Alejandro Valverde y los ‘tornillos atómicos’
El murciano gana su tercera Volta a punto de cumplir 38 años, solo ocho meses después de sufrir una grave caída que le destrozó la rodilla
A veces bromea Alejandro Valverde con su gente y les dice que se siente tan bien que llega a pensar que, cuando le operaron para recomponerle la rodilla, los tornillos que le colocaron para sujetar el hueso fracturado no son en realidad los pequeños clavos de carbono y acero que aparentan ser sino pilas atómicas que le generan una energía incalculable no tanto para acelerar sus músculos y su corazón y sus pulmones, siempre a tope, sino para activar su cerebro. Y rejuvenecerlo. Y los amigos le escuchan, y alguno cree que lo que dice es así porque, si no, no se lo puede explicar. Nadie, en realidad, da con una explicación lógica. Tampoco él, seguramente.
Valverde tiene 37 años, casi 38 (el 25 de abril los cumple, dentro de un mes) y acaba de ganar su tercera Volta a Catalunya, tantas como Indurain, “el gran Miguel”, que dice él. Lamenta Valverde que en la última etapa de la carrera catalana, la que se ha disputado la mañana del domingo en la colina de Montjuïc (victoria de Simon Yates por delante de Marc Soler), se cayera su principal rival, el Kid Maravilla de Zipaquirá Egan Bernal (21 años cumplidos en enero), y tuviera que abandonar con una clavícula y una muñeca fracturadas. Y sigue hablando, y no habla más en pasado, como un viejo a quien los recuerdos dan la vida, sino en futuro siempre, como un juvenil con toda la carrera por delante. Piensa en batir récords. En seguir ganado carreras, el único objetivo que parece moverle. Terminados los dos primeros meses de la temporada con tres triunfos en carreras de una semana (Vuelta a Valencia, Tour de Abu Dabi y Volta a Catalunya), más cinco etapas surtidas, el líder del Movistar llega a abril, el mes de las clásicas, de la Flecha y de la Lieja, el monumento que ama. Ha ganado ya cinco Flechas, más que nadie en la historia, y piensa en la sexta, y dice que si llega al muro de Huy, la empinadísima cuesta final, en cabeza, ganará seguro, arrancará a 300 metros de la meta y nadie le podrá superar. Ha ganado cuatro Liejas y piensa en la quinta, la que le igualaría como máximo vencedor con Eddy Merckx, el Caníbal al que nadie alcanzará nunca.
Esa es su voluntad y su deseo. La energía para llegar se la dio la caída en el prólogo del Tour pasado, el 1 de julio lluvioso en la contrarreloj de Düsseldorf, en la que se cayó y se rompió la rodilla. Muchos dijeron que Valverde, tan viejo, nunca volvería a ser el mismo, a estar a la altura del ciclista que en 15 años de carrera había llegado a los 108 triunfos (múltiples etapas y pruebas de un día y, junto a sus clásicas belgas y tres Voltas, una Vuelta a España, podios en Giro y Tour, dos Dauphinés, cinco Andalucías, una Vuelta al País Vasco, dos Clásicas de San Sebastián…), y el murciano, entre sesión de rehabilitación y sesión de gimnasio, respondió a los dubitativos apuntándose a Strava, la red en la que profesionales y aficionados vuelcan para compararlos los datos de sus carreras (tiempo, velocidad, vatios) y que genera rankings para recorridos y puertos determinados. “Lo hice para motivarme”, dice Valverde, que empezó a controlar los récords de los puertos de montaña más conocidos para intentar batirlo. “Parece que estoy en el ciclismo para batir récords. Nunca me lo habría imaginado cuando empecé”. Antes de comenzar la Volta, el sábado de la semana pasada, el francés Romain Bardet anunció en Twitter que Valverde le había arrebatado el récord de la subida a Vallter 2000, la ascensión a la que por la nieve debió renunciar la Volta el miércoles pasado.
El fulgor perpetuo de Valverde inacabable coincide con el reforzamiento de su equipo, el Movistar, con Mikel Landa, el español que llega, lo que, único a la presencia del colombiano Nairo Quintana (segundo en la Volta que ganó en 2017 tras el abandono de su compatriota Bernal), y la eclosión de Marc Soler, ganador de la París-Niza, hizo pensar a muchos que la pelea de ombligos en el equipo de Eusebio Unzue sería inevitable. La respuesta a la duda la ofreció el equipo el jueves en la etapa de La Molina: el trabajo atacante y agresivo de Soler y Nairo hizo inevitable la victoria de Valverde. “Lo hace tan bien mi equipo que yo solo tengo que rematar la faena”, dice Valverde. “Porque esta Volta no iba a dejarla escapar”.
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