Ilustración de 912 de un tigre arrastrando a una víctima.

Tras el rastro de la tigresa devoradora de hombres de Champawat, que se comió a 436 personas

Un extraordinario libro revisa con nuevos datos y sensibilidad actual la historia de la fiera más mortífera conocida, cazada por Jim Corbett en la India en 1907

Tigres. Representan lo más maravilloso, salvaje y peligroso de la naturaleza. Cuando menos te lo esperas, salta uno en tu vida. Y a veces dos. En esta ocasión, en sendos libros. Uno es el tigre de Gently Sahib (Robinson, 2012), una novela policiaca de 1964 que me compré en Sant Jordi y que es uno de los casos del superintendente George Gently, investigador muy popular en Gran Bretaña que hasta tiene una serie de la BBC (8 temporadas, de 2007 a 2017, Acorn TV), en la que lo encarna Martin Shaw. Gently es una creación de Alan Hunter (1922-2005), un autor de Norfolk que luchó en la RAF en ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tigres. Representan lo más maravilloso, salvaje y peligroso de la naturaleza. Cuando menos te lo esperas, salta uno en tu vida. Y a veces dos. En esta ocasión, en sendos libros. Uno es el tigre de Gently Sahib (Robinson, 2012), una novela policiaca de 1964 que me compré en Sant Jordi y que es uno de los casos del superintendente George Gently, investigador muy popular en Gran Bretaña que hasta tiene una serie de la BBC (8 temporadas, de 2007 a 2017, Acorn TV), en la que lo encarna Martin Shaw. Gently es una creación de Alan Hunter (1922-2005), un autor de Norfolk que luchó en la RAF en la Segunda Guerra Mundial, abrió su propia librería en Norwich y, admirador de Simenon, escribió la friolera de 46 novelas de su detective. Me interesó mucho el planteamiento de Gently Sahib: arranca con un tigre de Bengala que escapa de las instalaciones de un importador de animales para zoos y desata el pánico en las calles de la pequeña localidad de Abbotsham, Devon. La fiera ataca la camioneta de reparto de una carnicería, se pone hasta arriba de salchichas y es ahuyentada por los ladridos de un corajudo pequinés antes de caer bajo las balas de la policía. Tiempo después, desentierran en un jardín el cuerpo de lo que parece una víctima del tigre de Abbotsham, y el raro caso, en el que está implicada una testigo protegida, va a parar a manos de Gently. El inspector sospecha que alguien usó al tigre como singular arma homicida y deja caer una frase estupenda: “Un tigre, una rubia y un cadáver en el jardín, ¿qué más necesitas para que tu nombre aparezca en el Sunday?”.

Mucho más interesante, con perdón del superintendente y de Alan Hunter (y del felino de Abbotsham), es el tigre del que trata el otro libro, No Beast So Fierce, de Dane Huckelbridge (William Morrow, 2019), y que es nada menos que la famosa tigresa de Champawat (de la que alguna vez hemos hablado en estas páginas, ¿dónde sino?). La tigresa de Champawat (por el lugar principal asociado con sus correrías), está considerada el animal más mortífero de la historia, un devorador de hombres que mató y se comió la friolera de 436 personas en Nepal y el Norte de la India a principios del siglo XX, hasta que puso fin a su siniestra carrera de diez años de serial killer avant la lettre el cazador, rastreador, naturalista, escritor y conservacionista Jim Corbett (uno de nuestros héroes y al que le cuadraría, por cierto, el apelativo de “gentil sahib” del otro libro, ¡y el apellido Hunter!). Huckelbridge revisa las cifras de muertos de la tigresa y, pese a lo escalofriante del número, las da por buenas.

Es difícil dar la medida de lo buenísimo que es este soberbio libro de no ficción (aún no traducido al castellano) que junta la historia, las ciencias naturales, la literatura de viajes, la biografía y la investigación periodística (el autor ha trabajado para el Wall Street Journal, entre otras publicaciones), y además está espléndidamente escrito: en un pasaje inolvidable, el tigre está acechando de noche a su presa desde el linde del bosque “sus ojos dorados transformados en plata a la luz de la luna llena”; en otro, la fiera lanzada al ataque, “aterradora en su poder e hipnotizante en su belleza”, “pura destilación de la furia”, es “una mancha líquida de rayas entrevistas”. Baste con decir que está a la altura de otra de las grandes obras recientes de tigres (y a la que se cita varias veces en No Beast So Fierce), El tigre, de John Vaillant (Debate, 2011), escalofriante relato verídico de las andanzas y la caza de un tigre del Amur (o siberiano) devorador de hombres en 1997 en la región del Primorje, en el extremo oriental de Rusia. En No Beast So Fierce, cuyas 280 páginas no se leen, se devoran (y valga la frase para una faja publicitaria), Huckelbridge reescribe la historia de la tigresa antropófaga desde la sensibilidad (anticolonialismo, ecología) y la ciencia actuales, contextualizándola y revisando el relato y la figura de Jim Corbett. También hace gala de un curioso humor negro, como cuando calcula que las 436 víctimas de la tigresa de Champawat equivalen a que se hubiera comido a todos los jugadores de la NBA.

