De Arévalo a Chiquito de la Calzada y la explosión de los monologuistas: cómo ha cambiado el humor en España

Los chistes de “gangosos y mariquitas” que hicieron popular en los ochenta al cómico fallecido el martes suenan ajenos en una sociedad que ha cambiado en paralelo a la comedia

El humorista Arévalo, retratado en 2019.Samuel de Roman (Getty Images)

La muerte de Arévalo, el pasado martes, ha despertado, para sorpresa de nadie, un debate en redes sociales sobre cómo ha cambiado el humor en las últimas décadas en España. Para unos, los chistes de Arévalo eran una muestra de un humor caduco y rancio, que se basaba, sobre todo, en el estereotipo y en la burla a gais y gangosos. Para otros, era el ejemplo de un cómico que vivió un tiempo más permisivo con el humo...

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La muerte de Arévalo, el pasado martes, ha despertado, para sorpresa de nadie, un debate en redes sociales sobre cómo ha cambiado el humor en las últimas décadas en España. Para unos, los chistes de Arévalo eran una muestra de un humor caduco y rancio, que se basaba, sobre todo, en el estereotipo y en la burla a gais y gangosos. Para otros, era el ejemplo de un cómico que vivió un tiempo más permisivo con el humor.

Arévalo fue uno de los cómicos más populares de los ochenta y noventa gracias a los casetes de gasolineras y a sus actuaciones en salas de fiestas y televisión, en especial el concurso Un, dos, tres... responda otra vez. Su carrera vivió un nuevo empujón a partir de 2011 con Dos mellizos, un espectáculo teatral junto a Bertín Osborne.

En estos más de cuarenta años el humor ha cambiado, tanto en los contenidos como en los formatos, igual que ha cambiado la sociedad y el público. La crítica Mery Cuesta, autora de Humor absurdo: una constelación del disparate en España, recuerda que hay una parte del ADN del humor “que caduca”, sobre todo cuando está ligado a la actualidad, como la sátira. Es fácil que no se entienda a qué se refiere una viñeta del periódico del mes pasado o un tuit de hace una semana.

Cuesta explica que Arévalo viene de una tradición de comedia costumbrista, que enlaza con el humor del siglo XIX. Es un humor muy popular, que a veces roza lo grotesco en sus imitaciones de clases sociales o de regionalismos. Esta tradición no ha desaparecido y sigue presente en cómicos como Los Morancos, pero esquivó la revolución del Humor Nuevo de la otra generación del 27, encabezada hace un siglo por autores como Miguel Mihura y Tono. De esta otra tradición no solo viene la revista La Codorniz, sino también una larga escuela de cómicos como Miguel Gila y Tip y Coll, que llega a Faemino y Cansado y Miguel Noguera, entre otros. Es un humor absurdo que “habla de la condición humana” y suele prescindir de referentes concretos, lo que hace que aguante mejor el paso del tiempo.

Además, el chiste clásico, esa píldora anónima que circulaba de bar en bar y de escenario en escenario, ha pasado de moda, con excepciones como los espectáculos del Comandante Lara. Este era el formato habitual de mucha comedia en televisión, como el Un, dos, tres y, ya en los noventa, No te rías que es peor y Genio y figura, que alumbró a uno de los primeros cómicos que destrozaron los límites del formato: Chiquito de la Calzada.

En esa década, los chistes perdieron protagonismo frente al monólogo al estilo estadounidense. Ya había monologuistas en España, como Miguel Gila y Pepe Rubianes, pero a partir de 1999, con el canal Paramount Comedy y El club de la comedia, se popularizó el humor observacional, que más tarde daría paso a una comedia más personal y vivencial. El chiste también se vio asediado en bares y recreos, donde se ha sustituido por el meme, como recuerda Cuesta.

Hablando de No te rías que es peor, la única cómica del programa fue Paz Padilla, que luego pasó por Genio y figura, donde había alguna más, como Pilar Sánchez. Las mujeres aún eran minoría en el humor hasta bien entrados los noventa y a pesar de las hermanas Hurtado, Lina Morgan y Las Virtudes. Esto también ha cambiado en las últimas décadas, lo que ha llevado a que se amplíen los públicos, contenidos y formatos, como explica Leonor Ruiz Gurillo en el libro Humor de género. Y algo parecido ocurre con los cómicos que hablan sobre el racismo, como Asaari Bibang y Yúnez Chaib.

