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Un paseo sonoro por el Madrid de la Guerra Civil

El Centro Dramático Nacional invita a revivir cómo se vive en una ciudad en guerra a través de un drama en formato audio geolocalizado

En el kilómetro cero de Madrid, en la Puerta del Sol, entre anuncios de la Fórmula 1, turistas y paseantes, un grupo de 30 personas dedica la mañana de su domingo a retroceder en el tiempo. Han sido convocados por el Centro Dramático Nacional para realizar un recorrido por la ciudad escuchando un drama sonoro geolocalizado: El Madrid de la Guerra Civil. No e...

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En el kilómetro cero de Madrid, en la Puerta del Sol, entre anuncios de la Fórmula 1, turistas y paseantes, un grupo de 30 personas dedica la mañana de su domingo a retroceder en el tiempo. Han sido convocados por el Centro Dramático Nacional para realizar un recorrido por la ciudad escuchando un drama sonoro geolocalizado: El Madrid de la Guerra Civil. No es una audioguía ni un relato histórico, sino un formato que la institución teatral desarrolla con dramaturgos y actores desde hace cinco años bajo el título de Dramawalker, y que consiste en la creación de ficciones sonoras basadas en la intrahistoria de ciudades o barrios, convirtiendo lo cotidiano en ficciones. Para disfrutarlas, solo es necesario un móvil con acceso a internet, cascos y ganas de caminar.

Laura Ortega es la coordinadora artística de este nuevo dramawalker, disponible de manera gratuita en la plataforma Sound Cloud. El recorrido tiene como antecedente la obra teatral 1936, un espectáculo del Centro Dramático Nacional que se convirtió en un fenómeno la temporada pasada y que ahora sigue de gira, en la que Ortega participó como ayudante de dirección de Andrés Lima. De hecho, ambas producciones comparten muchos actores. En la dramaturgia de las diferentes paradas del recorrido la firman Joan Yago, Esther F. Carrodeguas, Victoria Szpunberg, Juan Cavestany y David Uclés.

Ortega mira a su alrededor desde el kilómetro cero de Madrid y apunta hacia los muchos freetours que hay alrededor. “Estamos compitiendo con muchos relatos, muchas maneras de descubrir Madrid. Esto tiene que ver con la historia de una ciudad que durante tres años vivió totalmente asediada y bombardeada. La idea es ser ciudad y ser memoria”.

El recorrido

Cuando ya están todos, Ortega dice a los asistentes: “Os pido que miremos el reloj, que nos imaginemos que van las manecillas al revés y que cuando estéis en esa situación, cojáis el móvil, le pongáis los cascos y le demos play de una manera colectiva”. Tras escuchar la introducción, el grupo camina hacia la primera parada: la rendición de Madrid en marzo de 1939. En el edificio del Ministerio de Hacienda, en la calle Alcalá 5, escuchan atentos una reconstrucción del discurso del coronel republicano Adolfo Prada: “Nos hemos visto obligados a aceptar las condiciones del enemigo”. El recorrido comienza por el final y se desarrolla hasta octubre de 1936, con el inicio de la guerra, para “poner otra vez la ciudad en el sitio en el que decide resistir frente a la invasión fascista”, dice Ortega.

Antonio Durán Morris es el intérprete que da voz a la rendición de Madrid. Cuando se le pregunta sobre su experiencia en el proyecto, habla sobre su abuela: “Me pude enterar por ella de los detalles de cosas que ocurrían. Por mucho que estudiemos o investiguemos, creo que el testimonio es lo que realmente nos remueve”. “Ha sido una manera de conectarme con un pasado al que no pertenezco, pero con el que tengo una responsabilidad en el presente”, reconoce el actor.

Sigue el camino. Paran un momento, levantan la mirada y escuchan la historia de cómo se pintaron de negro las estatuas doradas de las azoteas de los edificios madrileños para que no fueran reconocidas por los aviones enemigos. La gente pasa, los ven mirando hacia el cielo y buscan ver lo que ellos.

