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“Los fascistas consiguen que por fin perdamos contra Portugal”

En 1937, el franquismo quiso dar sensación de normalidad con dos partidos de España ante el país vecino

Futbol
Alineación de España contra Portugal, en Vigo el 28 de noviembre de 1937: de pie, Guillermo Eizaguirre, Ipiña, Chacho, Vergara, Quincoces, Vega y Aranaz. Abajo, Ciriaco, Vázquez, Gallart y Epi.ABC

El 9 de mayo de 1937, el semanario Domingo, de San Sebastián, anuncia que “por mandato del Caudillo” un comité trabaja para crear la Federación de Fútbol de la zona Nacional. Lo forman Luciano Urquijo, presidente del Atlético de Madrid, Genaro de la Riva, dirigente del Espanyol, y Juan López García, presidente de la Federación Andaluza y periodista (firmaba como Juanito Balompédico). Los franquistas ya habían tomado el País Vasco y avanzaban por Cantabria hacia Asturias.

La idea de Franco era resucitar cuanto antes el fútbol para dar sensación de normalidad. La FIFA mantenía su reconocimiento a la Federación de la España Republicana, pero estaba casi inactiva. Incautada por el Frente Popular, solo su secretario, Ricardo Cabot, daba señas de actividad desde Barcelona tutelando la actividad de los clubes de la zona del Mediterráneo y manteniendo correspondencia con la FIFA.

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La nueva Federación nació el 12 de junio y su primer propósito fue organizar partidos de selección contra Portugal, Alemania e Italia. Presidente fue el Comandante Julián Troncoso, bizarro militar africanista y exdirectivo del Zaragoza. La prensa republicana le citaba como “el organizador del espionaje franquista en Francia”, cosa cierta, pues era Jefe del Servicio de Información de Fronteras. Un puesto estratégico, dado que, con Madrid acosado, las embajadas se habían trasladado a Hendaya, Biarritz o San Juan de Luz.

Troncoso compaginó ambas actividades, hasta un incidente que luego narraré. Seleccionador fue Amadeo García Salazar, capitán médico y alma mater del Alavés. Fue reclutando jugadores, muchos de ellos sacados del combate, como el portero sevillano Guillermo Eizaguirre, Teniente de la XII Bandera de la Legión, o Jacinto Quincoces, conductor de ambulancias de la Cruz Roja en el frente. Se jugaron varios partidos de probables contra posibles, el primero de los cuales fue la reapertura de San Mamés y lo arbitró Eduardo Iturralde, abuelo del actual comentarista.

Los ensayos no son alentadores. Los mejores están de gira con la selección de Euskadi, de la que solo se han repatriado Roberto Echevarría y el colosal Gorostiza. Este sufrió una larga gripe y no pudo contar. La prensa franquista fantasea con otros retornos (Blasco, Cilaurren, Regueiro, Lángara, Irarragorri…), pero no se produjeron. Tampoco se disponía de jugadores del Mediterráneo, Asturias o Madrid.

La nueva Federación solicitó ser reconocida por la FIFA, argumentando que controlaba la mayoría de las federaciones territoriales: Aragonesa, Balear, Cántabra, Gallega, Hispano-Marroquí, Las Palmas, Navarra, Oeste, Sur, Tinerfeña y Vizcaína. La republicana controlaba la Catalana, la Valenciana y la Murciana. Castellana y Asturiana estaban divididas e inactivas por la guerra.

El 7 de noviembre llega la respuesta salomónica: reconoce a cada Federación jerarquía sobre el territorio bajo su mando y les permite hacer partidos internacionales, pero haciendo constar que carecerán de oficialidad. La noticia es acogida con albricias en la zona franquista. La republicana se siente traicionada.

El estreno es ante Portugal en Vigo el 28 de noviembre con árbitro italiano, 30.000 espectadores entre los que no cabe un alfiler y prolegómenos entusiastas: desfiles, discursos de hermandad ibérica, votos por el pronto final de la guerra y delirio cuando la megafonía anuncia que cuatro jugadores han sufrido heridas en el frente. El equipo viste de azul claro, con el yugo y las fechas como escudo. Juegan: Guillermo Eizaguirre, Ciriaco, Quincoces; Aranaz, Vega, Ipiña; Epi, Gallart, Vergara, Chacho y Vázquez. Solo los tres primeros hubieran sido titulares en una selección de los mejores del momento. Epi era un adolescente que llegaría a estrella.

Portugal nunca había ganado a España en 12 choques previos. ‘O jogo que nunca ganhamos’, decían. Pero esta vez ganaron 1-2. Una explosión al otro lado de la frontera (“A mais grande vitoria despois de Aljubatrota”, tituló un diario) y rechifla en la zona republicana, sintetizada en este otro: “Los fascistas consiguieron que, por fin, España perdiera con Portugal”.

Y lo repetirían el 30 de enero del 38, devolución de visita en Lisboa (1-0), de nuevo con árbitro italiano. Ofició de presidente Juanito Balompédico por ausencia de Troncoso, desaparecido por un rocambolesco asunto del que se tuvo noticia después. Había ido en lancha a Brest al frente de un comando para apropiarse de un submarino republicano C-2 refugiado allí tras la caída de Gijón. La operación falló y acabó encarcelado en Francia, de donde le pudieron sacar tras cuatro meses. También faltó Amadeo Salazar, por accidente de tráfico, y le sustituyó Ramón Encinas. Esta vez España vistió de blanco, de nuevo con el yugo y las flechas. Salieron Guillermo Eizaguirre, Ciriaco, Quincoces; Peral, Soladrero, Germán; Epi, Vergara, Campanal, Herrerita y Vázquez. Cambia la media completa y hay dos novedades en la delantera. En Portugal, tres jugadores evitan el saludo romano. La nueva derrota ahuyentó la idea de jugar contra Italia y Alemania. No hubo más selección hasta terminada la guerra.

Esos dos partidos no cuentan en el palmarés de los países ni la FIFA los registra.

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