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Jordi Savall: “Basta con leer el ‘Quijote’ para darse cuenta de que en España la música está por todas partes”

El director de orquesta y leyenda de la música antigua debuta, a sus 84 años, al frente de la Filarmónica de Berlín, que le rinde homenaje en tres conciertos y de la que envidia “el apoyo que recibe de su país”

Hay casualidades decisivas y errores que no lo son tanto. La casualidad fue que en 1959 un adolescente Jordi Savall (Igualada, Barcelona, 84 años) encontrara entre los estantes de la Casa Beethoven de La Rambla una suite para violonchelo de ...

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Hay casualidades decisivas y errores que no lo son tanto. La casualidad fue que en 1959 un adolescente Jordi Savall (Igualada, Barcelona, 84 años) encontrara entre los estantes de la Casa Beethoven de La Rambla una suite para violonchelo de Marin Marais. El error: que la obra no había sido escrita originalmente para el instrumento que Savall llevaba dos años tocando. La fascinación que le produjo esta partitura lo animó a estudiar en la Schola Cantorum de Basilea, donde acabaría reinventándose como violagambista y pionero de la recuperación del repertorio antiguo. Y, ahora sí, el final de la historia: en 1991, con la publicación de la banda sonora de Todas las mañanas del mundo, Savall cerraría el círculo al convertir la música del hasta entonces desconocido Marais en un superventas mundial.

Desde entonces el músico catalán ha protagonizado algunos de los capítulos más sonados de la revolución interpretativa del Barroco. “Los grupos de instrumentos originales forman parte ya de la normalidad, pero hay todavía batallas por librar”, cuenta al teléfono. “No creo que a estas alturas vaya a aparecer un compositor de la talla de Bach, pero sí quedan muchas obras por descubrir y grabar”. La prueba la encontramos en la Fiesta criolla que acaba de dirigir en el Liceu, un mestizaje sonoro extraído de las páginas del Códex Trujillo. “Estas piezas reflejan los gustos de las clases populares del Virreinato de Perú”, explica el investigador y musicólogo. “A diferencia de los grandes manuscritos de los maestros de capilla, aquí quienes cantan y bailan son las gentes de la calle en una fusión de tradiciones indígenas, africanas e hispánicas”.

Ahora Savall se enfrenta a un desafío personal no menos insólito: mañana, a sus 84 años, debutará al frente de la Filarmónica de Berlín. “Hablamos de una institución de absoluta referencia para la historia del sinfonismo europeo”, dice sobre la que para muchos es la mejor fábrica de sonidos del mundo. “Las grabaciones de Furtwängler, Kleiber padre y Karajan marcaron una época y a una generación de músicos. Es una orquesta con un sonido muy compacto, preciso y modulable”. No han sido pocas las ocasiones en que Savall ha dirigido en la Philharmonie a los músicos especialistas de los dos conjuntos que él mismo fundó, Hespèrion XXI y Le Concert des Nations, pero nunca hasta ahora le habían prestado las llaves de la Sala Grande para liderar a los Berliner, a los que considera “extraordinarios en su formación y desempeño”.

Lo hará a lo largo de tres conciertos (los días 4, 5 y 6 de diciembre) que abarcan un periodo crucial de la evolución musical del siglo XVIII: del refinamiento barroco de la suite Naïs de Rameau al clasicismo vienés de la Sinfonía Júpiter de Mozart a través del puente estilístico que dibuja la música del ballet Don Juan de Gluck. “Soy prácticamente el último decano de la música antigua que queda en activo”, asevera Savall. “De ahí que el programa tuviera que adentrarse, por necesidad, en un territorio no muy frecuentado por la orquesta”. Tanto es así que su propuesta inicial de abrir con la Sinfonía Italiana de Mendelssohn, en vez de la Júpiter, tuvo que ser reconsiderada. “Al final decidimos, con muy buen criterio, explorar las conexiones ocultas entre Mozart y Gluck a través de un ballet que anticipa algunos pasajes de Don Giovanni”.

El primer ensayo con la Filarmónica de Berlín es un examen que no todos los directores superan, pero a Savall le sobran los méritos para la convalidación de sus seis décadas de trayectoria. El ciclo que, a modo de homenaje, le dedica la prestigiosa orquesta alemana arrancó el pasado fin de semana con un recital de obras del Siglo de Oro español y continuará, el 11 de enero, con un concierto de música barroca francesa junto a los jóvenes intérpretes de la Karajan-Akademie. “Cuando las orquestas modernas, que hablan el lenguaje del siglo XX, se adentran en el repertorio de Lully, Telemann o Händel les falta lo que yo llamo la mochila histórica, esto es, un bagaje técnico y estilístico de más de doscientos años”, prosigue Savall, que se reconoce más en la figura polifacética de un Kapellmeister que en la de un “director de carrera”.

Cuando en 1968 Savall se mudó a Suiza para continuar sus estudios apenas se contaban músicos españoles entre las filas de las grandes formaciones europeas: hoy hay cuatro en la sección de cuerda de la Filarmónica de Berlín. “Basta con leer el Quijote para darse cuenta de que en España la música está por todas partes: en la riqueza del repertorio andalusí, sefardí y mozárabe, en la polifonía de Las Huelgas, en el prestigio de compositores como Falla, Granados y Albéniz e intérpretes del nivel de Casals, Sarasate o Victoria de los Ángeles...”. Y así hasta llegar, en otro registro, a Rosalía, cuyo último disco califica de magnífico: “Se nota que tiene una gran formación musical, pues en sus arreglos, igual que ocurría con los Beatles, utiliza elementos del estilo barroco italiano, como el ostinato”. Para el director el problema de los músicos españoles es la ayuda que reciben. En su caso, dice, “el abandono del Gobierno de España es total: las subvenciones no cubren ni el 1% de los gastos, algo inconcebible en el resto de Europa”.

En 2014 Savall rechazó el Premio Nacional de Música por sus discrepancias con la política cultural del ministerio de José Ignacio Wert. “Hace tres años me reuní con Pedro Sánchez para animarle a impulsar nuestro patrimonio musical y a dotar de una mayor protección a los músicos y conjuntos que lo defienden, pero no he recibido respuesta”, lamenta el director catalán, que no disimula el malestar que le produce su larga ausencia de la programación del Teatro Real (“¿simple desinterés?”, se pregunta), desde aquel Orfeo de 1999. “Sin la ayuda de la Generalitat, el Ministerio de Cultura francés y la Comisión Europea, no existirían La Capella Reial, Hespèrion XXI y Le Concert des Nations”, asevera. “Por eso, si algo envidio de la Filarmónica de Berlín, es el apoyo que recibe de su país para que su legado perdure de generación en generación”.

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