Los Juegos del miedo y la desigualdad
La secretaria de Estado para el Deporte considera que la cita olímpica no se puede desarrollar plenamente en las circunstancias actuales
En estos días de lucha contra el coronavirus, los deportistas españoles están despertando una ola de admiración. Acostumbrados a correr, saltar, nadar, lanzar, golpear, les hemos pedido que cambien todos los verbos de movimiento por uno estático: quedarse. ¿Dónde? No en sus gimnasios, pistas, canchas, circuitos, campos… No, les hemos pedido que se queden en casa.
La petición es la misma que para toda la población, pero no resulta difícil imaginar lo que significa para un deportista reducir súbitamente su actividad física. Conscientes de que esta lucha colectiva contra el coronavirus es un trabajo de equipo, y sabedores de su influencia social y del valor pedagógico del deporte, están difundiendo el mensaje más necesario: #QuedateEnCa-sa. Además, con vídeos en redes sociales inspiran a gente de a pie a hacer ejercicio físico, lo cual ayuda a sobrellevar el confinamiento. Especial valor ha tenido la apelación de Miguel Carballeda a superar las dificultades inspirándonos en los atletas paralímpicos. Nunca les agradeceremos suficiente su sacrificio y apoyo.
La presión psicológica que la incertidumbre sobre los Juegos ejerce sobre los deportistas es enorme, como ha señalado el presidente del COE, Alejandro Blanco. El presidente del COI, Thomas Bach, insistió en que Tokio 2020 se celebrará. El Gobierno español está especialmente preocupado por la desigualdad en la competición que introduce la pandemia, a cuatro meses vista. Gimnastas, piragüistas, nadadores, luchadores y un larguísimo etcétera componen la lista de damnificados. Una potencia en deportes de equipo, como España, está en especial desventaja con el coronavirus.
La emergencia sanitaria está introduciendo desigualdades preocupantes entre atletas y entre países. En Estados Unidos, las Universidades están cerradas, incluyendo Stanford y Texas, dos de los principales lugares de entrenamiento de nadadores de nivel olímpico. Atletas como la canadiense Hayley Wickenheiser, una leyenda del hockey sobre hielo, están pidiendo el aplazamiento de los Juegos. En España lo han hecho grandísimos deportistas, muchos de ellos clasificados para Tokio. Entre ellos, Carolina Marín, Fernando Alarza, Álvaro Martín, María Pérez, Marta Pérez, Lorenzo Albaladejo, Arturo Casado…
Los 15 países más afectados por la Covid-19 —entre ellos, España— envían aproximadamente un tercio de los deportistas, y es obvio que ni las condiciones de entrenamiento ni las de concentración son óptimas. Además, con la práctica totalidad de las pruebas clasificatorias para Tokio suspendidas, Bach reveló el martes que sólo el 57% de los atletas están clasificados. Lo que significa que más del 40% de las plazas están por asignar. ¿Cómo se va a hacer? ¿Introducirá eso nuevos elementos de desigualdad?
Todos queremos unos Juegos. Más allá de las medallas, el espectáculo y el interés económico, significan el encuentro pacífico de la humanidad cada cuatro años. Ese momento en que todos los países nos enorgullecemos del talento y esfuerzo de nuestros deportistas. En los Juegos brilla el aspecto civilizatorio del deporte que, al basarse en reglas compartidas, nos recuerda el valor de la propia civilización humana. Por todo esto, sería triste que los de Tokio fueran los Juegos de la desigualdad. El coronavirus nos impone distancia social, nos instila el pavor de tocar y ser tocados; y ha hecho temibles las multitudes, consustanciales a unos Juegos. También sería triste que acabaran siendo los Juegos del miedo.
Todos queremos unos Juegos, pero deseamos que, cuando podamos celebrarlos, constituyan el momento en que la humanidad se reúne de nuevo, se toca y se abraza sin miedo. Una vez erradicada por completo la pandemia, constituiría un momento de emoción inigualable, de reencuentro y celebración global, no importa en qué fecha. Sería hermoso que los de Tokio fueran los Juegos del abrazo.
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