Apolo va con Ancelotti
La creciente popularidad del técnico del Madrid coincide con un renovado respaldo del club
Entrevistado en la Cope esta semana, Carlo Ancelotti, el entrenador del Madrid, fue sometido a un tortuoso test de cultura general sobre la capital del reino.
—¿Dónde celebra el Atleti sus títulos?—, le preguntaron.
La sencilla cuestión, relativa al ámbito de las fiestas populares y la estatuaria urbana, obtuvo la réplica unívoca del técnico.
—Apolo.
La respuesta correcta era Neptuno, la fuente homónima, situada en la Plaza de Cánovas del Castillo. Pero, ¿Apolo? Apenas existen plazas en el mundo consagradas a esta deidad pagana sospechosamente parecida a Jesucristo. Muy pocos madrileños conocen la existencia y el emplazamiento de la fuente de Apolo. Pero es de porte notable y contiene una bella escultura del más luminoso de los dioses de la antigüedad clásica. Está a solo 100 metros de Neptuno, casi tapado entre los plátanos, en el Paseo del Prado, frente al ICO.
Como suele suceder con Ancelotti, su respuesta resultó enigmática. En el aire queda la duda: nunca sabremos si sufrió el lapsus del erudito, si se estaba carcajeando de la hinchada del Atlético, o del entrevistador, o si simplemente no sabía lo que decía. Más o menos la clase de desconcierto que experimentan los dirigentes del Madrid cuando valoran sus estrategias.
El italiano es el primer entrenador blanco que cumple un año sin desprestigiarse desde Del Bosque
Hace exactamente un año, tras un comienzo decepcionante en la Liga, ni el presidente Florentino Pérez ni su corte de consejeros imaginó que este austero provinciano de la Emilia llegaría a situarse así. Como campeón de la Décima, administrador impecable de la conflictiva herencia de Mourinho, descubridor intuitivo de soluciones a dilemas tácticos graves, representante pacífico, y hombre de creciente popularidad en la hinchada. La última racha del equipo, seis victorias, 27 goles a favor y cinco en contra, han elevado a Ancelotti a un nuevo nivel. Las encuestas le sonríen y hasta sus patinazos —si es que lo son— resultan encantadores.
El entorno presidencial repitió hasta hace días que Florentino Pérez no toleraba el modo en que Ancelotti condujo la comunicación institucional. Entre sus colaboradores, Pérez censuraba al entrenador por no haber aclarado públicamente que los problemas del equipo no eran culpa de la política deportiva del presidente, que los traspasos de Alonso y Di María no habían sido inexplicables negligencias, y que la plantilla había mejorado enormemente gracias al acierto de la directiva. En el palco temieron que el entrenador se rebelase.
Los buenos resultados han contribuido a limar susceptibilidades. El énfasis que pone Ancelotti en defender los intereses de la institución —aunque no coincidan exactamente con sus ideas—, y su evidente esfuerzo por armonizar un equipo con James, Kroos y Modric en el medio campo, han cuajado en la conciencia de la gente y coinciden con la evolución del juego. Todavía no se sabe si este plan funcionará contra rivales potentes. Pero hacía años que el Madrid no empeñaba tantos recursos en agradar al público con su fútbol.
Florentino Pérez debería estar encantado del éxito de un entrenador que fue su apuesta personal y va camino de completar la hazaña de dirigir dos temporadas al Madrid sin destrozar su prestigio. Eso —el descrédito— fue el destino de los habitantes del banquillo desde Del Bosque, despedido en 2003. Por el momento, el presidente ha tenido olfato político para percibir que la ola favorece a Ancelotti. Esta semana le invitó a comer y escenificó su respaldo.
Ayer le preguntaron al técnico si cree que los árbitros son aliados históricos del Madrid, como asegura un reciente documental emitido por TV3. El asunto preocupa al presidente, que debió aplaudir la respuesta. "Cuando yo jugaba en el Milan", dijo, "jugué dos eliminatorias contra el Madrid y nunca me pareció que los árbitros lo ayudaran. Al contrario. Nos dieron un penalti por un falta que para todos estaba fuera del área, pero en San Siro estaba dentro".
Unirse a los benditos es una bendición. Ancelotti ganó dos Copas de Europa con el Milan. Y ganó un scudetto con la Roma, algo inusual. Y clasificó al Parma como segundo de la Serie A, otra rareza. Y luego volvió a ganar dos Champions con el Milan. Y la Premier con el Chelsea. Y la Ligue 1 con el PSG. Y la Décima —aquella quimera— con el Madrid.
Algunos lo llaman sabiduría. Otros, fortuna. Ancelotti asume que podría tratarse de “culo”. Acaso el favor mágico de los dioses paganos. Cosas de Apolo.
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