Goles en el tren
En una exaltación de la vida patética, a la hora que empezaba la final de Lyon me puse a la cola para subirme a un AVE a Barcelona
En una exaltación de la vida patética, a la hora que empezaba la final de Lyon me puse a la cola para subirme a un tren que me llevaría a Barcelona. No me extrañó nada esa idiotez. La final de la Champions de Lisboa ya me había sorprendido en Austria haciendo un reportaje sobre unos jóvenes malagueños —y unos publicistas— que habían viajado en secreto a Viena para dar una sorpresa a un amigo emigrado, y para el que recrearon, en mitad del barrio griego, el chiringuito Los cuñao de Málaga. Lo sé: alucinante. A duras penas conseguí ver la final, que ya sabemos cómo acabó, y que a veces creo que aún se está jugando. Eso sí, con aquel reportaje me embolsé 50 frioleros euros de los de antes. Como El tercer hombre es una de mis películas favoritas, y transcurre en Viena, cuando pienso en aquel día deplorable siempre recuerdo a un personaje de la peli que en un momento dado dice: “No tengo ánimos para reírme dos veces".
No aprendí la lección, obviamente, y cuatro años después iba a ver fuera de sitio otra final del Atlético, esta vez en un vagón de tren, y a través de un teléfono móvil. Me puse cómodo –mentira– y conseguí conexión dos minutos antes del gol de Griezmann. No lo celebré demasiado a lo grande, aunque me reí dos veces, bajito, porque en el asiento de al lado una señora se las tenía muy serias con un documento de Excel. Levanté la cabeza, por si había algún otro atlético en el tren, tan desahuciado como yo, pero solo vi a gente muy seria pensando o hablando entre ella de sus cosas. Yo no tenía cosas, si quitamos un sándwich de madera de pino, jamón, queso y pepinillo que había comprado en la estación de Atocha.
Al poco de comenzar la segunda parte, recibí un whatsapp de mi editora, bastante parco: «Gol». Minuto y medio después, en la emisión (casi en diferido) de mi teléfono marcaba Griezmann el segundo. Ni un grito. Tuve la sensación de que viajaba en un tren lleno de muertos, así que lo celebré aún menos a lo grande que el primero. Entre que el Atlético dominaba, y que el teléfono se quedaba sin cobertura, cada poco espiaba el ordenador de la pasajera en busca de emociones. El Excel a veces te da una buena sorpresa. Di un respingo cuando borró sin querer unos balances. Con Gabi a punto de chutar, el teléfono se quedó en negro. Se había acabado la batería. Me temí lo peor. Para cuando conseguí un cargador, Torres levantaba la copa. Me sentí tan ligero y en paz que pensé que ahora el muerto era yo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.