Memorablemente, Juan Goytisolo ha escrito: «Podemos hablar de idiomas ocupados como hablamos de países ocupados». La tragedia española nos permitió darnos cuenta de que la lengua española había sido ocupada durante más de dos siglos por los sacerdotes de la retórica, las vírgenes de la Real Academia y los exorcistas de la herejía sexual, religiosa o política.

Con las dos mitades de España -la exilada y la encerrada- hicimos el recuento de nuestro fracaso histórico común y nos unimos en la empresa literaria común de demolir para construir, ensuciar para limpiar y abolir el Mar Océano para que los gallinazos literarios sobrevolasen a las carabelas que ahora, cuando España vuelve a ser libre, harán el trayecto de ¡da y vuelta. Ya no habrá literatura hispanoamericana que pueda excluir a España misma, so pena de mutilar nuestra civilización común.

¿Cuál será el destino de esa civilización común, cuál el tipo de sociedad en el que nuestras tareas de escritores habrán de cumplirse?

Voy a rogarles unos cuantos minutos de su atención para intentar una respuesta personal a estas preguntas. Nunca he escrito un libro sin pensar en la sociedad que deseo y en la civilización que sólo puede heredar si la creo y la recreo.

La medida de una civilización, ha escrito el poeta Auden, es el grado de unidad que retiene y el grado de. diversidad que promueve. Y Paul Valéry, famosamente, dijo que las civilizaciones, al cabo, se saben mortales.

Difiero matizadamente: las civilizaciones no son mortales, lo es el poder que transitoriamente las representa.

Es mortal la civilización que se somete o es obligada a someterse al poder.

Perviven los poderes que saben integrarse a la civilización.

En el primer caso, el poder arrastra a la civilización a una tumba de chatarra: cadenas y sables son su monumento helado.

En el segundo, la civilización renueva sus poderes. Empleo intencionalmente el plural. El verdadero poder civilizado es el que coexiste con los poderes plurales de la sociedad y el proceso mismo de la cultura consiste en transformar, paulatina o radicalmente, el poder en los poderes.

Poder del individuo, sí, y de los derechos humanos que las revoluciones burguesas, por más que los hayan desvirtuado, ganaron para todos los hombres y mujeres.

Poder de la colectividad, sí, para eliminar la explotación pero no para sustituirla por otra que, al anular los derechos individuales de opinión, reunión, palabra, disidencia, anula también su propia razón dialéctica y convierte a la historia que pretende encarnar en confrontación, ciega e inmóvil, entre el desamparo atomizado de individuos sin colectividad y el desamparo monolítico de colectividad sin individuos.

La democracia y el socialismo son otra cosa y son inseparables.

La democracia sin dimensión colectiva es tan engañosa como el socialismo sin dimensión individual. La democracia socialista es la que integra los derechos individuales y los derechos colectivos como ejercicio activo de la civilización, incluyendo la posibilidad del instante revolucionario de una civilización: o se asumen todas las libertades ganadas, enunciadas y deseadas por el pasado, o se sacrifica tanto a la revolución como a la civilización.

Democracia y socialismo son pluralidad de poderes: poder del obrero en su empresa, poder del campesino en su tierra, poder del estudiante en su casa de estudios y poder del maestro en su escuela, poder del profesionista en su tarea social, poder del hombre de ciencia en su laboratorio, poder del periodista en su redacción, poder del artista en su taller, del cineasta en su pantalla, del hombre de teatro en su escenario y del escritor en su mesa de trabajo.

Poder para todos, menos para los explotadores. Libertad para todo, menos para oprimir.

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