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El fugado Cima derrota al sprint al pelotón, que yerra el cálculo

El Giro de las montañas se toma un respiro antes de afrontar los Dolomitas el fin de semana con Carapaz de líder

Carlos Arribas
Carapaz, con la bici rosa que le regaló el equipo. A la izquierda, Mas.
Carapaz, con la bici rosa que le regaló el equipo. A la izquierda, Mas.LUK BENIES (AFP)

En Italia como en el Giro todo sucede súbito, radical, y así llega la primavera de golpe al valle tirolés la víspera gris, anunciada a los ciclistas por las esquilas alegres de las vacas en el prado verde junto a su hotel, aunque a las cinco de la mañana las primeras luces del amanecer claro ya la hacían presagiar. El sol aumenta el temor, regresa el polen, regresan las procesionarias a los pinos, las alergias anegadas en los diluvios fríos de los días anteriores rebrotan, y el líder, Carapaz, lo conjura montando sobre una bici rosa como su maglia rosa que le han puesto los del Movistar como regalo sorpresa la noche larga de su cumpleaños celebrado con una tarta, unas bengalas y un discurso cuando calló el acordeón de un paisano que le festejaba: “La mejor celebración de mi vida”, les dice a sus siete compañeros. “Todos hemos hecho muy bien nuestro trabajo y por eso estoy aquí, de rosa; y debemos seguir haciéndolo”.

La bici se la regala su equipo pero el fabricante Canyon ya la había empezado a construir unos días antes, antes incluso de que el ecuatoriano se vistiera de rosa. Fue el propio Carapaz el que le advirtió al patrón de la marca alemana el viernes pasado, la víspera del ataque total en el Col de San Carlo hacia Courmayeur con el que alcanzó el liderato. “Mañana me tendrás que hacer una bici rosa”, le dijo, tan convencido estaba entonces de que podría con Roglic y con Nibali en el valle de Aosta, tan convencido como está ahora de que el domingo acabará de rosa en Verona.

El Giro cambia como el tiempo y se lanza cuesta abajo veloz de las montañas puras al Adriático sucio de las costas de Venecia no lejano de la meta de Santa Maria di Sala, altitud 13 metros, una recta que se pierde en el horizonte, donde gana Cima, fugado 200 kilómetros, por una rueda a todo el pelotón que había errado por 1s el cálculo de la persecución en un sprint en el que el Giro rebota para volver a las montañas dos días más tras atravesar de nuevo la vieja frontera austrohúngara. Simboliza la esperanza, el hombre puede derrotar a su destino, el modesto Cima, bresciano, que ha estado en fuga 930 kilómetros todo el Giro, todas las etapas llanas, más que nadie, y al fin ha llegado.

Faltan los Dolomitas, que los ciclistas han visto hermosos y pacíficos en su descenso al mar, paisaje de fondo de su paseo por el Cadore donde se habla el ladino y las Tres Cimas de Lavaredo de Eddy Merckx brillan al sol, sin una nube que las oscurezca. Debe de ser un placer curioso para un ciclista atravesar esas regiones sin tener que sudar en sus puertos; pasar por Belluno y poder acordarse más de Buzzati que del Nevegal de Contador, y sonreír pensando en Bruseghin criando asnos y vendimiando uvas dorada para su prosecco en las laderas cuando pasan por Conegliano y no maldecir sus carreteras en continuo subibaja.

Un chaparrón corto, un nubarrón, súbito, por supuesto, les saca del ensueño y les devuelve a la pesadilla. Es un recuerdo reflejo. Nace cuando a Carapaz la pasan el chubasquero rosa, la misma prenda infernal que el martes, entre Edolo, al pie del Mortirolo, y la meta de Ponte di Legno y el frío y la lluvia, le castigó con su momento más delicado en lo que va de Giro. El chaleco antilluvia que le pasó el Giro a su líder tenía aún sellado el enganche de la cremallera, y mientras el ecuatoriano debió emplearse hasta con la dentadura para romperlo y poder abrochárselo, en el grupo en el que iba Caruso tiraba como un cohete para llevarse a Nibali volando delante de sus narices. Carapaz iba perdiendo terreno y Caruso acelerando, tomado de cerquísima por una cámara de la RAI que viajaba en moto justo unos metros por delante. De repente, un impresionante Toyota todoterreno híbrido rojo entró brusco en el encuadre de la cámara, cuyo operador tiembla y pierde el control: son los comisarios, alertados por algunos directores de equipo, que intervienen para alejar a la moto a cuyo rebufo tan rápido iba Caruso. Automáticamente, la velocidad del grupo cae. Carapaz, ya abrigado, se reintegra. El susto pasó. El que vuelva repetirse la influencia de las motos mañana, en la etapa más dura que queda, los Dolomitas del Manghen, es una de las pocas cosas que teme Carapaz. En la otra, un posible desfallecimiento porque la energía se le acabe antes de tiempo, prefiere no pensar.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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