Ana Blandiana, premio Princesa de Asturias de las Letras: “Me preocupa el declive de la democracia en Europa”
Conocida por su compromiso con la libertad y la memoria histórica, la poeta y narradora rumana reflexiona sobre el papel de la escritura como resistencia al autoritarismo y denuncia la repetición de errores históricos en tiempos actuales
Ana Blandiana (Timisoara, Rumania, 82 años) rezuma felicidad en su despacho de la Fundatia Academia Civica —una organización que fundó el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia para contrarrestar el avance de ideas autoritarias—, situada a muy pocos metros de la emblemática Plaza de la Universidad de Bucarest, conocida en su país como el kilómetro cero de la democracia. La autora, a punto de viajar a Ovie...
Ana Blandiana (Timisoara, Rumania, 82 años) rezuma felicidad en su despacho de la Fundatia Academia Civica —una organización que fundó el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia para contrarrestar el avance de ideas autoritarias—, situada a muy pocos metros de la emblemática Plaza de la Universidad de Bucarest, conocida en su país como el kilómetro cero de la democracia. La autora, a punto de viajar a Oviedo para recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras, celebra este reconocimiento por resucitar la memoria colectiva, sobre todo “en tiempos, como los nuestros, en los que la historia tiende a repetirse”. Se muestra concernida por el devenir de Europa. “Me preocupa su declive, está amenazada por los movimientos extremistas antisistema, que tienden a ocupar la escena política y, por otra, por el progresismo que pone en peligro la definición de democracia”, asegura.
Poco conocida por el gran público en España, pero señalada por la crítica como una de las grandes voces de la literatura europea y figura indispensable en la historia de la resistencia al régimen totalitario de Nicolae Ceausescu. La poesía de Blandiana está recogida en el sello Visor (El ojo del grillo, Variaciones sobre un tema dado, El sueño dentro del sueño y otros poemas, Primera persona del plural), la editorial Pre-textos (El sol del más allá y El reflujo de los sentidos) y en Galaxia Gutenberg (Un arcángel manchado de hollín). También sus dos volúmenes de relatos han aparecido en el sello Periférica (Las cuatro estaciones y Proyectos de pasado).
Pregunta. Su obra narrativa destaca por sus ensayos, cuentos, novelas y diarios. Sin embargo, la poesía, que se considera la menos popular entre los lectores, ha sido el género que ha desempeñado con más intensidad, ¿por qué?
Respuesta. Empecé a hacer rimas (al menos así las consideraban mis preocupados padres) mucho antes de saber escribir o leer. Eran ristras de palabras desordenadas y a veces completamente inventadas que me decía a mí misma o a los juguetes, y más tarde la lectura y la escritura solo normalizaron mi hábito. La poesía nunca ha sido para mí una profesión, un proyecto cultural, sino algo anterior a las reglas de la sociedad e incluso anterior a mi voluntad. Me convertí en escritora profesional mucho más tarde, después de publicar varios volúmenes de poesía. Fue un momento ligado a la sociedad, a la forma en que sentía la necesidad de describir el mundo que me rodeaba, que se volvía cada vez más repugnante, cada vez más insoportable, pero no quería cargar mi poesía con ese lastre de resentimiento. Me hubiera gustado escribir una prosa realista y desmitificadora, pero, extrañamente, sin pedírmelo, la poesía se negó a apartarse y mis novelas y relatos cortos se volvieron fantásticos. He dicho que me convertí en escritora profesional solo escribiendo prosa, porque solo en prosa mi página depende enteramente de mí, sé cuándo la empiezo, cuándo la acabo y qué viene después. Cuando escribo un poema nunca sé si es el último porque tengo la sensación de que no depende de mí.
