Ahora sí, Tiger Woods ha vuelto
El californiano es segundo en el Valspar Championship, su mejor resultado en cinco años, y demuestra que ha recuperado la salud y el juego
Y por fin, Tiger Woods sonrió. Había luchado como solo él sabe durante durante todo el torneo, en especial durante esa última jornada del Valspar Championship, en Florida, que podía acabar con su primer título en cinco años. Pero le esquivaban los birdies que necesitaba para dar el zarpazo final. El Tigre se dejaba pocos putts cercanos, esos de cinco o seis metros que acostumbraba a devorar, y los que tuvo se le perdían por la orilla. Los líderes andaban cerca, y Tiger olía la sangre por primera vez en mucho tiempo. Para alguien tan hambriento como él, y tan necesitado de una presa, la ocasión exigía no rendirse. Claro que tampoco lo ha hecho nunca. De modo que apretó una vez más los dientes y en el hoyo 17, con casi todo perdido, regaló uno de esos golpes que le han convertido en leyenda. Un putt de casi 15 metros que dibujó al fin una sonrisa en su cara mientras saludaba con la gorra y que levantó un rugido en todo el campo. Esa era la señal. El Tigre había vuelto.
Aunque fue ya muy tarde, y en el hoyo 18 no pudo igualar a Paul Casey, que ganó con 10 bajo par, por -9 de Tiger y Patrick Reed, y -8 de un gran Sergio García (el mejor el domingo, con 65 golpes, como Casey), Woods salió del torneo como si fuera el campeón. Fue colíder durante varios momentos del fin de semana junto a golfistas de altos vuelos, acabó como el único jugador que bajó del par (71) las cuatro jornadas (70, 68, 67 y 70), escaló 239 puestos en la clasificación mundial, del 388 al 149, y el segundo puesto fue su mejor resultado desde hace cinco años, en el NorthWestern Mutual World de diciembre de 2013. Y sobre todo, más allá de los números, el Tigre dio la sensación de que ha recuperado la salud y el juego para volver a luchar por todo a partir de ahora. Grandes incluidos.
Hace unas semanas, durante el viaje en avión de un torneo a otro, Justin Thomas le preguntó a Tiger cuál era su entrenamiento en un día cualquiera a su edad, 24 años. El Tigre, que ahora tiene 42, le contó: “Primero corría cuatro millas. Después iba al gimnasio y levantaba pesas. Más tarde daba bolas durante dos o tres horas. Jugaba 18 hoyos. Volvía y practicaba juego corto. Corría otras cuatro millas. Y si a alguien le apetecía, jugaba al tenis o al baloncesto. Así era mi día a día. Ahora no hago nada de eso”.
Llega el Masters de Augusta
Para Tiger, todo empezó en el Masters de Augusta. Y al Masters vuelve del 5 al 8 de abril, después de jugar esta semana en Bay Hill. Será su primer grande desde 2015, año en el que fue 17º entre las azaleas y en el que no pasó el corte en los tres otros majors. Su regreso será en Augusta, donde su increíble triunfo en 1997 no solo inauguró su palmarés de 14 grandes, sino que cambió para siempre el golf y dejó récords para la historia.
A esa chaqueta verde unió Tiger otras tres iguales, en 2001, 2002 y 2005. Woods ha jugado 20 veces el Masters, entre amateur y profesional. Así que tampoco extraña que su nombre aparezca ya en alguna quiniela entre los favoritos para ganar este año en Augusta, un recorrido que conoce como la palma de su mano. Un triunfo del Tigre sería apoteósico. Su cuenta de grandes se paró en 14, a cuatro de los 18 de Jack Nicklaus, en el US Open de 2008. Si Woods es capaz de poner el contador en marcha 10 años después es tan incierto como apasionante el debate. Lo único seguro es que aguarda un Masters de muchos quilates. A los renacidos Tiger y Mickelson (otros tres Masters), se unen Dustin Johnson, Jordan Spieth, Sergio García, Jon Rahm...
Ahora, Tiger Woods es feliz con jugar, con sentirse competitivo otra vez. Después de cuatro operaciones de espalda, otras cuatro en la rodilla izquierda, una retirada por el escándalo de su adicción al sexo, un arresto por conducir drogado... la vida es otra para el mito. Woods ha estado en los infiernos, y nadie le hubiera reprochado que lo dejara, que dijera basta. Su legado de 14 grandes y, sobre todo, la revolución que supuso en su deporte, le han reservado un lugar infinito en el olimpo. Pero Tiger siempre ha querido volver, lo ha intentado una y otra vez..., y una y otra vez se ha estrellado. Quizás porque lo que pretendía no era solo volver, sino ganar, arrasar como lo hacía antes. Como solo ha sabido hacer en su vida.
Por primera vez, Tiger vio de cerca la retirada. Llegó a pensar que no volvería a jugar. En 2016 solo disputó un torneo. En 2017, tres. Este año comenzó con más calma. Su meta es ir poco a poco, probarse. “No me preocupan las expectativas. Sé que tengo mucho margen de mejora, y mucho tiempo por delante. Solía ganar torneos con regularidad y ahora estoy en el proceso de llegar a ese punto”, comentó este curso.
El nuevo mantra le funciona. En el Valspar por muy poco no consiguió su primera victoria en 1.680 días, desde el WGC Bridgestone Invitational de 2013. Pero este Tiger es otro. Desde luego no da la sensación de que la espalda le martirice, y no hay prueba mejor que esos 208 kilómetros por hora a los que movió la cabeza del palo en el hoyo 14 en la tercera ronda, el swing más rápido registrado esta temporada en el circuito. Woods ha recuperado la confianza en el putt, y empieza a asomar un control de la bola, de las trayectorias y de las distancias como el que solía exhibir. Las piezas empiezan a encajar.
Y claro, fue aparecer una versión de alto nivel de Tiger y el golf se ha puesto patas arriba. Las audiencias se han disparado —el Honda Classic ya obtuvo su mejor resultado televisivo en los últimos cuatro años durante la ronda final—, una multitud ha acompañado a Woods en cada hoyo, la aplicación del PGA Tour que ofrecía su regreso en Internet colapsó, y sus mejores golpes, como el chip en el 9 del sábado, han llenado los resúmenes.
El golf que le teme es también el golf que tanto le espera. Nadie ha cubierto un hueco que es imposible de llenar. Hacía cinco años que Tiger no peleaba de verdad por el que sería el torneo número 80 de su carrera, a dos del récord de Sam Snead. Vestido de ese rojo de los domingos, como si el tiempo no hubiera pasado. Falta ahora saber si el físico le aguanta, si ese cuerpo parcheado y lleno de costurones no vuelve a romperse. Sería un golpe letal para alguien que ha hecho tanto por volver.
Hace unos días, Phil Mickelson ganó el WGC México. A los 47 años. Era su primera victoria desde hacía cinco, desde el Open Británico de 2013. Otro viejo rockero que se resiste a morir en un deporte en que los jóvenes como Jon Rahm llegan pisando muy fuerte. Mickelson no ha dicho su última palabra. Tampoco Tiger.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.