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Hideki Matsuyama hace grande a Japón

El nipón conquista el Masters y se convierte en el primer golfista de su país con un grande. Jon Rahm borda la última jornada para ser quinto

Matsuyama, con la chaqueta verde.
Matsuyama, con la chaqueta verde.MIKE SEGAR (Reuters)
Juan Morenilla

El Masters de Augusta se decidió entre dos grandes historias. De un lado, Hideki Matsuyama en busca de convertirse en el primer japonés con un grande en categoría masculina y en el primer golfista asiático que viste la chaqueta verde. Del otro, Will Zalatoris y su cuento de la cenicienta, el de un estadounidense de 24 años que debutaba en el torneo y que ni siquiera tiene todavía tarjeta del circuito americano. Dos sueños frente a frente. Entre el jugador con todo un país detrás y el chico al que casi nadie conocía, además de Jordan Spieth (otro con una novela detrás) y Xander Schauffele, se disputaron el Masters.

El titular fue para Matsuyama. El chico de 29 años resistió la presión y con 10 bajo par (la mitad que el año pasado Dustin Johnson) se impuso con un golpe de ventaja sobre Zalatoris, tres sobre Spieth y Schauffele, y cuatro sobre un Jon Rahm que remontó en una gran jornada para atrapar el quinto puesto.

El primer grande en la historia del golf japonés se descorchó en medio de una tensión tremenda. Cuando Matsuyama dio el primer golpe del día, sabía que había todo un país viéndole (literalmente: las televisiones niponas son un ejército en grandes citas como el Masters). La bola se marchó a la derecha. A las primeras, el líder mostraba debilidad. A remolque, Matsuyama cargó con un bogey mientras que por delante de él Zalatoris había convocado a la caballería: birdie en el uno y en el dos, y la distancia de cuatro golpes reducida a uno.

“En mi familia”, había resumido Zalatoris, “decimos que si era lo suficientemente estúpido como para pensar que podía jugar el Masters, también lo soy para pensar que puedo ganar”. Profesional desde 2018, ha hecho méritos gracias a invitaciones en los torneos hasta que en el Masters explotó, cerca de relevar a Fuzzy Zoeller (1979) como único debutante que conquista el trofeo (también lo hicieron Horton Smith en 1934 y Gene Sarazen en 1935, pero esas fueron las dos primeras ediciones). Ya había avisado el rubio jugador con un sexto puesto en el pasado US Open (el que venció el culturista DeChambeau), y ahora ha llegado para quedarse. No dejan de salir nuevas promesas en el golf. La competencia se multiplica cada año.

Ante los Juegos

Matsuyama, que fue el mejor no profesional en el Masters hace 10 años, ya había hecho historia al ser el primer japonés en encabezar un grande, después de una tercera vuelta sin fallo. El héroe nacional estaba preparado. Y lo demostró en el segundo hoyo con un birdie (un golpe menos del par del hoyo) para templar los nervios, aprovechar luego los pares cinco del ocho y el 13 y caminar con paso firme hacia la chaqueta verde. Cuando en este hoyo su errático golpe de salida dio en los árboles y la bola volvió mansa a la calle, el nombre del campeón parecía que estaba escrito. Aún se llevaría un susto en el 15, con la bola al agua, pero un triple bogey de Schauffele (tres golpes más) en el par tres del 16, después de cuatro birdies seguidos, zanjó la película.

Japón tiene un nuevo ídolo sobre el que redoblará a partir de ahora sus esperanzas en los grandes y en los próximos Juegos de Tokio. Y el golf acogió a un nuevo país entre los triunfadores en el Grand Slam. Matsuyama, eso sí, ni movió un pelo cuando embocó el putt (golpe corto) que le permite entrar en un club único. “Estaba nervioso desde el principio hacia el final”, confesó luego; “ojalá yo haya sido el pionero y abra la puerta a otros muchos jugadores japoneses”. Poco después Tiger Woods le felicitó por una victoria que impactará “en el mundo entero del golf”.

A un bocado de la gloria se quedó de nuevo Jon Rahm, que en Augusta no hace más que pedir cita con el sastre de la chaqueta verde. Son cinco participaciones a los 26 años y en las cuatro últimas ha quedado entre los 10 mejores: cuarto, noveno, séptimo y quinto. Un prodigio de regularidad sin comparación en el circuito y la señal de que, como con Seve y Olazabal, el Masters está escrito en su destino. Son cuatro puestos de honor mientras que en los otros tres grandes juntos suma dos: un cuarto lugar en el PGA de 2018 y un tercero en el US Open de 2019.

Rahm, tras un birdie en el 15.
Rahm, tras un birdie en el 15.JONATHAN ERNST (Reuters)

Sin los focos encima después de tres rondas seguidas en el par, a un abismo del líder, el vasco despegó como un cohete. A punto estuvo ya de firmar el eagle (menos dos) en el primer hoyo, y lo cazó en el segundo (par cinco) para descontar tres golpes en un pestañeo y lanzarse a por todas. Si no podía alcanzar el trono, sí lucharía por acercarse lo máximo posible. Su vuelta fue inmaculada, sin un bogey.

En el de Barrika quedó la sensación de que su primer grande volvió a escapársele por poco. “Es golf. Es lo que hay. Hoy he hecho lo que no pude hacer los primeros días, empezar fuerte y con mucha confianza”, analizó Rahm. “Lo bueno es lo bien que he jugado y saber que, si algún día lo necesito, soy capaz de cometer pocos fallos en este campo y lo he demostrado. Es divertido pensar en lo que podría haber sido. Una pena que estuviera tan lejos del líder”, comentó el vasco, de vuelta rápido a casa, en Arizona, tras el reciente nacimiento de su primer hijo, Kepa Cahill. “Ahora termino y me olvido del golf y empiezo a pensar en Kepa. La mentalidad ha cambiado y estoy mucho más relajado”.

Olazabal ya no es tan “antiguo”

Hace no tanto que Chema Olazabal ni siquiera tenía ordenador ni usaba internet y apenas se manejaba con el teléfono móvil para mandar un par de mensajes. (“Me da igual que me llamen antiguo. Es la pura verdad. Soy un antiguo”). Hasta que, reinventarse o morir, el doble campeón de la chaqueta verde (1994 y 1999) no ha tenido más remedio que abrir un poco la puerta al uso de la tecnología.

A los 55 años, ya se maneja con wasap, aparece en alguna charla telemática e incluso este invierno permitió que en sus entrenamientos se colara una herramienta llamada Trackman y que sirve para medir el vuelo de la bola. Todo encaminado a prepararse mejor para su amado Augusta, el lugar donde se siente en paz.

“Yo, que no suelo ser muy partidario de la tecnología, he trabajado bastante duro con el Trackman”, explicaba el de Hondarribia antes del torneo, convencido por el caddie Pello Iguaran de probar algún artilugio de la vida moderna. La actualización no le fue mal porque por primera vez desde 2014 pasó el corte, aunque en las dos últimas jornadas haya sufrido al “monstruo” que es para él un campo tan largo. Tres arriba en el sábado y tres arriba el domingo para +8. Y acabando con una enorme sonrisa tras un acierto con el putt desde unos siete metros en el 18, su último golpe de la semana, el puño apretado y la cara de satisfacción después del esfuerzo: “Me ha sabido a gloria divina”.

Clasificación completa del Masters de Augusta.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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