Jim Corbett con otro de los devoradores de hombres que abatió, el Soltero de Powalgarh.

Corbett (1875-1955) contó su cacería de la fiera, un tigre de Bengala, en el primer capítulo (30 intensísimas, inolvidables páginas) de su célebre libro Devoradores de hombres de Kumaon (hay traducciones al castellano; Ediciones del Viento ha publicado algunas de las obras más hermosas de Corbett como La sabiduría de la jungla o Mi India). Nadie que lo haya leído olvidará nunca escenas como la de adolescente que cuando la tigresa atrapa a su hermana mientras están cortando hierba y empieza a arrastrarla se lanza contra la bestia armada sólo con su hoz en un increíble acto de heroísmo. O frases como: “Es una creencia popular que los devoradores de hombres no se comen la cabeza, manos o pies de sus víctimas humanas. Es incorrecto. Los devoradores de hombres, si no son molestados, se lo comen todo —incluida la ropa empapada en sangre—”. Pero quedaron muchas cosas por explicar y esclarecer. Hucklebridge, que coloca la historia en un marco moral más profundo (la tigresa para él no es un freak de la naturaleza sino más bien un desastre provocado por el hombre) no solo se ha documentado a fondo, sino que ha visitado los parajes en que se desarrolló la gran y peligrosa aventura de la persecución del tigre, y ha hablado incluso con personas que guardan la memoria de aquellos terribles acontecimientos.

Un tigre de Bengala en un zoo de Calcuta (India). DIBYANGSHU SARKAR (AFP)

Es el libro que, si se me perdona el excurso, me hubiera gustado escribir a mí; y de hecho estuve cerca de hacerlo no una sino dos veces: en una ocasión el añorado Jorge de Pallejá me propuso viajar juntos a los escenarios de las aventuras de Corbett y escribir un libro a cuatro manos; y en la segunda, debía hacerlo, el viaje, con otro querido amigo también fallecido, Javier Reverte. En ambos casos la gracia estaba en ver a un maestro rastrear —al menos literariamente— a un viejo tigre y a su cazador, y yo ir detrás de todos ellos (que siempre es más prudente). Aunque cueste creerlo (a mí mismo me cuesta), una vez, de muy joven, recorrí a pie los predios de los devoradores de hombres clásicos, incluido Rudraprayag, de leopardo notorio, y hasta oí rugir un tigre una noche haciendo vivac (“¡Bagh, Bagh, Tigre, Tigre!”, gritaban los porteadores como otros tantos Blakes en versión urdu), una experiencia extrema en la que no hay forma de no recordar que las fieras antropófagas se te comen todo. Huckelbridge puntualiza que los restos de muchas de las víctimas de la tigresa de Champawat cabían en un bolsillo.

Es como si se hubiera zampado a todos los jugadores de la NBA”

No Beast So Fierce, cuyo título proviene de una frase del Ricardo III de Shakespeare (“no hay bestia tan feroz que no conozca algo de piedad, pero yo no tengo ninguna, y por tanto, no soy una bestia”), se adentra en la historia de la tigresa con mirada científica y el propósito de extraer lecciones útiles para hoy, cuando siguen produciéndose casos de devoradores de hombres, pero también con toda la pasión, el fervor y la fascinación (y el sobresalto) de los verdaderos amantes de los tigres. Es revelador al respecto el sabio proverbio indio que cita Huckelbridge al inicio: “No maldigas a Dios por haber creado al tigre, dale gracias por no haberle dado alas”. Es lo que piensa el lector sin duda al explicar detalladamente el autor el impacto brutal del ataque de un tigre, como un misil viviente, y lo que se siente en las fauces del tigre (“los sonidos de la civilización desapareciendo mientras comienza el salvaje coro de la jungla, la cálida fetidez del aliento de la fiera, un anticipo del horror que está por llegar”) . Huckelbridge recalca que los tigres de Bengala son muy grandes, muy rápidos (es absurdo tratar de correr, ellos van tres veces más deprisa), muy fuertes (su mordisco es más potente que el de un tiburón blanco y su zarpazo puede decapitar a un ser humano), y además son listos: la predación de alta gama requiere inteligencia.

Tigres abatidos en una cacería del rey Jorge V en la India.

El autor arranca imaginando una escena, la del cazador furtivo local que disparó insensatamente desde su machán (plataforma en un árbol) contra la tigresa causándole la mutilación (pérdida de un colmillo y rotura de otro) que le impidió cazar sus presas habituales y creando así un monstruo, lanzándola a su sanguinaria carrera de antropófaga y desatando el terror. Huckelbridge subraya que la bala del furtivo que causó la minusvalía asesina de la tigresa no fue sino uno de una serie de acontecimientos que incluyeron desastrosas decisiones que destruyeron el delicado equilibrio de culturas y ecosistemas de la India y Nepal, como la reducción de la selva en favor de la agricultura y la degradación de los hábitats naturales de las especies salvajes, causantes ambos de la mengua de las presas habituales de los tigres. Formaron también parte de la tormenta perfecta de la que surgió la tigresa de Champawat (y otros devoradores de hombres) el que los británicos consideraran a los tigres alimañas enemigas del progreso y la civilización y se lanzaran a cazarlos a mansalva, y la prohibición a los indios de tener y emplear armas a raiz del Motín de los cipayos de 1857, lo que dejó desprotegidas a las poblaciones rurales.

