La faceta más desconocida de Néstor Basterretxea como ‘escultor’ de sillas y mesas
Más de una veintena de instituciones han programado actividades para conmemorar el centenario del nacimiento de este artista polifacético
“¡Hala! En esta sala hay sillones, banquetas y mesas muy modernas”, exclama un visitante cuando dobla la esquina de la galería. Nadie espera encontrar mobiliario, aparentemente común, expuesto en el Museo Bellas Artes de Bilbao. Algunas de estas piezas eran de la familia Huarte Beaumont, muy conocida en Navarra por sus empresas y acciones de mecenazgo. Otras estuvieron a la venta en la icónica tienda de mueble...
“¡Hala! En esta sala hay sillones, banquetas y mesas muy modernas”, exclama un visitante cuando dobla la esquina de la galería. Nadie espera encontrar mobiliario, aparentemente común, expuesto en el Museo Bellas Artes de Bilbao. Algunas de estas piezas eran de la familia Huarte Beaumont, muy conocida en Navarra por sus empresas y acciones de mecenazgo. Otras estuvieron a la venta en la icónica tienda de muebles Espiral en el centro de San Sebastián, hoy desaparecida.
Su diseño corre a cargo del artista vasco Néstor Basterretxea (1924-2014) y sigue la tendencia nórdica de mediados del siglo pasado, aunque con limitaciones. “Se nota, sobre todo, en la perfilería propia de las industrias de Huarte. Esta estructura es el elemento básico que obliga al artista a trabajar unas formas muy determinadas durante su etapa en Madrid”, explica el director curatorial de la exposición, Gilermo Zuaznabar.
Este lunes se cumple el centenario del nacimiento de Basterretxea y más de una veintena de instituciones vascas se reúnen en torno a su figura. De ahí, esta muestra sobre esta persona polifacética con mucha presencia en Euskadi por su cerca de medio centenar de esculturas ubicadas en lugares públicos. “Tenemos una imagen estereotipada de él, pero tiene una vida muy interesante, en la que tocó muchas disciplinas”, admite Zuaznabar durante una visita por la propia galería en conversación con EL PAÍS.
Gran dibujante
Su unión con Jorge Oteiza fue tal que, en 1958, los dos artistas se asentaron en Irún, en una casa-taller que él mismo diseño. En esa vivienda, no solo dibujaba Basterretxea. El suelo del porche exterior solía estar lleno de garabatos. En este caso, no de lápiz, sino de tiza. Su hijo Gorka Basterretxea y sus amigos se entretenían de esta forma cuando salían del colegio. “Ha sido una casa muy diversa y plural. La puerta siempre estaba abierta”, recuerda su descendiente. “Además, al lado vivían el tío Jorge y la tía Itziar—en referencia a Oteiza y su mujer, Itziar Carreño—, así que te puedes imaginar la efervescencia constante de aquello”. Ahora, el Ayuntamiento de la localidad fronteriza está restaurando el edificio, hasta hace poco, en ruinas.
Este escultor nacido en Bermeo (Bizkaia) destacaba realmente por su habilidad con el lapicero. El concepto de las tres dimensiones sobre el papel todavía asombra a su hijo. Así como Oteiza moldeaba el barro y luego lo traducía al hierro, Basterretxea sacaba punta al carboncillo y se dejaba llevar. “Mi aita era muy buen dibujante, es más, conoció a mi ama haciéndole un retrato en Argentina, adonde tuvo que emigrar y ganarse la vida tras ver truncados sus deseos de estudiar arquitectura tras estallar la Guerra Civil”.
Búsqueda de la transformación
Su marcada ideología nacionalista y la dictadura franquista acentuaron esa búsqueda de una reordenación de la sociedad con nuevas formas para generar nuevos valores. Zuaznabar apunta que esto también venía ocurriendo en otros países europeos tras la Segunda Guerra Mundial: “Los artistas concebían el arte como una forma de llegar a la sociedad no solo en un museo, sino a través del objeto cotidiano”. De ahí que su catálogo de obras recoja más muebles, como el somier de una cama (1965), incluso, tiradores de armarios y candelabros (1968) o un juego de ajedrez (1961).
“Basterretxea no se puede desligar de su presente”, sentencia por teléfono la directora de Artium Museoa, Beatriz Herráez. “Se implica en la transformación social del escenario político y social de Euskadi a finales de los años 60 y principios de los 70″, concreta. Su “trabajo subrayable” ha tenido una influencia “no solo en lenguajes plásticos, sino en muchísimos ámbitos”, considera la responsable del museo vasco de arte contemporáneo.
El conservador jefe de la pinacoteca bilbaína añade que Basterretxea colocó el arte dentro de los movimientos modernos: “Lo hace de una manera que supone una transformación social. Identifica las formas características vascas y las presenta desde lenguajes absolutamente modernos y rupturistas”.
Obra pública
Ese sentimiento, sumado a la influencia de Oteiza, introduce al artista en la escultura. “La primera obra pública fue una fuente de piedra arenisca en Irún (Fuente, 1969), mientras que la última se colocó en Baiona (Egun on Baiona, 2014)”, detalla su hijo, que también se dedica a la gestión cultural. Sin embargo, su obra más ambiciosa y emblemática es Serie cosmogónica vasca (1972-1975) compuesta por 18 esculturas, 17 de madera de roble y un bronce.
El propio Basterretxea recogía en uno de sus textos el porqué de su proyección hacia la escultura: “Trabajé en el largo aprendizaje de ordenar formas […]. Pero ahora, me esfuerzo, por pasión vasca, en […] una labor de introversión en las raíces más profundas y sugerentes de nuestro pueblo, para interpretar con imágenes tangibles las ideas implícitas en nuestros primeros gestos de tribu”.
Censura en el Santuario de Arantzazu
En esta trayectoria, con la Iglesia topó también al concurrir al concurso de la decoración pictórica de la nueva basílica de Arantzazu. Tras un año de trabajo, su obra fue atacada por discrepancias en su estilo vanguardista. No pudo terminarla hasta 1984. “Le pareció una atrocidad al sector duro eclesiástico del momento. Toda la familia nos pillamos un cabreo monumental”, recuerda el pequeño de los cuatro hijos de Basterretxea.
A mediados de los años 70, la Diputación alavesa le encargó crear los objetos de culto de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción de Lasarte. Fueron, en total, siete piezas litúrgicas: un altar, dos canceles, un ambón, un sagrario y dos candelabros.
Actividades por el centenario
A unos pocos kilómetros de este templo, Artium Museoa es testigo de todo el trabajo realizado por Basterrexea. En su centro de documentación, se conservan más de 7.000 piezas, entre ellas, dibujos, textos, publicaciones o fotografías. “La familia tuvo la generosidad de depositar el archivo del artista”, agradece Herráez en una semana intensa de preparativos para la institución cultural: en unos días, inaugurarán una exposición con esos archivos.
Esta nueva exposición en Vitoria llega después de un arduo trabajo de escaneo, catalogación y volcado a una página web —próximamente, pública— de esos documentos. “Son proyectos, en su gran mayoría, no concluidos y casi utópicos”, describe la directora. Se sumará a la abierta hasta finales de mayo en el museo de Bilbao y otros actos organizados por el Instituto Vasco Etxepare, la Filmoteca Vasca, el Festival de Cine de San Sebastián, el Parlamento Vasco y varios ayuntamientos.