Llegan a la estación de metro Sevilla y, cuando bajan, se enteran de que fue un lugar para refugiarse de las bombas. Ortega les enseña una fotografía de aquello, hecha por Juan Miguel Pando, y un mapa de Madrid donde se ve la densidad de los bombardeos, un trabajo hecho por Luis de Sobrón y Enrique Bordes, publicado en el libro Madrid bombardeado 1936-1939 (Cátedra).

El sol pega fuerte al mediodía. De camino a la próxima parada, Lola Ferrero, una de las oyentes, cuenta su historia a EL PAÍS. Nació en 1936. Su padre, Javier Ferrero, fue republicano y arquitecto del Ayuntamiento de Madrid. Murió ese mismo año en Carabanchel, en circunstancias que su hija no tiene muy claras. “La guerra para nosotros fue muy mala”, dice, y cuenta que su casa de entonces, ubicada en el barrio de Argüelles, fue bombardeada. Se mudaron a Vitoria, a casa de una de sus tías y, al terminar la guerra, volvieron a Madrid a un edificio en calle Castelló construido por su padre. “Madrid en este momento no tiene nada que ver, es otra cosa, ya nadie se acuerda”, lamenta Ferrero. “Cuando se acabó la guerra y llegó Franco intentaron quitar todo lo que podía recordar lo que pasó”. A la madrileña el dramawalker le parece “perfecto” porque, según dice, la historia no hay que “removerla todo el tiempo”, pero tampoco hay que olvidarla, para que no se repita.

El grupo llega a Callao, al antiguo Hotel Florida, que ahora es un Corte Inglés. El audio los transporta al lugar que fue encuentro de artistas y corresponsales en la guerra civil. Belén Landaluce y Pedro Rubio son dos de los intérpretes de la pieza. “Parece que [la guerra] no nos toca y en realidad les tocó a nuestros abuelos y, por lo tanto, marcó a nuestros padres”, dice Rubio. Él tiene 39 años y ella 29. “Yo tengo dos abuelas vivas, una de 90 y otra de 100, que nacieron en el 25 y en el 35. Lo tenemos más presente de lo que pensamos”, reconoce la actriz. Para ellos ha sido “un regalo” ser parte del elenco. Entre el bullicio del domingo madrileño, reflexionan sobre la ciudad: “El día a día se impone, la rutina se impone. Vas por la calle sin verlo y es tan sencillo como parar un segundo y darte cuenta de que esto está ahí, todavía”.

Mientras caminan por la Gran Vía, suena La llegada a Madrid, inspirada en un capítulo de La península de las casas vacías (Siruela), de David Uclés. La ciudad de 1936 se mezcla con los buses turísticos, selfies y grandes tiendas de 2025. Bajan por Montera oyendo la historia de Petra Cuevas, militante comunista y dirigente del Sindicato de la Aguja durante la Guerra Civil. Cuando llegan a la calle de Toledo, se detienen a mirar el portal cerca de la Plaza Mayor donde se colgó el mítico cartel de “No pasarán”. Otra vez, los transeúntes ven a 30 personas mirando serias y fijamente al mismo punto. Los miran, intentan seguir su mirada, pero no logran ver.

El recorrido termina en Tirso de Molina, que está repleto porque es domingo de Rastro. Se agrupan en la pequeña calle de la Espada, al frente del edificio que fue La Gota de Leche —antigua institución municipal benéfica para madres de bebés que entregaba leche esterilizada y sueros—, en el número 9. Ahí escuchan la última historia, la de María Santiago, una niña que murió junto a otros 60 en un bombardeo mientras hacían una cola para recibir comida. “Nosotros teníamos muy presente el genocidio de Gaza y lo veréis en una de las últimas piezas, que está basada en un hecho real del 30 de octubre de 1936”, había dicho Ortega horas antes, quien reflexiona en torno al arte y la política. “En ese tiempo y ahora, se convierte la cultura y el arte en una manera más de generar un cuestionamiento sobre lo que está sucediendo”. Se acaba el último audio. Todos aplauden y agradecen por haber visto el Madrid enterrado.

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