El inesperado y chocante momento ‘Gladiator’ del nazi Hermann Goering
Russell Crowe encarna convincentemente al segundo de Hitler en horas bajas en ‘Núremberg’, que incluye lo que parece un insólito guiño al filme de Ridley Scott
La absoluta centralidad de Hitler en el III Reich ha hecho que los demás líderes nazis hayan tenido un papel secundario también en el cine. Con las películas pasa como con los libros, que los dedicados a los otros personajes del nacionalsocialismo son muchos menos que los consagrados a su jefe. Si bien la filmografía sobre Hitler es muy extensa (sin ánimo de exhaustividad un libro como The Hitler filmography, de Charles P. Mitchell, recoge cien títulos), los filmes que protagonizan sus secuaces son contadísimos. ...
La absoluta centralidad de Hitler en el III Reich ha hecho que los demás líderes nazis hayan tenido un papel secundario también en el cine. Con las películas pasa como con los libros, que los dedicados a los otros personajes del nacionalsocialismo son muchos menos que los consagrados a su jefe. Si bien la filmografía sobre Hitler es muy extensa (sin ánimo de exhaustividad un libro como The Hitler filmography, de Charles P. Mitchell, recoge cien títulos), los filmes que protagonizan sus secuaces son contadísimos. Reinhard Heydrich tiene varios, como El hombre del corazón de hierro (2017), en razón del espectacular atentado que sufrió en Praga (fue el único jerarca nazi al que se pudo asesinar) y por su papel en la Conferencia de Wansee, donde se pespunteó el Holocausto. Recientemente se ha estrenado asimismo uno muy interesante sobre Joseph Goebbels (El ministro de propaganda, 2024). También hay una excelente producción para televisión centrada en Albert Speer, el arquitecto y ministro de armamento de Hitler, Corrupción en el Tercer Reich (1982), a partir de las memorias del propio Speer (al que encarna Rutger Hauer, mientras que Hitler es Derek Jacobi).
Pero son excepciones, y personajes como Heinrich Himmler, Rudolf Hess o Martin Bormann, carecen de película propia —aunque el jefe de las SS tiene el honor de aparecer brevemente en Indiana Jones y la Última Cruzada, interpretado por el actor Ronald Lacey—. Alguien tan cinematográfico como Hermann Goering no había tenido mucha representación en el cine hasta la miniserie Los juicios de Nuremberg (2000), donde lo encarnó con muy buen tino (fue candidato a los Globos de Oro) Brian Cox, al que le acreditaba haber interpretado al mismísimo Hannibal Lecter (antes que Anthony Hopkins). La serie era sin embargo muy coral de forma que puede decirse que Goering no ha sido el gran protagonista central de una película hasta ahora con Núremberg (2025), de James Vanderbilt, con Russell Crowe, nada menos, como el mariscal del Reich (Reichsmarschall, un rango que solo poseía él).
Es verdad que el personaje de Goering había aparecido antes en diversos filmes, pero siempre de comparsa. Suele vérselo en segundo plano, orondo y vestido de fallera mayor en versión prusiana, en las películas en que sale Hitler, y así le vemos, por ejemplo, en El Bunker, El hundimiento, Operación Valquiria o, en registro chusco, Los productores. Un caso especial es el de La batalla de Inglaterra, el filme clásico (1969) sobre el intento de doblegar a Gran Bretaña con la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana que mandaba el propio Goering, en 1940. En el inicio de la película Goering, encarnado por Hein Reiss, es retratado en la cúspide de su gloria paseando sonriente con uno de sus rutilantes uniformes de opereta y su bastón de mariscal entre sus bombarderos y cazas, que parecen alinearse hasta el infinito.
Otra película en la que aparece Goering, pero antes de la época nazi, es El Barón Rojo (1971), de Roger Corman, que resigue la trayectoria del as de la I Guerra Mundial Manfred Von Richthofen (John Phillip Law) y lo contrapone en su caballerosidad a Goering (encarnado por Barry Primus), que fue as y héroe de guerra como él, ganó también la preciada medalla Pour le Mérite, el Blue Max, y tras su derribo lo reemplazó al frente de su escuadrilla. En realidad, parece que fue al revés, que Von Richthofen era un completo depredador y Goering, con 22 victorias, habría respetado más las leyes de la guerra, un insólito punto positivo en la negrísima carrera criminal del personaje.
