Mackay pierde su sitio
El portero de la Ponferradina, de padre escocés y madre coruñesa, paró el penalti que dio el ascenso a su equipo el año pasado, pero ahora es reserva
No corren buenos tiempos para la Ponferradina. El equipo del Bierzo, colista de Segunda con 28 puntos, está a un paso de certificar su regreso a 2ª B. Basta con que el Gimnàstic gane la próxima jornada al Recreativo para que los de Claudio Barragán se despidan de la categoría de plata. Muy lejos queda ahora aquel 23 de mayo de 2010, cuando lograron el ascenso tras derrotar en los penaltis al Sant Andreu. Bien lo sabe el jugador que se convirtió en héroe aquella noche, el portero Ian Mackay (A Coruña; 1986), que está acabando la temporada como reserva del otro meta del equipo, Alejandro.
"A nadie le gusta ver los partidos desde el banquillo, pero el entrenador decidió cambiar de portero para intentar que las cosas mejorasen, aunque al final no han cambiado mucho", explica Mackay, quien esta campaña ha disputado 21 encuentros. Su voz, que suena a resignación cuando habla de su situación actual, cambia radicalmente cuando se le pregunta por los penaltis en los que subió la Ponferradina. El equipo berciano había ganado 0-1 en la ida, y en la vuelta, en El Toralín, el Sant Andreu empató la eliminatoria. La prórroga no sirvió para nada y se llegó a una tanda maratoniana en la que se tiraron 18 penas máximas. La última, que lanzó Tarradellas, la detuvo Mackay. La locura se desató en Ponferrada. "Recuerdo que Rubén me dijo por dónde tiraba los penaltis Tarradellas, porque había jugado con él. Luego, lo paré, salí corriendo, me quité la camiseta y me volví loco porque escuchar a todo el estadio gritando es espectacular", rememora.
Después de aquello, se convirtió en un ídolo en Ponferrada. Unos aficionados crearon hasta un grupo de Facebook en su honor. "Yo también quiero que Ian Mackay salga en la portada del FIFA 11", se llama. Tiene 449 miembros. "Es un orgullo que la gente tenga detalles así. Fue muy bonito, aunque ahora todo eso se ha enfriado y todo el mundo está un poco desilusionado", admite.
Su historia, esa que profesionalmente alcanza su punto más alto la noche del 23 de mayo de 2010 en El Toralín, comienza en medio del mar. "Mi padre, escocés, era capitán de barco y hacía paradas en A Coruña habitualmente. Un día que salió de fiesta por la ciudad, conoció a mi madre, que es gallega, y de ahí salí yo", dice entre risas. Mackay tiene doble nacionalidad y ha llegado a ser internacional en las categorías inferiores de Escocia. En 2007, sonó para la absoluta, pero una lesión cortó todas sus esperanzas. "Había hablado con el seleccionador, Alex McLeish, y estaba todo listo. Pero me lesioné el codo y estuve siete meses de baja". Ahora, reconoce que las posibilidades de ser internacional absoluto son escasas. "No juego y todo se ha enfriado, pero es un motivo más para seguir peleando".
Pelear es algo que ha hecho desde que comenzó en el fútbol. Despuntó en el Deportivo B y llegó a jugar amistosos con el primer equipo. La presencia de porteros como Molina, Auoate o Munúa, sin embargo, le cerraron el paso. "Tiene una gran capacidad de trabajo. Es muy rápido y se defiende bien en el juego aéreo a pesar de su altura [mide 1,81]. Aún puede mejorar en el juego con los pies", explica José Sambade, preparador de porteros del Deportivo. En 2006, con pocas expectativas de jugar en A Coruña, decidió irse cedido al Ceuta. "Me equivoqué porque ese año podía ser el tercer portero en el Depor o incluso el suplente. En cambio, decidí irme a 2ª B", reconoce. Fue la primera de varias cesiones en las que no tuvo suerte. Universidad de Oviedo, Vecindario y Ciudad de Santiago se convirtieron en sus siguientes destinos. En los dos últimos, sufrió problemas de impagos. "Eso me hace valorar ahora lo que tengo, que la Ponferradina paga al día", asegura. En 2009, gano un casting de porteros que organizo el Málaga y estuvo a punto de fichar por el equipo andaluz. "El universidad de Santiago pedía dinero para dejarme ir, así que al final ganó el otro chaval que también lo hizo muy bien".
Ahora vive momentos difíciles, pero él tiene una motivación extra. "Mi niña es la mayor alegría que tengo. Cuando llego cabreado porque las cosas no salen, veo su sonrisa y eso me recuerda por qué debo seguir luchando en el fútbol". Lo lleva haciendo toda la vida.
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