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Champions League - semifinal - jornada 1Así fue
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Salah encarga un Balón de Oro en la goleada del Liverpool a la Roma

La ola del equipo Klopp arrastra a su rival con dos goles y dos asistencias del delantero egipcio, más iluminado que nunca esta temporada con 43 tantos en todos los torneos

Salah pide perdón a la Roma tras uno de sus goles mientras Firmino salta. En vídeo, declaraciones de Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool.Vídeo: Peter Byrne
Diego Torres

Pedían el Balón de Oro para Momo Salah. Si bastan cuatro noches brillantes para coronarse como rey del fútbol, el delantero egipcio del Liverpool ya está en el sitial de Cristiano y reclama su derecho sucesorio. Su actuación ante la Roma en la ida de la semifinal de la Champions le elevó por encima de su nivel precedente, una vez más. El hombre ha pasado de ser un buen definidor en Italia a romper en ejecutor de maravillas en su regreso a Inglaterra. Suma 43 goles en todos los torneos y desde hace semanas, además de dar el último toque controla como los ángeles, desborda, se va de uno, de dos, de tres y asiste. Se diría que la primavera le ha sentado bien. A sus 25 años le toca florecer. Frente a la Roma hizo el 1-0, el 2-0, dio el pase del 3-0 y repitió asistencia en el 4-0. Pedían el Balón de Oro para el egipcio. Le declaraban faraón, le levantaban una pirámide cuando le sustuyeron en el minuto 75. La ovación recorría Europa y África. Son tiempos desaforados. Tanto, que la Roma se revolvió en los últimos minutos para salir del sarcófago del 5-0 y caminar como la momia aterrando a los reds en la galería oscura. Dzeko y Perotti pusieron el 5-2 y devolvieron la vida a una eliminatoria insólita antes de jugarse y mucho más después del pitido inicial.

Siguiendo el curso equívoco de los acontecimientos el Liverpool comenzó por romperse. Sus jugadores corrían sin orden. Las líneas se abrían descubriendo el campo al pase y al control del invasor. El famoso pressing parecía un mecanismo desactivado por De Rossi. El capitán avanzó con la seguridad que le proporcionaron sus tres centrales y se asoció con Strootman, Kolarov y Florenzi para agrupar a la Roma alrededor del área local. El Liverpool achicaba hacia atrás, expuesto al mazazo, cuando Kolarov sacó un tiro desde fuera del área. La pelota dobló las manos de Karius y pegó en el travesaño.

La multitud de Anfield hizo silencio ante el miserable panorama que se le presentaba. El partido era un ir y venir de balones largos, una sucesión de disputas de los nueves con los centrales, una fricción de Dzeko con van Dijk, otro roce de Firmino con Manolas, una cadena de patadas, de tropiezos. Baja tras sufrir un golpe, Oxlade-Chamberlain fue retirado en camilla y entró el atlético Wijnaldun. Viejos recuerdos inquietantes y esperanzadores a la vez sobrevaloraron la grada. El City también dominó en los cuartos de final, en la ida y en la vuelta. Durante más de 20 minutos, los hombres de Klopp fueron un grupo aturdido. Al menos en apariencia. Otra vez. Todo se desmoronaba cuando un incidente cualquiera provocó el estallido y la subversión. La ruina de la Roma, como la ruina del City. Una tormenta desatada: Mané que arranca, provoca la falta de Jesús, y empieza el show.

Cuando el Liverpool se desata se desatan Arnold y Robertson por las bandas, el galgo Wijnaldun por el medio, el omnipresente Mané en todo el frente, Firmino allí donde más molesta a los centrales, y Salah con el cañón. Ni uno solo va falto de corazón, de pulmones, de piernas rápidas. Son jóvenes y se entusiasman con el ruido. Les encanta correr al espacio libre y no hay defensa que aguante el embate. No en vano son el equipo más goleador de la Champions. Cuando arrancan no paran.

En cinco minutos Mané dispuso de dos ocasiones cantadas y Firmino obligó a Becker a sudar para despejar un tiro ajustado. El gran Firmino, el hombre para el que nadie pedirá galas, ni coronas, ni cetros, punta magnífico, generoso, astuto, fue el agente perturbador cuando Henderson presionó y le quitó la pelota a Strootman. El brasileño recibió, se giró y habilitó a Salah para que le pegara con rosquita desde el vértice del área. El balón entró por la escuadra más lejana. La bendición. Durante el rato que siguió, a Salah le salió todo.

La Roma no se sobrepuso al primer golpe cuando encajó el segundo. Van Dijk despejó apurado, Salah la jugó a un toque para Firmino, y el punta midió los tiempos antes de devolvérsela al egipcio para que acelerara en campo abierto aprovechando la descolocación total de la defensa. Sobre la salida de Becker rauleó: metió la cucharita y el 2-0. A la vuelta del descanso, Mané y Firmino por dos veces barrieron a la Roma. El senegalés empujó un centro de Salah y Firmino hizo de nueve: un gol en el segundo palo y otro de cabeza a la salida de un córner. Hasta que, en el minuto 67, Di Francesco metió a Perotti y a Gonalons por Jesús y De Rossi.

Sin la magia de Salah —en el banquillo— empezó otro partido. Un partido romanista. Un círculo que se cerró como se abrió. Con el Liverpool desordenado pero, esta vez encajando. Espantado ante su adversario más limitado, Nainggolan, un demonio, agitador de las jugadas de los dos goles que reabren la eliminatoria más extraña y más divertida.

Monchi, el director deportivo de la Roma, saltó al campo cuando solo los 2.000 hinchas visitantes permanecían en las gradas. Cantando, al ver al dirigente, le saludaron. Monchi apretó los puños. Señal de tensión, de optimismo, de ganas de aferrarse a esta Champions que no los acaba de matar.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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