Núremberg, que muestra a Goering en sus horas bajas y finales, desde que cae preso de los estadounidenses (el episodio fue sustancialmente distinto a como muestra la película: su Mercedes iba en un convoy de veinte vehículos con un séquito que incluía más de 50 oficiales de la Luftwaffe) hasta que se suicida para evitar su ahorcamiento tras el famoso juicio, y espero que no se considere esto espóiler, es por fin la gran película sobre el personaje, al cual se le pone, como decía, en el centro de la trama. Para hacerlo, claro, los guionistas —la película está basada en el libro El nazi y el psiquiatra (Ariel, 2015), de Jack El-Hai— han tenido que obviar prácticamente a todos los otros líderes nazis juzgados, exceptuando a un par de los menos interesantes y más bastos (Robert Ley y Julius Streicher) y a Rudolph Hess que total, como estaba loco, han debido pensar, no hace sombra al mariscal del Reich. Esto no significa que Goering no fuera realmente el más importante del grupo de los jerarcas nazis supervivientes: como segundo del régimen y sucesor designado de Hitler (al menos hasta casi el final), desde luego que lo era. Pero es un poco tramposo convertir a los otros veinte procesados —en total eran 22, a Bormann, que nadie sabía dónde estaba (estaba muerto) se lo juzgó en rebeldía—, entre ellos gente tan interesante como Speer, en un simple telón de fondo de la peripecia del Reichsmarshall.
La película simplifica inevitablemente el juicio aunque explica bien las dudas de los Aliados antes de organizarlo (es cierto que la opción preferida por Churchill y Roosevelt y luego Truman era simplemente fusilar sumariamente a los líderes nazis), describe con fuerza (y riesgo: en la sesión a la que asistí en los cines Verdi hubo espectadores que salieron de la sala en ese punto) el momento en que se proyectó a los procesados imágenes atroces de los campos de concentración, como las de Bergen-Belsen, y es estremecedoramente realista al reproducir la atmósfera de las ejecuciones. Estas fueron verdaderamente bastante chapuzas, pese a los 15 años de experiencia del verdugo, John C. Woods —un mal día lo tiene cualquiera—: a Streicher, como muestra la película, Woods hubo de tirarle de las piernas para que acabara de ahorcarse, y varios condenados, como Keitel, se golpearon brutalmente la cara con la trampilla al caer (aunque en última instancia no debió importarles demasiado).
Para ahondar en el proceso de Núremberg son recomendables, aparte del citado que ha dado origen a la película, libros como Interrogatorios, de Richard Overy (Tusquets, 2003) —por cierto Overy es autor también de una de las mejores biografías de Goering, Goering, Hitler’s Iron Knight (I.B. Tauris, 2012)—, Núremberg, el mayor juicio de la historia, de James Owen (Crítica, 2006), la apasionante Las entrevistas de Núremberg, realizadas por el psiquiatra estadounidense Leon Goldenshon y editadas por Robert Gellately, y que incluyen la muy suculenta con el propio Goering (Taurus, 2025), o la monumental Anatomía de los juicios de Núremberg, las memorias de Telford Taylor, el fiscal delegado del fiscal jefe en Núremberg, Robert H. Jackson (Berg Institute, 2022),con prólogo de Guillermo Altares.
Con respecto a Goering en la película, Russell Crowe (hay que ver lo que les gusta a los actores anglosajones o de la angloesfera hacer de nazis), enfundado en el holgado y algo sucio uniforme sin condecoraciones del mariscal, lo interpreta muy inteligentemente buscando los resquicios de humanidad del personaje (por ejemplo el trauma por el amante de su madre o la muerte de su primera esposa), algo muy peligroso con semejante tipo si se junta a la inconsciente solidaridad que nos producen generalmente los presos, y más si tienen síndrome de abstinencia (era adicto a la morfina desde que sufrió una grave herida durante el putsch de 1923), ciática y una hijita rubia (no está de más recordar que Edda Goering, a la que Goering regaló en su bautizo La virgen con el niño de Cranach, fue siempre fiel a la memoria de su padre). En esto el actor sigue la natural tendencia de los intérpretes de barrer para casa y tratar de hacer más interesantes a sus personajes, intentando que empaticemos con ellos. Eso, junto al planteamiento de la película de centrarse tanto en la intimidad del cautivo, provoca que el retrato de Goering no de la medida de su verdadera personalidad maligna y despreciable.
