Tribuna

La cultura como tradición

Contestación de Camilo José Cela

«Nunca es tarde para bien hacer, nos dejó dicho, hace ya tres siglos y medio, el maestro Correas, tocayo de quien hoy se sienta entre nosotros y compañero suyo en docencias, salmantinas. Tengo la impresión de que hemos estado no poco cicateros con el calendario del hombre a quien hoy, gozosamente, recibimos en, esta casa, pero pienso -para consuelo de todos- que nunca es tarde si la dicha es buena. Y la dicha de hoy, para la cultura, para la literatura y para la Academia, más que buena es óptima, y todos lo sabemos.Gonzalo Torrente Ballester, a quien hoy saludo con emoción de viejo amigo y gra...

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«Nunca es tarde para bien hacer, nos dejó dicho, hace ya tres siglos y medio, el maestro Correas, tocayo de quien hoy se sienta entre nosotros y compañero suyo en docencias, salmantinas. Tengo la impresión de que hemos estado no poco cicateros con el calendario del hombre a quien hoy, gozosamente, recibimos en, esta casa, pero pienso -para consuelo de todos- que nunca es tarde si la dicha es buena. Y la dicha de hoy, para la cultura, para la literatura y para la Academia, más que buena es óptima, y todos lo sabemos.Gonzalo Torrente Ballester, a quien hoy saludo con emoción de viejo amigo y gratitud por sus muchas enseñanzas, es un hombre joven que se disfraza de maduro bajo sus gruesas y oscurecidas lentes, para disimular su juventud ardorosa, y pese a los muchos palos que le dieron, también ilusionada. Esto de escribir libros es algo que rejuvenece tanto como desasnar mozos bachilleres, y a las ambas tareas se aplicó nuestro hombre durante toda su vida y con ahínco.

El llegar a la Academia no es una meta pero si es, sin duda, el confalón que marca la etapa que se deja a popa. Los escritores solemos tener muy parvas alegrías y demasiado domésticas compensaciones: una de ellas es acceder a esta corporación, en la que, con buena voluntad, se suplen no pocos fallos ajenos y aún propios.»

«Torrente Ballester nos ha hablado de la realidad suficiente: verdadera o verosímil, que poco importa, puesto que, al final y en cualquiera de ambas cunas, todo es cuestión de arte adecuado a pronóstico. Unos supuestos previos -y adivinados o inventados- se olvidan, otros cambian y otros nacen de nueva y próvida planta, pero el esqueleto, la armazón -esto es, el deseo de dar realidad al suceso que se narra- permanece inmutable. No así el surco sobre el que cae -y al que hice inmediata alusión- y que reclama mayores exigencias de día en día. De todo se exige más, de día en día, y cada día que pasa es más difícil el acierto y más duro el camino a recorrer en pos de la voz peculiar y propia.»

«La contemplación de la literatura desde el ángulo que aquí nos interesa debe entenderse como obra del escritor, el hombre que -a decir de Jean-Paul Sartre- debe crear necesidades en las conciencias, para después satisfacerlas, debe crear la necesidad de la justicia, de la solidaridad y de la libertad, para después esforzarse por presentarles en su obra. De esta implicación que nos exige el pensador francés y que va más allá del mero compromiso, brota la impopularidad de que la literatura, en no pocas ocasiones, sé ha visto rodeada e incluso culpada de males que son ajenos a su propia esencia. A la literatura debe situársela en su propio ámbito, pero no por fuera ni a un lado de él, porque la literatura, considerada en sí misma, también es una realidad y no un fingimiento, una. presencia y no una representación. Hay palabras con capacidad de representación, nos dice Torrente, pero no hay palabras sin presencia, ya que, por abstractas que pudieran parecernos, ahí están, poco importa si herméticas o aun misteriosas, que las fórmulas mágicas y cabalísticas también se disfrazan de palabras, aunque no se escriban'.»

«Gonzalo Torrente Ballester ha planteado un grave problema, en cuyas tinieblas ha sabido bucear con sagacidad profunda. Los libros proceden de los libros, nos dice, y aún de otras formas artísticas. Nada más cierto: la cultura es una tradición, una carrera de antorchas en la que cada atleta toma el testigo donde se lo dan y lo lleva hasta donde puede. Y el que pierde comba, se queda en el camino. »

« La Real Academia Española, celadora de cuanto pueda redundar en el mejor provecho de nuestra vieja lengua castellana, ha cumplido con su deber al abrir sus puertas a este hombre cabal y ejemplar, por su obra y su conducta, de los pies a la cabeza.»

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