El Espanyol sigue mirando de reojo a la Copa
La falta de gol condenó al Deportivo
El Zaragoza conoció por fin su rival en la final de Copa, que no será otro que el irregular Espanyol de Lotina, que se aferra a la Copa para salvar la temporada. El conjunto perico hizo bueno el 2-1 de la ida frente a un Deportivo sin frescura y sin gol.
A Caparrós no le dieron resultado las medidas excepcionales empleadas en la preparación del choque, todas encaminadas al despiste. Y es que aunque la presencia de la prensa en los entrenamientos pudiera haber dado alguna ventaja a Lotina, nada tiene que ver con la acuciante falta de gol de su equipo.
Un mal de complicada solución en los tiempos que corren sin un contundente fajo de billetes. Y es que Tristán, en el banquillo de salida, no es ni la sombra del que fue. Y Arizmendi y Xisco, que no pasan de delanteros correctos a día de hoy, están a años luz de los Bebeto, Rivaldo o Makaay, que hace unos años adornaban al equipo coruñés.
Al Espanyol, bien armado en torno a Pochettino y con un planteamiento ultra conservador, le bastó con defender con intensidad en Riazor para alcanzar la última ronda del trofeo copero. De la Peña, Fredson y Luis García pasaron completamente inadvertidos -fueron incapaces de poner tranquilidad y criterio-, mientras Tamudo, que acabó por acostumbrarse a la soledad, apenas rascó bola. Y Kameni, que dejó a Gorka en el banco de inicio, anduvo algo sobreexcitado pero cumplió con acierto cuando se le necesitó.
En la primera mitad despejó un duro disparo de Munitis con la zurda, se encontró con el rechace posterior de Capdevilla y se estiró con agilidad ante un remate con rosca de Víctor. En el segundo periodo, a pesar de que el Espanyol apenas cruzó el medio del campo, el portero camerunés contempló inmóvil como Xisco empalmaba desviado un balón en el área pequeña en los últimos minutos. Allí se esfumaron definitivamente las escasas posibilidades de los deportivistas de celebrar los cien años del club en el mismo escenario en el que amargaron la fiesta al Real Madrid en la final del centenariazo, allá por marzo de 2002.
El Deportivo se estrelló una y otra vez con la acumulación de hombres y la solidaridad defensiva del Espanyol. Liderado por Munitis, como de costumbre el más activo de los deportivistas, a los de Caparrós se les apagaba la luz en las inmediaciones del área rival una y otra vez. Tan sólo mejoró levemente con la salida de Tristán, aunque el sevillano tampoco logró invertir nunca la secuencia de los acontecimientos en los treinta minutos largos que estuvo sobre el césped.
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