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Ferrer es un seguro

El español tritura 6-3, 6-4 y 6-4 a Stepanek y adelanta a España 1-0 ante la República Checa ● Almagro y Berdych juegan a continuación

Juan José Mateo
David Ferrer celebra un punto ante Radek Stepanek
David Ferrer celebra un punto ante Radek StepanekMICHAL CIZEK (AFP)

Eva Urbanova intenta encender al público cuando por su garganta de soprano brota la letra del himno checo llamando a la unión de los patriotas. Nada puede hacer esa voz contra David Ferrer, que ni siente ni padece cuando el público se pone en pie y se abraza; que no oye ni ve otra cosa que la respiración y los movimientos de Radek Stepanek, su contrario en el primer partido de la 100ª final de la Copa Davis. Durante 20 minutos descontados en un solo juego (3-2), el checo defiende con ardor los colores de su escuadra y el espíritu de una competición legendaria: Ferrer se procura siete bolas de break desde la línea de fondo y las siete se las niega ‘Steps’ voleando como los grandes. Ese juego vencido, sin embargo, es la condena del checo: demasiada gasolina quemada a los 33 años. Rompe Ferrer al siguiente juego y ahí queda dinamitado el duelo, porque duelen más los restos del español que las voleas del checo y pesan más sus tiros de fondo que las maravillas en la red de su contrario: 6-3, 6-4 y 6-4 (1-0 para España). Almagro y Berdych se enfrentarán a continuación.

Cuando Ferrer sale a la pista, escucha los acordes de In the Burning heart, En el corazón ardiente. A Stepanek le acompañan los golpes de The Eye of the Tiger, El Ojo del Tigre. El dj no elige las canciones a la ligera: el español compite apasionadamente y el checo con mirada asesina, la de los competidores que se saben ante una ocasión única, histórica, en su caso celebrar la primera Davis para su país en más de 30 años (1980). Ferrer no permite que Stepanek sueñe con la hombrada. En el inicio del encuentro, los deseos del checo quedan triturados. Es un ejercicio de demostración del por qué de los galones. Ferrer, el número cinco mundial, se enfrenta a Stepanek, el 37, y le cuenta el por qué de esa distancia en el ránking de peloteo en peloteo. Pese a un segundo set peleadísimo, las estadísticas acaban contándolo todo sobre el sufrimiento del checo: 25 bolas de break en contra y seis dobles faltas con un pírrico 56% de primeros saques puestos en juego, provocado todo ello por el resto de Ferrer, que obliga, exige y manda al sacador que asuma riesgos.

Stepanek pelea por encima de sus posibilidades, olvidándose lo que le gritan las piernas

Mientras el alicantino ejecuta su plan destructivo, el público no afloja. Esto es una final de la Copa Davis. Este es el torneo del corazón, del pulso desenfrenado, de las tripas revueltas, las lágrimas y los nervios desatados. “¡Radek! ¡Radek!”, ruge el gentío cuando el checo se procura tres bolas de break (3-6, 2-3) que son minúsculas gotas en el océano del partido. Truenan las trompetas. Se rompen las manos en palmas. Chillan 14.000 personas cuando Stepanek suma el break, creyendo en la remontada. Por momentos, el checo vuelve a ser ese tenista elástico en las recuperaciones, plástico en el armado de la jugada, arriesgado en la toma de decisiones y brillante en la ejecución del punto. Casi a gatas, enseñándole un poquito el trasero al contrario, celebra esos puntos. A favor de viento, su partido es un espectáculo para los sentidos, tenis elegante, caras pensadas para las cámaras, un puño cerrado para esa esquina de seguidores suyos que llegan a la final uniformados, con tambores rotundos y banderas estampadas con la imagen de su ídolo. “¡Radek! ¡Radek!”, chilla la gente a su ídolo, que se queja de la presión de las pelotas.

Stepanek, ante la red, durante el partido ante Ferrer
Stepanek, ante la red, durante el partido ante FerrerDAVID W CERNY (REUTERS)

Si algo impulsa la Davis son las velas de la fe, del convencimiento por encima de la lógica. Ferrer se procura 25 bolas de break. Solo convierte cinco. Stepanek pelea por encima de sus posibilidades, olvidándose lo que le gritan las piernas (¡para!), sordo a lo que le dicen los pulmones (¡aire, dame aire!), ciego a un marcador que desanimaría al competidor más decidido. El checo, sin embargo, se alimenta del espíritu de la grada. El reloj no le condena, sino que actúa como un trampolín que activa sus sentidos.

En el segundo set, el número 37 se entrega al amor de su vida: esprint tras esprint se lanza hacia la red con la fe ciega de un enamorado, rescata pelotas imposibles y gana puntos en posiciones inverosímiles. Eléctrico, consigue que poco a poco los peloteos dejen de ser el principal argumento del duelo, que los relámpagos puntuales valgan tanto como la lluvia persistente. Los pasantes de Ferrer mueren irremediablemente en la raqueta del checo. Uno tras otro los caza Stepanek como si una ley incomprensible llevara las pelotas hacia el corazón de su raqueta. Cada bola corta de su contrario es inmediatamente castigada con un punto perdido. El español solo consigue ponerle el cascabel a ese gato desde el resto. Tiro a tiro, pegando el culo al cemento verde, Ferrer saca la cabeza en un intenso segundo set, vuelve a dominar, se deja el saque cuando sirve 6-3, 6-4 y 5-3 por el duelo, y finalmente deja a España donde quería: como mínimo, viva para luchar por el título hasta el domingo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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