P. ¿Qué papel juegan el orden y la disciplina a la hora de escribir poesía?
R. Absolutamente ninguno.
P. Manuel Rivas dice que “todo acto de creación tiene un punto de rebelión”. ¿Cuánto de rebeldía tiene su escritura?
R. Me resulta difícil decir cuánto, pero en cualquier caso hay muchas formas de rebeldía. Pues desde la insumisión contra las injusticias sociales hasta la insumisión contra las injusticias cometidas por Dios, desde la resistencia contra la inmoralidad de la clase política hasta la resistencia contra la violencia y la estupidez que desfiguran la sociedad, desde la resistencia contra los límites del ser humano hasta la resistencia contra los límites del lenguaje, todo en la escritura es rebelión y rebeldía, llevada hasta la obstinación por expresar no solo todo, sino también lo inexpresable.
P. ¿La ironía mordaz de su prosa la adquirió cuando se sentía que vivía como una exiliada dentro de su propio país?
R. Como ya le he dicho, mi prosa no es ni de lejos tan realista como yo quería que fuera cuando empecé. Eso no quiere decir que mis sentimientos hacia un mundo lleno de odio, mentiras, sufrimiento, manipulación, violencia y fealdad no se reflejaran en la página. Pero la página se ha visto envuelta casi a regañadientes por la nube de lo fantástico que ha suavizado sus contornos pero ha profundizado sus significados. En cuanto a la suposición de que he vivido como una exiliada en mi propio país, no expresa exactamente la realidad, porque más allá de las persecuciones siempre he sentido que no estoy sola, que mis lectores entienden lo que digo, que mis páginas les ayudan. Este vínculo tácito pero firme me ha impedido pensar en abandonar mi país, en exiliarme.
P. ¿Hasta qué punto la poesía debe tener un compromiso social en el contexto actual?
R. No me gusta la fórmula del compromiso social, se utilizó en el proletcultismo [el periodo artístico más bajo de la cultura del siglo XX en Europa del Este] y más tarde fue la etiqueta y la excusa de quienes escribieron odas a Ceauşescu. El arte no se hace con compromisos. Pero para responder a su pregunta, la poesía puede florecer sobre los grandes problemas y dramas de la actualidad en la medida en que los poetas se conmueven, se preocupan, se emocionan por estas realidades, es decir, en la medida en que son humanos. Lo que no significa necesariamente que se escriban poemas sobre esos temas, sino que esas realidades susciten el asombro, el horror, la rebelión ante el absurdo del que nace la poesía.
P. Con el auge de ideas autoritarias en Europa, la polarización política y la guerra cultural, ¿le preocupa el futuro de la democracia en el continente?
R. Me preocupa no solo el declive de la democracia en Europa, sino también el declive de Europa, este continente donde nació la democracia y donde se formularon los derechos humanos. Este continente que a través de la filosofía griega, la jurisprudencia romana y el cristianismo ha construido la cultura de los últimos veinte siglos. No solo la democracia, sino también la cultura se ven amenazadas, por una parte, por los movimientos extremistas antisistema que tienden a ocupar la escena política y, por otra, por el progresismo que pone en peligro la definición de democracia al desplazar violentamente el foco de la mayoría a las minorías, reinventando la autocensura y disolviendo el principio del valor.
P. ¿Cree que la recuperación de la memoria es más importante ahora que nunca?
R. Sí, creo que la recuperación de la historia es aún más importante y necesaria en tiempos como los nuestros, en los que la historia tiende a repetirse. Tanto la tendencia creciente de partidos extremistas y favorecedores de regímenes autoritarios, como el desarrollo de teorías y movimientos que promueven la cultura de la cancelación, desprecian la historia o tratan de reescribirla. Esto es igualmente insensato, manipulador y peligroso. Bastaría con recordar y comparar la situación y el ambiente europeos anteriores a la II Guerra Mundial con los actuales para comprender hacia dónde vamos y detenernos. En cuanto al recuerdo del comunismo real, este puede evitar que seamos víctimas por segunda vez de la misma utopía que la historia ha convertido en pesadilla.
P. Tras la caída del régimen comunista y bajo el amparo del Consejo de Europa, fundó junto a su marido, Romulus Rusan, el Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia (1993), un museo dinámico que honra a quienes padecieron y perecieron bajo la dictadura comunista en su país. Tras más de 20 años desde su creación, ¿cree que se ha hecho justicia en Rumania?
