“La guerra también puede tener algo bueno”: la literatura que surge de los escombros de los conflictos balcánicos

Los autores croatas, serbios, bosnios, macedonios o búlgaros encuentran en la mirada desde la niñez y la adolescencia una vía para contar las profundas heridas de su pasado

El ejército yugoslavo se despliega por los pueblos de Lesticia y Sucia, en 1991.Georges MERILLON (Gamma-Rapho via Getty Images)

En 1969, el escritor yugoslavo Bora Ćosić publicó El papel de mi familia en la revolución mundial. Obtuvo el prestigioso premio NIN cuando el titoísmo afrontaba un paréntesis entre las protestas estudiantiles de 1968 en Belgrado y la Primavera croata de 1971. La descripción de una familia burguesa venida a menos, a través de la mirada de un niño, durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, era ...

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En 1969, el escritor yugoslavo Bora Ćosić publicó El papel de mi familia en la revolución mundial. Obtuvo el prestigioso premio NIN cuando el titoísmo afrontaba un paréntesis entre las protestas estudiantiles de 1968 en Belgrado y la Primavera croata de 1971. La descripción de una familia burguesa venida a menos, a través de la mirada de un niño, durante los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, era un retrato inocente y chancero, pero dejaba un regusto a crítica ácida sobre el absurdo de los totalitarismos y el ajuste acomodadizo a la nueva ideología. El régimen no prohibió el libro, pero sí la versión cinematográfica de Bahrudin Bato Čengić. Los censores tardaron un par de años en entender el mensaje burlesco y satírico que inspiraba el relato.

El recurso a la infancia, a la adolescencia, al conflicto generacional ha sido frecuente en la literatura balcánica para cuestionar y desmontar, desde la inocencia, las perversiones y desarreglos del mundo adulto. Al autor Ivica Đikić le llegó la popularidad con Cirkus Columbia, donde la jovialidad de un tiovivo representaba el antagonismo trágico ante el descenso a los infiernos de las guerras de secesión yugoslavas (”Recordaré ese año de 1992 como el único año de instituto en el que no tuve que recuperar las matemáticas. Partiendo de eso podríamos llegar a la conclusión de que la guerra también puede aportar algo bueno”, escribió). Las grandes crisis locales, la económica y la moral principalmente, han sido procesadas desde la óptica infantil, bien sea en la biografía, pero también en la literatura. Una calle sin nombre (La Caja Book, 2020), de Kapka Kassabova, es una genealogía desde la infancia acerca del largo proceso de reconciliación con la patria búlgara, y Física de la tristeza (Fulgencio Pimentel, 2018), de Gueorgui Gospodínov, nos ayuda a entender el tedio y la falta de estímulos para un niño en la Bulgaria comunista: la nadería como sugestión creativa.

Vladimir Arsenijević también logró el premio NIN en 1994 con la novela Entre líneas (Edhasa,1988), primera parte de la tetralogía Cloaca Máxima (un itinerario vital por la post Yugoslavia hasta la actualidad). El protagonismo en la obra lo acaparan las drogas, el sexo, la deserción, el libertinaje y la insurrección frente a los designios inescrutables del autoritarismo paternal, las convenciones sociales, el conflicto étnico y el militarismo. Preguntado sobre el conflicto generacional, Arsenijević tiene claro que “el estilo literario realista durante los años noventa fue sin duda la mejor manera de lidiar con la turbulenta y la realidad a menudo trágica de un país que se estaba desmoronando”.

La mirada pulcra y desnuda de un niño o la subversión de un adolescente encajaban en un paisaje social absurdo, ininteligible, cambiante e incierto, y permitía a los autores exponer la incredulidad social. Continúa abundando en ello Arsenijević: “Hoy en día, los escritores y escritoras no tienen una necesidad tan aguda de esa simultaneidad y credibilidad casi periodísticas, por lo que pueden probar otras técnicas literarias, aunque algo más estratificadas. También se nota que las autoras dominan la literatura regional, lo que no ocurría en la generación a la que pertenezco”.

Dino Pešut, escritor croata, autor de 'Hijo de papá, en una imagen de Karla Jurić cedida por el autor.

Rumena Bužarovska, Ivana Sajko, Olja Savičević Ivančević, Milena Marković, pasando por Lejla Kalamujić, Tanja Stupar Trifunović, Senka Marić, Tea Tulić o Dora Šustić han sacudido el árbol de la literatura regional los últimos años. Ivana Simić Bodrožić, autora de Hotel Tito (Menoscuarto ediciones, 2023), no solo retrata el perfil de una niña victimizada por el conflicto, sino que disecciona cómo la pubertad persigue por sí misma disociarse de la condición de refugiada. La protagonista no deja de explorarse a sí misma y de avanzar sorteando obstáculos con la adolescencia y las hormonas acuestas en un escenario delirante.

Lana Bastašić, autora de Dientes de leche (Sexto piso, 2022), preguntada al respecto, sostiene que entre ambas generaciones no “hay dos mundos diferentes, es el mismo para todos”. En su colección de relatos protagonizados por niños, uno de los objetivos es “preguntarnos de dónde vienen los monstruos y cuál es nuestra responsabilidad al crearlos”. La autora sitúa ante el espejo el conflicto generacional y los lectores solo tenemos que encontrarnos de frente con la “negligencia” y el “abuso” sin que la guerra o el conflicto interétnico lo mediaticen necesariamente todo. El foco puesto en los menores nos concede a los lectores una mirada periférica que encuadra patrones corrosivos que se repiten y heredan desde el mundo adulto, como si fuéramos trabajadores sociales, psicólogos infantiles o meros espectadores escandalizados. En verdad, como reconoce Bastašić, la nueva generación “quiere que se le identifique con algo más que la ruptura de Yugoslavia […] cuando se hayan eliminado todos los escombros”.

Se trata de un proceso de introversión social, donde la demolición yugoslava ha generado un desorden por fuera, pero también por dentro, que hay que dilucidar y abrazar. La literatura por sí misma no consigue la purificación colectiva, pero sí sirve para calibrar la naturaleza y la dimensión de las fallas sociales. Dino Pešut, que acaba de estar en España para promocionar su novela Hijo de papá (Deleste, 2024), opina que “la nueva escritura de la región trata menos del conflicto que del deseo de entendimiento”. ”Creo que desde la empatía se intenta desbloquear los puntos dolorosos y neurálgicos ocultos de la historia íntima y política”, dice. En su obra se revela la desconexión emocional entre ambas generaciones, la ausencia de intimidad entre un padre corriente y su hijo homosexual en una ciudad como Zagreb, que nos resulta cercana y transitable, pero donde el cinismo y el fatalismo, el miedo a desnudar el alma, las desigualdades de clase y su impacto en la autoestima quedan como patologías ocultas frente a los grandes idealismos y maximalismos que la élite política alimentó durante la transición.

Educados en la contención sentimental y aturdidos por la crisis socioeconómica, los afectos fueron sacrificados y ahora es el tiempo de la recomposición y de encontrar nuevas fórmulas de sanación colectiva. La literatura local aporta una nueva sensibilidad y una actitud alentadora sobre como una sociedad se recompone desde el dolor y desde las carencias no estrictamente materiales.

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