De ganar perdiendo
Sentir el crecimiento del equipo, la actitud y calidad de todos esos jóvenes que han venido para quedarse en el vestuario culé, permite recobrar el ánimo y la confianza
Es una de las grandes vías de escape de un partido perdido, esa que lleva asociado el aprendizaje a la derrota como confirmando que ganar crea molicie, relajación y, en cambio, la derrota nos hace revisar el modelo, los pequeños detalles, plantearse nuevas cuestiones y buscar nuevas soluciones. Es una de esas ideas que te permite levantarte, ducharte y poder construir un mensaje positivo en un momento de debacle. Cuando en el silencio denso, espeso y triste del vestuario del Olímpico de Atenas, tras el que aún no sabía que sería mi último partido con la camiseta del Barça tras ser barridos por el AC Milan en la final de la Champions, me levanté para decirles a mis compañeros que ahora ya sabíamos a quién había que ganar para volver a levantar la copa de las grandes orejas. Y que ese debía ser desde ese mismo instante nuestro objetivo y nuestra energía, no hacía más que intentar convertir la derrota en energía, en aprendizaje, en estímulo. Un día después estaba fuera del Barça, pero ese vínculo permaneció, para mí, hasta la eliminación del Barça en París en la Champions 94-95. Emociones que mantienen afectos.
Hay quien considera que la derrota no es nunca una opción, que perder debe estar proscrito del lenguaje del deportista, del futbolista. Uno de esos conceptos que de solo formularlos ya nos deja un poco más lejos de la victoria. Uno de esos pensamientos negativos que diferencia a los grandes de aquellos que no lo son tanto. Aún recuerdo el enfado de Luis Aragonés cuando vio el recibimiento que la afición del Valencia nos dispensó a nuestra llegada al Aeropuerto de Manises tras empatar en Vigo y apurar nuestras opciones de ser campeones hasta el último partido, al final de una temporada en la que el Atlético hizo doblete y en la que nosotros no estábamos llamados a ser ni primeros ni segundos. Ni tan siquiera terceros, pero peleamos hasta el final. Le parecía a Luis que el segundo puesto no se celebraba, que aquello debilitaba, que cómo iba a motivar al equipo para la siguiente temporada si nuestra afición se conformaba con ser segundos. Seguro que ya les ha venido a la mente a ese Luis, ya seleccionador en el vestuario del estadio de Prater vienés diciendo a los jugadores de España: “Chicos, las finales no son para jugarlas, son para ganarlas”. Y remachaba: “Del segundo no se acuerda nadie”.
Algo de esa contradicción, de esa doble mirada está tras la evaluación del Barça a su paso por la Supercopa de España. Algo de positivo al sentir el crecimiento del equipo, la actitud y calidad de todos esos jóvenes que han venido para quedarse en el vestuario culé, un cierto aroma de tiempos no tan lejanos y más felices, ciertos brotes positivos a los que agarrarse para recobrar el ánimo y la confianza.
Pero también cierta aceptación de que el rival era superior, de que el efectivo culé esta lejos de su rival de la capital, de que esta temporada va a ser más que de transición de construcción y que eso siempre lleva tiempo, sabiendo que no hay nadie que pueda prohibir perder y que esa variable siempre está, y estará, en la competición y el deporte.
Tal vez, el arte esté en conseguir el equilibrio entre no caer en el desánimo pero tampoco en la excusa. Y seguir persistiendo. Como decía un entrenador que tuve: “Ante la duda, coraje”.
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