Un debutante con nota récord en Selectividad

Entré en las categorías inferiores del Real Valladolid CF a los 11 años. Venía de jugar en el CD Parquesol, un equipito de barrio de Valladolid, y me impresionó llevar de repente la misma camiseta que los futbolistas del primer equipo. Nos fijábamos mucho en ellos las tardes en las que íbamos al Estadio Municipal José Zorrilla con los compañeros de equipo. Es curioso cómo defender el mismo escudo nos acercaba a nuestros ídolos, pero a la vez sentíamos que habitaban un mundo inalcanzable, que eran figuras semidivinas. ¿Te imaginas que un día estoy yo ahí?, me atrevía a soñar algunos días. Era una esperanza vaga, un deseo enunciado con la prudencia de quien sabe la dificultad del camino. Nunca imaginé que se cumpliría tan solo ocho años más tarde, el pasado 18 de febrero.

Todo ocurrió tan rápido que no tuve demasiado tiempo para saborear ese momento que llevaba esperando toda la vida. A falta de 12 minutos para el final del partido contra el Real Betis, en la jornada 22, nuestro capitán y portero titular, Jordi Masip, recibió un golpe de un rival. Y como no pudo recuperarse tuve que calentar, vestirme y prepararme mentalmente en cuestión de segundos. Las palabras del míster -”sal y haz lo mismo que cada día en los entrenamientos”, me dijo- y su sonrisa cómplice me tranquilizaron. Paré los tres disparos que me lanzaron y creo que hice una buena actuación, aunque acabamos perdiendo.

De regreso al vestuario, mi teléfono móvil estaba calentito de tantos mensajes. Me hizo muy feliz que tanta gente se acordara de mí y, sobre todo, que felicitaran a mis padres. Gracias a su apoyo, a la estabilidad que me han dado, he podido avanzar como futbolista y también en mi otra vida, la de estudiante universitario.

Mis padres siempre insistieron en que nunca abandonara los estudios y creo que he hecho muy bien en seguir su consejo, pese a todos los sacrificios. Especialmente entre los 16 y los 18 años, cuando mi rutina era entrenar por la mañana, ir a clase por la tarde y estudiar por la noche. Casi no tenía tiempo libre, y en ambos mundos me exigían lo máximo: en el fútbol estaba la etapa más decisiva, el salto del juvenil al filial, y en clase tenía el horizonte de la Selectividad. Por suerte, en ambas facetas salí adelante a base de trabajo y esfuerzo. Me asenté en el Valladolid Promesas (con el tiempo incluso empezaría a asomar en el primer equipo) y en las pruebas de acceso a la universidad saqué la mejor nota de mi clase, un 13,19 sobre 14.

Elegí la carrera de Administración y Dirección de Empresas porque es lo que más me interesaba. Como la economía era mi fuerte (y la literatura mi pesadilla), la elección no me resultó difícil. Por el momento también estoy llevando bien las clases. Me ayuda bastante que otros jóvenes de la primera plantilla y amigos cercanos, como Iván Fresneda o David Torres, también se estén sacando una carrera. Te ayuda a compartir experiencias y a desdramatizar cuando hay que hacer un esfuerzo extra: por ejemplo, cuando en el parón por el Mundial estábamos de concentración en Alicante y tuve que llevarme los apuntes y hacer un examen online una tarde mientras los demás se estaban echando la siesta.

Creo que el hecho de tener esta otra responsabilidad me ayuda a mantener los pies en el suelo. Soy un privilegiado porque de los chavales que empezamos en el Alevín B solo yo y Roberto Arroyo hemos llegado hasta arriba del todo. Aún recuerdo el primer día que entré en el vestuario de los grandes: saludé con timidez, me senté en un rincón e intenté no llamar demasiado la atención. Así es como afronto el reto de asentarme como profesional, con mucha humildad y ganas de aprender. Son los valores que quiero mantener para mi vida, tanto dentro como fuera de los terrenos de juego.

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