Ir al contenido

Los dos equipos que han puesto de moda estudiar en el polideportivo

Tras el éxito del aula abierta en el pabellón de Vic el curso pasado para facilitar que las deportistas no tengan que elegir entre baloncesto y estudios, Granada sigue su ejemplo

Los ecos de las voces y los botes del balón se confunden. Es una tarde cualquiera en el pabellón de Vic (Barcelona). Hasta que en una sala acristalada se hace el silencio. Ahí coinciden dos jugadoras, ambas con sus libros y apuntes. ¿Un aula en mitad de un pabellón? Sí, justamente. Un espacio que el club Femení Osona abrió hace un año, gracias al proyecto Basket Girlz de Endesa, para que sus deportistas no tuvieran que renunciar a nada. Ni a la cancha ni a los estudios.

La iniciativa, que ha sido un éxito rotundo, ahora se imita en otras partes. En un pabellón de Granada han transformado una estancia sin uso del vestuario en una clase y acaban de estrenarla: “Confiamos en que, gracias a ella, el año que viene podamos volver a contar con dos equipos femeninos en edad júnior”, presume con ilusión Francisco Ballesteros, director deportivo del Granada Más Baloncesto (GMASB).

Cuando llega la adolescencia, seis de cada diez chicas que abandonan la práctica del baloncesto lo hacen por la dificultad para compaginar entrenamientos y partidos con el instituto o la universidad. Lo detectó el informe que dio origen al proyecto Basket Girlz, impulsado por Endesa y la FEB. Todo con la colaboración de la investigadora y exbase internacional Mar Rovira. Medidas como la creación de estas dos aulas en pabellones, financiadas por Endesa, suponen un remedio concreto y eficaz contra un abandono prematuro que abre otra brecha de género más contra la que apremia actuar. Porque ellos, los jugadores adolescentes, no presentan las mismas cifras de renuncia.

A Jùlia Vila, base del Femení Osona y entrenadora de categorías formativas, le gusta compartir sala con su compañera de club Aina Gonell mientras ambas se afanan con sus tareas de la facultad. Se motivan la una a la otra. Para Vila, el curso pasado, en el que tuvo que enfrentarse a la Prueba de Acceso Universitaria (PAU), habría sido mucho más complicado sin la disponibilidad de esa aula.

Este espacio de estudido ha sido un gran apoyo para no tener que alejarme del baloncesto al empezar la universidad
Jùlia Vila, jugadora y entrenadora del Femení Osona

“Me pasaba las horas muertas en el pabellón. Entre que terminaba el entrenamiento de las niñas de mini [categoría para jugadoras menores de 12 años] y empezaba el entreno de mi propio equipo no tenía margen para pasar por casa. La sala de estudio me facilitó poder aprovechar el tiempo y me ayudó muchísimo”, cuenta la joven de 18 años, que cursa un doble grado en Ciencias del Deporte y Magisterio en la Universidad de Vic, a la vez que entrena a dos equipos y dirige sobre el parqué al Senior A del club, que disputa la Primera Catalana. “Llevaba todo el bachillerato organizándome y conseguí que me diera la nota de corte. Este espacio fue un gran apoyo, y lo sigue siendo ahora para no tener que alejarme del baloncesto al empezar la universidad”.

Razones para seguir

Aina Gonnel, 18 años y también estudiante del Grado de Ciencias del Deporte, juega de alero. Aunque, dice, comienza a resultarle más estimulante el futuro en los banquillos que en la pista. Como Vila, no aspira a una carrera deportiva profesional. No se trata de eso. Disfrutan con el baloncesto y quieren seguir vinculadas a él. En buena medida, porque sienten que ha conformado lo que son hoy; en la cancha han adquirido valores, el aprendizaje fundamental del básquet fue hacerlas madurar pronto: “Mis padres me decían que me saltara algún entrenamiento, que no pasaba nada”, cuenta Gonnel, “pero tú sabes que si faltas no te fallas solo a ti, le fallas a todo el equipo. El baloncesto me ha enseñado compromiso”.

“Nosotras creemos en el desarrollo integral de la jugadora”, dice Anna Farrès (43 años), coordinadora deportiva del Femení Osona. Ha oído demasiadas veces esas frases de padres y madres que incitan a sus hijas a centrarse en los estudios, como si el baloncesto fuera un obstáculo y no el mejor de los complementos posibles. Afirmaciones que, por supuesto, comprende, porque “hay lugares donde lo que se enseña a las niñas es a competir, no se les permite fallar y aprender de ello, equivocarse”. Valores.