El devorador de hombres, recalca el escritor, es siempre un tigre anormal, que sufre alguna anomalía, pues los normales, aun teniendo una dieta variada, no muestran interés gastronómico por nosotros. Dada la dificultad de determinar a primera vista ante qué tipo de tigre estamos y si se trata de un ejemplar discapacitado, expulsado de su territorio o simplemente cabreado, lo mejor es no molestarlo y apartarse de su paso. Se calcula que los tigres han matado a un millón de personas en la India en los últimos cuatro siglos.

Un tigre del parque nacional de Corbett, en la India.El País

En el libro aparecen muchos conocidos, desde Tipu Sultán, el enemigo de los británicos que se identificaba con los tigres, al gran estudioso de los felinos George Schaller, pasando por el otro gran cazador de fieras antropófagas de la India (y también escritor), Kenneth Anderson, sin olvidar a competidores de la tigresa como la Bestia de Gévaudan (quizá un gran lobo), los leones devoradores de hombres del Tsavo o el cocodrilo Gustavo.

Huckelbridge, aunque sin dejar de señalar los conflictos de identidad de Corbett y sus actitudes inevitablemente coloniales y paternalistas vistas desde la perspectiva actual, dibuja un retrato amable del personaje, un buen tipo comprometido con la gente local, respetuoso y muy conocedor de la naturaleza (imitaba excepcionalmente las voces de los animales). Para nada un altivo sahib sino un europeo humilde nacido en la India descendiente de una familia de emigrantes irlandeses que tuvieron que ganarse el pan arduamente (por supuesto su vida siempre era mejor que la de los indios comunes). Desde que de niño se encontró con uno de frente, Corbett admiraba profundamente a los tigres y si se embarcó en la caza de la elusiva tigresa asesina —una empresa peligrosísima— fue porque el Gobierno se lo encargó, y porque consideró un deber defender la vida de la gente entre la que vivía y a la que amaba. No Beast So Fierce describe la larga cacería de la tigresa, “rayado espectro de la muerte”, de manera emocionantísima. Con detalles como el hedor nauseabundo que desprendía una de las aldeas, Pali, en la zona de depredación de la fiera, al no atreverse sus aterrados habitantes a salir al campo como era la costumbre para hacer sus necesidades. Literalmente, el olor del miedo.

Jim Corbett se enfrenta a la tigresa devoradora de hombres de Champawat, en una pintura de David Southgate.

En esa época, Corbett, aunque un rastreador sensacional, era un novato en la lucha contra los devoradores de hombres (luego cazaría hasta 30, entre ellos al famoso leopardo de Rudraprayag, que mató a 125 personas). Huckelbridge da cuenta de sus errores y sus lentos progresos en la persecución (que incluye conseguir ayuda local y que los parientes de las víctimas autoricen usar los cadáveres como cebos), y remata el relato con el tremendo enfrentamiento final entre Corbett y la tigresa. Del estómago de la fiera el cazador recuperó tres dedos de la última víctima, una chica, y los entregó a sus familiares junto con la piel del animal. Entre los que contemplaron los despojos aun calientes del listado shaitan (diablo) figuraba un hombre que había perdido a su mujer y a sus dos hijos en las fauces de la tigresa. Huckelbridge cree que la piel podría hallarse y recuperarse para ser analizada químicamente con técnicas modernas, lo que arrojaría información sobre las víctimas.

¿Qué te ha parecido?, le pregunto sobre el libro a Luis Cuervo, amigo, lector de Corbett y cazador él mismo y con el que mantengo una fluida conversación a distancia (antes epistolar, ahora por Whatsapp) desde que hace muchos años pasamos un rato inolvidable (y muy emocionante) en el solitario andén de la polvorienta estación de ferrocarril del Tsavo (Kenia). “Muy bueno. Sólo me extraña la imprevisión suicida de Corbett, que llevaba únicamente tres balas, ¡en un caso así!”. Le recuerdo que era un viejo hábito de Corbett, que consideraba que contra un tigre, si vas a pie rastreándolo, no hacen falta más balas, porque o lo matas a la primera o no te va a dar mucho tiempo a recargar… Pero no queda muy convencido. Presa de una súbita emoción —apenas quedan amigos con los que embarcarse en una empresa así—, le escribo: “Vámonos a Kumaon, a Champawat. Tras el rastro de Corbett y la tigresa. Venga. Última aventura”. Estoy esperando la respuesta.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Sobre la firma

Más información

Archivado En