Todo el mundo está de acuerdo y precisamente su juicio lo reveló con claridad, que Goering era un miserable, un inmoral, un criminal sin escrúpulos, ambicioso, vanidoso y demagogo, un verdadero gánster y a la vez un personaje central y muy dinámico en las políticas agresivas y asesinas del III Reich, que para eso era el segundo de Hitler y su primer y leal paladín. No en balde fue el creador de la Gestapo, de los campos de concentración, jefe de las SA y fundamental en la sanción de las leyes antisemitas —para profundizar en el personaje puede leerse en castellano la estupenda y muy amena biografía de François Kersaudy, Goering, el segundo hombre del Tercer Reich (La Esfera de los libros, 2011), otras alternativas son la citada de Overy (en inglés), o, paradójicamente, si te pones una pinza en la nariz, la del negacionista convicto David Irving, escrita antes de su conversión a la infamia y muy bien documentada y de la que hay también traducción española (Goering, Planeta, 1989)—. Cómo pudo pensar que saldría de rositas en Núremberg da fe de su megalomanía y su arrogancia. Pensó que su fachada de bonhomía, su falsa jovialidad y su impostada grandeza, tan fanfarrona, encandilarían a los Aliados como sucedió con el pueblo alemán (“los únicos personajes populares de Alemania éramos Hitler y yo, y al final solo yo”, decía). También fue un saqueador y un ladrón que con la excusa de su amor por el arte —difícil de conciliar, parecería, con la estela de destrucción de sus Heinkels y Junkers— depredó los museos y las colecciones de Europa. “Rezumaba corrupción”, sintetiza la gran Rebecca West en su magistral retrato del personaje incluido en el libro de Owen y en el que lo compara con “la dueña de un burdel”.
Sus rasgos psicológicos, que en el filme el psiquiatra Douglas M. Kelley que interpreta Rami Malek no alcanza a describir claramente, ni tampoco la película en general, son los de un narcisista compulsivo, manipulador, despiadado y exhibicionista (Goering, al que podríamos describir como el primer mariscal alemán queer, se maquillaba y se pintaba las uñas y los labios). Malek, empeñado en mostrar un verdadero festival de caras y gestos que contrastan con la contenida actuación de Crowe, es en mi opinión lo peor de la función: si es que parece más psicópata que el mariscal nazi y todo el rato estás esperando que cante Bohemian Rhapsody, aquí como rapsodia del cabo bohemio.
En realidad, Kelley, que es verdad que era fan de la magia —aunque la prestidigitación tuvo poco ver con la manera en que Goering consiguió su cápsula de cianuro, suministrada por un guardia, probablemente el teniente Jack G. Wheelis, hay diversas teorías, que logró varios souvenirs a cambio— y acabó suicidándose como el mariscal, no tuvo en Núremberg la trascendencia que le otorga la película. Tampoco fueron tan importantes las metidas de pata del fiscal Jackson, que el filme sublima con fines dramáticos, porque Goering no podía ganar de ninguna manera, tan obvia era su culpa (el tribunal le condenó por unanimidad). Ni siquiera tenía opción de evitar la infamante horca y cambiarla por el más honorable pelotón de fusilamiento (por eso acabó suicidándose, dos horas antes de su ejecución).
Los más insólito del filme es, con todo, una escena en la que parece abandonarse el relato histórico para orquestar lo que semeja un intempestivo y chocante ¡homenaje a Gladiator! Es cuando los procesados nazis, encabezados por Goering, pasan del edificio de la prisión al de la sala del juicio a través de un pasadizo cubierto y que recuerda poderosamente el momento en que el general Máximo de la película de Ridley Scott guía a los demás gladiadores hacia el acceso a la arena del Coliseo arengándoles y conminándoles, como hace el mariscal del aire a sus criminales camaradas, a permanecer juntos y bajo su dirección para sobrevivir. Es muy difícil, por el juego de luz, el encuadre y la atmósfera, y obviamente por la presencia de Russell Crowe, no pensar en Gladiator. Se haya hecho intencionadamente o no, la escena resulta sorprendente. En todo caso, hay que recordar que al que Hitler tenía por su gladiador no era a Goering, precisamente, sino al general de las SS Sepp Dietrich. Y que si a alguien se parecía el mariscal del Reich no era al honesto Máximo Decimo Meridio, sino al corrupto emperador Cómodo.