R. Depende de lo que entendamos por justicia. Hay una plétora de jóvenes historiadores que ahora tienen acceso a los archivos, hay una ley que añade a las pensiones de los antiguos presos políticos que siguen vivos un suplemento proporcional a los años de detención; se han escrito novelas y se han hecho películas que intentan reconstruir los dramas, hay varios museos (todos ellos creaciones de la sociedad civil sin apoyo gubernamental) e incluso hubo una Comisión presidencial para la condena del comunismo cuyo informe final fue leído solemnemente en el parlamento y que calificó que aquello fue “ilegítimo y criminal”. Pero de los 200 torturadores que sobrevivieron, solo tres fueron procesados y solo uno acabó siendo condenado. En cuanto a los que ordenaron los asesinatos, ellos, o sus hijos, se convirtieron en empresarios del capitalismo.
P. ¿Qué supuso para usted la escritura del poemario Variaciones sobre un tema, publicado tras la muerte de su marido?
R. En la conmoción que me produjo la muerte de mi marido, escribir era solo una forma de defenderme, de intentar comprender lo que me estaba pasando. Todo ese material lo pasé al ordenador, solo sé escribir con lápiz. Luego, cuando ya habían cumplido su función terapéutica y, de hecho, casi los había olvidado, los leí y descubrí que eran poemas, del mismo modo que Monsieur Jourdain descubrió que escribía prosa, como en la obra de Molière. Bromeo un poco, pero lo hago porque, en estas circunstancias, el éxito de estas páginas cuando se convirtieron en libro, tanto en Rumania como en el mundo [se tradujo a seis idiomas en el primer año tras su publicación], me causó estupor y casi desconcierto. Me di cuenta de que en la presentación del libro en Bucarest algunas personas compraban tres o cuatro ejemplares para regalar a amigos que habían perdido a alguien. Luego ocurrió lo mismo en Roma. Solo entonces me di cuenta de que, oculta en el misterio de la poesía, la gente había descubierto la prueba de que no hay frontera entre la vida y la muerte.
P. El año pasado publicó Más que el pasado, un diario que escribió pocos meses antes de la caída del régimen, ¿cree que la palabra libertad, tan defenestrada durante los años oscuros bajo el comunismo, está de vuelta?
R. La forma sorprendente en que los jóvenes se han interesado por este libro acerca del pasado me ha llenado de felicidad, pero no interpreté esta reacción como una forma de libertad, sino casi al contrario, como un giro desde la indiferencia de la libertad hacia la necesidad más humana de comprender el mundo del que procedían sus padres y las raíces de su propio mundo. Recuerdo, por ejemplo, cómo inmediatamente después de 1989, debido a que Ceauşescu era mojigato y había prohibido cualquier referencia al sexo, hubo una verdadera oleada de literatura pornográfica producida por la generación más joven. Era una forma de libertad un tanto ridícula, mientras que ahora me parece que asistimos a una maduración, a un interés por comprender el mal, al que quizá hayan contribuido las guerras que no esperaban, especialmente la de Ucrania, vista como una guerra poscomunista.
P. Para usted, ¿qué significaba la literatura durante la dictadura y qué sentido tiene hoy?
R. En la dictadura, como ahora, escribir era una forma de expresión de lo que soy frente al Mal y, sobre todo, de la extraña y siempre inestable relación entre el Bien y el Mal en un mundo cada vez menos capaz de definirlos y distinguirlos.
P. Mircea Cartarescu ya es un autor consolidado en España. Próximamente la editorial Armaenia publicará Los inocentes, de Ioana Parvulescu... ¿cómo acoge la proliferación de títulos rumanos en español?
R. Los escritores rumanos que han empezado a ser traducidos y a tener éxito en el mundo en los últimos años no han surgido de la nada. Son la puesta al día de una literatura que la dictadura comunista aisló del resto del mundo. Mircea Eliade, Emil Cioran, Eugen Ionesco y Vintila Horia fueron los últimos en ser vistos por Occidente antes de que cayera el Telón de Acero. Lo asombroso no es que los escritores rumanos sean descubiertos y tengan éxito, sino que haya hecho falta un cuarto de siglo de libertad para que las cosas vuelvan a la normalidad.