El Rey anuncia que irá cediendo el testigo a la princesa Leonor al frente de los Premios Princesa de Asturias
El monarca alertó sobre los peligros del “individualismo radical” y la homogeneización de los procesos globalizadores
Hace 44 años que el Rey habla desde la tribuna del Teatro Campoamor de Oviedo durante la ceremonia de entrega de los Premios Princesa (antes Príncipe) de Asturias. Los últimos siete años también lo hace su hija, la princesa Leonor, que en este teatro realizó su primer discurso público (tal y como lo hizo su padre en 1981). La princesa “da a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad, con un papel más activo en la vida pública”, reconoció el monarca. “Me corresponde, creo yo, ir cediéndole ya este espacio”, añadió, aunque pretendan, tanto él como la Reina (ovetense), seguir vinculados a los premios y la Fundación Princesa de Asturias. Las palabras indican que el Rey irá perdiendo protagonismo en favor de su hija, puede que no asistiendo a la ceremonia, puede que dejando de dar su discurso. Por ejemplo, al día siguiente, en la visita al Pueblo Ejemplar de Asturias, Valdesoto, las palabras serán de Leonor y no de Felipe.
Los premios Príncipe de Asturias (ahora Princesa de Asturias) se celebraron por primera vez en 1981. Tres años después, en 1984, el rey Juan Carlos acudió solo a la ceremonia porque su hijo, el entonces heredero príncipe Felipe, estaba estudiando fuera de España. Al año siguiente, en 1985, Juan Carlos I acudió con su hijo, pero no habló en la ceremonia. En 1986, cuando Felipe tenía 18 años, fue la primera vez que el entonces príncipe acudió solo a los galardones.
“Una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito”, continuó Felipe VI. Señaló la encrucijada de las sociedades, que se ven tensionadas entre el individualismo radical, “que si no se embrida de ningún modo puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad”, y la tendencia homogeneizadora de los procesos de globalización, “que oscurece las diferencias, las singularidades, que degrada la diversidad”. Todo en favor de movimientos gregarios azuzados por los algoritmos contenidos en las pantallas.
Como bálsamo para estas tensiones, propuso el Rey los valores que se confieren mediante la educación y que pueden llevar al aristotélico camino medio entre lo individual y lo colectivo. “La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación”, sentenció. “Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro”.
La princesa Leonor, que se definió como un perteneciente a “la generación zeta, hija de una equis y un boomer”( afirmación que provocó las risas del respetable), quiso enviarle, como en un “envío postal de viva voz”, una carta a cada premiado. “Una comunicación que evoca al papel y al bolígrafo, entre los premiados y yo”. Un mensaje para esas “mujeres y hombres”. Un homenaje a las comunicaciones analógicas.
Por ejemplo, hizo referencia a cuando Mario Dragui, en 2012, atravesando la gran crisis económica global y siendo la cabeza del Banco Central Europeo, dijo aquello de “haré lo que sea necesario (…) y créanme, será suficiente”, calmando así los mercados y generando confianza en el proyecto europeo. También a la forma en la que Serena Williams transformó el tenis, un deporte ahora “más rápido y explosivo”. Al sociólogo Douglas Massey le agradeció su contribución para “rehumanizar” la mirada sobre las personas migrantes. Reconoció la importancia del Museo Nacional de Antropología de México: “Proyectáis con vigor la fuerza de un pueblo que se mira a sí mismo con orgullo y que muestra al mundo su generosidad para compartir vuestra gran historia en un ejercicio de concordia”. En 2019, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador le pidió en una misiva a Felipe VI que se disculpase por la conquista de México, petición que no fue atendida, y no fue invitado a la toma de posesión de la actual presidenta Claudia Sheinbaum. No hubo más referencia a estos asuntos.
Al dirigirse a Byung-Chul Han, la princesa hizo referencia a ese emoticono de las comunicaciones digitales en la que aparece una cabeza explotando. Y en referencia a la obra del célebre pensador, reflexionó sobre estos tiempos de hiperconexión y aceleración constante e invitó a practicar la paciencia y la introspección. “Y, sobre todo, la lectura profunda”. Y así con el resto de los premiados.
Terminó la princesa con un alegato por el respeto a los que son o piensan diferente, por la educación (como también señaló su padre), por los vulnerables, los mayores, los que tratan de conseguir un hogar, y, en fin, por “tratar bien al prójimo, salir de la trinchera, sacudirnos el miedo, unirnos para hacer las cosas mejor, pensar en que, si no miramos al otro, no sabremos construir confianza”.
“Soy consciente de que a veces las palabras pronunciadas desde un atril pueden sonar vacías”, reconoció. Pero no por ello quiso despedirse sin insistir en la necesidad de confianza, de justicia, de democracia frente a la arbitrariedad, a la intolerancia o al miedo. Reivindicó “el Estado Social de derecho frente al abuso de poder” y “los Derechos Humanos frente a la indiferencia”. Los premiados, pese a las dificultades, y sin ofrecer “fórmulas mágicas para gestionar esa complejidad”, piensa la princesa, contribuyen a mantener vivo el entusiasmo.