Todo o nada

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Martín Caparrós
;Mundial Qatar 2022: el entrenador Lionel Scaloni, en el fondo, y Lionel Messi, estrella de la selección argentina, en Doha
El entrenador Lionel Scaloni, en el fondo, y Lionel Messi, estrella de la selección argentina, en Doha, este viernes.JUAN MABROMATA (AFP)

Pase a Villoro para atrás:

Me tratas, Tu Excelencia, con razón y sin ella, de deprimido y triste. Y, para sostenerlo, me apareas con un par de portugueses que nunca nadie pensó en emparejar: Ronaldo que, como dices, juega –y vive– para su espejo, y Pessoa, que lo temía o detestaba tanto que se pasó la vida tratando de ser otro. Yo hoy estoy más cerca de Pessoa que de Cristiano: preferiría ser otro, no este que debe contestarte sin muchos argumentos.

Me endilgas tu tristeza y me compeles a consolarte de ella. No seré yo, no seré yo, no seré yo, ansioso como estoy de que mañana tu desazón alcance abismos insondables. Para eso están los amigos, amigo mío: para permitir que los que quieres lleguen hasta el fondo y, desde allí, resurjan impetuosos, chispeantes de renovados bríos. O quizá no, pero ya sabes: tu tristeza de mañana será mi alegría. A veces pasa, y no encuentro el modo de disimularlo.

La tristeza de hoy, en cambio, tiene que ver, me dices, con un descubrimiento: que el Gran Capitán Leo Messi no era puro fútbol, mero fútbol, alguien a quien nada más le importa nada, sino un señor capaz de vender cara su cara a una de las peores dictaduras del planeta. Signo de los tiempos: desde que lo escribí tantos me han dicho “y qué, si le dan buena plata…” ¿Cómo fue que conseguimos llegar a esta simplificación extrema y adaptarnos a vivir en ella? ¿A una religión planetaria con un único dios que todos adoramos, tan huérfana de ateos?

Las explicaciones son, si acaso, políticas, y creo que hacía tiempo que la política no estaba tan presente en un Mundial: denuncias, brazaletes, bozales, las condenas. ¿Será porque está tan ausente de donde debería? ¿O será la percepción errada de un grupito extraviado, unos pocos a los que nos importan estas tonterías? Un ejemplo menor –muy menor– sería el gran Neymar. Este jueves, en un partido entretenido, Serbia siguió el ejemplo argentino-alemán: el subcampeón anterior consiguió perder con el sexto, en otro atentado contra las jerarquías. (¿Recuerdas aquel cantito de Mayo del 68 que decía, en francés, que “la jerarquía/ es como los estantes/ cuanto más altos/ menos sirven”? Lo estamos demostrando.)

Pero bueno, Neymar. Ya sabes que salió de la cancha con un tobillo regordete, desconchado, y sabes también que había prometido que dedicaría su primer gol al futuro expresidente autoritario machista militarista puaj de su país, el mortal Bolso Naro. ¿Esa promesa/amenaza alcanza para desear que su tobillo lo deje en dique seco hasta las fiestas? Ah, ¿querías hacer un gol bolsofacho? Pues mira, ya no puedes. Si lo dijéramos, ¿qué estaríamos diciendo, que es el justo castigo por su toma de posición horripilante o que su líder es yeta o mufa o gafe? ¿O, en realidad, justificaríamos so pretexto de ética la alegría envidiosa de que no siga mejorando a Brasil, el enemigo sempiterno? ¿Para eso también usamos la política? ¿Nos alegra que el adversario sea medio facho como a nuestros adversarios seguramente los alegre ver a Messi venderse a los peores, así tenemos razones “nobles” para descalificarlos?

Todo esto para decirte que admiro y denuncio tu voltereta dialéctica al respecto: ahora, el impensable triunfo mexicano de mañana se justificaría porque el muy Messi entregó su imagen a unos asesinos, peores aún que Bolso. Y que aún así, dices, a los mexicanos les daría pena dejarlo fuera. Porque mañana, lo sabemos, la Argentina se la juega a cara o cruz, a vida o muerte, a todo o nada. (Cómo nos gustan esas situaciones en que todo parece decidirse definitivamente. Es uno de los grandes atributos del fútbol. En la vida esos momentos son muy raros: en general, los procesos dan efectos mezclados y uno no termina de saber si lo que le pasó le conviene del todo: cuál es el resultado. Algo puede ser bueno para tal, malo para cual, indiferente para esto o lo otro. En el fútbol, en cambio, el resultado es uno y está claro: o perdiste o ganaste o empataste. Es uno de sus grandes atractivos: en un mundo confuso ofrece un refugio de claridad bien definida. Simplifica.)

Pero no te preocupes: ese triunfo no sucederá. Sí, lo sé, es la gran oportunidad mexica para vengar la historia. Nunca la historia nos importa más que cuando conseguimos leerla como una acumulación de agravios que alguna vez castigaremos. Tú y tus compatriotas ya tienen suficientes: ni recuerdo la cantidad de veces que los dejamos fuera. Como en muchos de los mejores relatos, la historia general se puede condensar en una historia individual: la de Rogelio Funes Mori, mendocino treintañero que juega de nueve, a quien no le fue bien en la Argentina, emigró, le fue mejor en México y ahora juega en su selección y sueña con hacer un gol mañana –que va a festejar, dice, “con un grito alocado”– para vengarse del país que lo despreció. Cualquier parecido con nuestras relaciones futbolísticas nacionales no es mera coincidencia.

Sí, mañana ustedes podrían lograr la gran revancha: la peor caída argenta de la historia. Yo creo que es una responsabilidad demasiado grande y se van a abatatar. ¿Existe, en mexicano, el verbo abatatar? Es bonito, expresivo, casi infantil y, por eso, indiscutiblemente cruel. Significa inhibirse, paralizarse ante una situación que te desborda y sobrepasa. Abatatados, entonces, por lo enorme de la posibilidad, tus verdes perderán y, aún así, podrán clasificarse si no hacen todo mal.

Mientras tanto, te adelanto más razones: el equipo argentino va a cambiar cuatro o cinco jugadores, pero eso es un detalle. Ya habrás notado que todos los jugadores argentinos se hicieron el mismo corte de pelo. Ahí está la clave. Es, sospecho, uno de esos hechizos o cábalas que desbordan el Río de la Plata. Y, masiva como es, está claro que es más que suficiente para ganarles sin problemas. E incluso, arriesgando: si no alcanza para ganar el Mundial, es que Dios también ha dejado de ser argentino. O quién sabe el Diablo o, ahora, Messi mediante, Alá y su profeta.

Así que aquí te espero. La tristeza por el Pequeño Capitán deberá volverse júbilo por él –cólera, en tu caso– cuando, en lugar de venderse, se vengue con goles. La Argentina, me dicen, está paralizada en esa espera, esa esperanza. Mañana se decide y, como se decide, no te voy a dejar contarlo solo. Espero publicar, si los dioses y los países y los balones lo permiten, una carta al mismo tiempo que la tuya. ¿O te creías que ibas a tener otra vez la penúltima palabra, Tu Excelencia?

La jalea está hecha, o casi hecha. Abrazos pese a todo –y mucha suerte en la derrota. La justicia es ciega pero justa, ya lo sabes.

Juan Villoro responderá este sábado 26 de noviembre.

Ida y Vuelta

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