El Femení Osona no es así: la pista también es un campo de aprendizaje para la gestión de las emociones, una versión en miniatura de la vida. Por eso, porque siempre han concedido a la dedicación académica de sus jugadoras una posición preeminente, recibieron con los brazos abiertos la propuesta de construir una sala de estudios. Un aula que se levantó en el marco de la capitalidad nacional del baloncesto femenino que ostentó Vic durante 2024.

El impacto, explica Farrès, ha sido profundo: “Había padres que pensaban que no tendría mucho uso. Pero no ha sido así. Incluso motivacionalmente les ha servido de ayuda: se ponen las pilas unas a las otras para estudiar entre entrenamientos en un ambiente tranquilo”. Y, para las pequeñas, dice, es un ejemplo fácil de imitar: “Ven a las mayores tan centradas y hacen lo mismo”.

El aula de Vic ha convencido hasta a las familias. Anna Rodoreda es maestra de educación primaria. Cada vez que llevaba a su hija solía sentarse en las gradas a trabajar con su ordenador. Hasta que preguntó y supo que tenía permitido el acceso a la sala: “Vengo miércoles y viernes, y siempre hay chicas estudiando para un examen o haciendo deberes; así aprovecho y no me llevo trabajo a casa. Y todavía me queda tiempo para ver un ratito entrenar a mi hija”.

Farrès, que durante cinco años fue entrenadora en el programa de élite Siglo XXI, comenta cómo estas medidas permiten a las jugadoras disfrutar de unas facilidades que hasta ahora solo se ofrecían en ese tipo de clubes de cantera, orientados a formar profesionales del básquet. No es lo mismo: no les van a adaptar planes de estudio y exámenes. Pero es un comienzo. “Si colocaran unas butacas para leer como en una biblioteca, creo que hasta los padres estaríamos encantados de acompañar por las tardes aquí a nuestras hijas”, afirma contenta Rodoreda.

Granada, donde ha cundido el ejemplo

A quinientos kilómetros al sur, en el Granada Más Baloncesto (GMASB), el ejemplo fue una inspiración. “Somos un club con muchísimos niños y niñas, más de 400, y cuando conocimos la experiencia de Vic vimos que encajaba perfectamente con lo que necesitábamos”, explica Francisco Ballesteros, director deportivo del club.

En su sede en el pabellón municipal, una estancia en desuso del vestuario se ha convertido en la segunda sala de estudio del proyecto Basket Girlz promovido por Endesa. Desde su inauguración, este 9 de septiembre, se llena cada tarde con un puñado de jugadores que aprovechan el tiempo antes o después de entrenar. “Siempre hay cuatro o cinco chicos y chicas. Los padres están encantados. Ya de por sí muchos niños se quedaban por aquí hasta que los recogían; ahora, además, están estudiando”, cuenta Ballesteros, que destaca la tranquilidad de unos progenitores que saben que dejan a sus hijos en un entorno seguro.

Cuando llegan a categoría cadete y en el paso a junior veíamos que muchas niñas dejaban el baloncesto. Si conseguimos que, gracias a esta aula, haya más chicas que no se rindan, habrá sido un éxito
Francisco Ballesteros, director deportivo del GMASB

Los entrenadores también colaboran. “Ayudan con dudas, con los deberes… Hemos tratado de mostrar esta idea a las familias para que vean que es una oportunidad. En los últimos años veíamos cómo, al llegar a la etapa cadete o en el paso a junior, muchas niñas dejaban el baloncesto. La presión de los estudios pesaba demasiado. Si conseguimos que haya más chicas que no se rindan habrá sido un éxito”.

Ballesteros, de hecho, se fija una meta: dos equipos femeninos en categoría júnior. Cree que pueden lograrlo. “Hace unos años teníamos dos grupos, pero queda uno solo. Este curso tenemos 40 niñas cadetes. Con la sala de estudio, si conseguimos que se mantengan, que sigan con nosotros, habremos multiplicado el número de jugadoras; habremos abierto camino”, celebra el director deportivo.

Se trata de lanzar un mensaje crucial: que se puede estudiar y seguir jugando. “Hay muchas familias que piensan que si su hijo o hija quiere ser médico o ingeniera debe dejar el baloncesto. Pero no es cierto. No estudias toda la tarde: también necesitas moverte, despejarte. La sala ofrece eso: un entorno de confianza donde el deporte y los estudios van de la mano.”

La rutina, en todo caso, no va a ser fácil. Hay que ordenarse. Baste si no el ejemplo de Gonnel: “Hoy tengo tres entrenamientos seguidos: primero las de mini, luego infantil y por el último el de nuestro equipo. Al final lo que me toca es, al terminar la universidad, correr al pabellón y aprovechar el tiempo. A veces llego muerta, pero merece la pena”. Lo inteligente es seguir.

Archivado En