Las líneas rojas y el humor

El humor ha cambiado y también hemos cambiado nosotros, el público. Esto explica que algunos chistes de los ochenta y noventa, incluidos los de Arévalo, suenen hoy homófobos o sexistas. Hay que apuntar que estas sensibilidades no son tan nuevas como parece: a principios de los ochenta, la actriz Beatriz Carvajal tuvo que retirar del Un, dos, tres su personaje de La Loli, después de quejas de la Asociación para la Promoción e Integración del Tartamudo (Apita). A La Bombi, el personaje de Fedra Llorente, le cayeron críticas desde el feminismo. RTVE canceló No te rías que es peor en 1995 por su “chabacanería”. El propio Arévalo se llevó palos de la prensa en su época. Como este artículo durísimo de 1981, firmado en este periódico por José Miguel Ullán: el problema de los chistes de Arévalo “no reside en los temas que toca y hasta soba —el humor suele alzarse contra lo vedado—, sino en su ausencia radical de talento”.

Para Cuesta, no se trata de que fuéramos muy racistas y machistas hace 40 años y ahora ya estemos curados, sino del “nivel de tolerancia que hay en cada momento”. Hoy, “tenemos más en cuenta las minorías, singularidades y posturas no normativas”. Si la sociedad es más compleja, el humor también tiene que serlo. Como añade Dani Alés, cómico y coeditor de Micro abierto: textos sobre stand-up comedy, “la sociedad es más consciente del otro” y los chistes “que reflejan una sensibilidad anterior se vuelven extraños”. Esta complejidad no debería asustar a los cómicos: “Cuando un cómico dice que hay ciertos temas con los que no se puede hacer broma es que no está haciendo su trabajo”. O, como escribía Ullán hace más de 40 años, el problema no es el tema, sino cómo se trata.

El cómico Pere Aznar también critica la frase de “no se puede hacer humor con nada” y no solo “porque sea bastante paradójico que se diga ante millones de espectadores”. Sí ha habido, señala, un cambio importante: gracias a las redes sociales, la opinión de ciudadanos anónimos, sobre políticos, periodistas o cómicos, puede llegar a mucha más gente que hace años. Esto es positivo, a pesar del riesgo de postureo moral, pero hace más difícil cualquier trabajo con exposición pública.

Aunque en redes resulta fácil encontrar lamentos sobre una supuesta dictadura de lo políticamente correcto, conviene añadir que la mayoría de los procesos judiciales contra humoristas no ha sido por chistes “de mariquitas”, sino como consecuencia de iniciativas ultraconservadoras: desde los juicios a José Luis Martín en los ochenta por sus cómics de ¡Dios mío!, hasta las portadas recientes de Mongolia, pasando por los tuits de Carrero Blanco o las bromas televisivas sobre religión y la bandera de España.

La vida moderna de Arévalo

En 2017, Arévalo acudió a La vida moderna, el programa de la SER de David Broncano, Héctor de Miguel e Ignatius Farray. Habló de si era o no facha, de Twitter y de los “enanitos”, y aprovechó para contar un chiste de mariquitas, que tanto los presentadores como el público recibieron coreando un “epic Arévalo”.

De Miguel, ahora al frente del espacio satírico Hora Veintipico, recuerda al teléfono que el cómico siempre fue “muy generoso y muy divertido”. “Desde su posición ideológica y humorística que no tenía nada que ver con la nuestra. Y nosotros tampoco le tratamos nunca como a un muñeco de feria para que la gente se riera de él”, recuerda. Tanto es así que, “cuando actuamos en Valencia, nos invitó a su casa y nos hizo una paella estupenda”.

A De Miguel le parece normal que ya no nos riamos de lo mismo que cuando éramos niños, que hayamos aprendido por el camino y que, con suerte, sigamos aprendiendo. “Hay monólogos que yo hacía hace años y que ahora no repetiría. Porque ya no pienso lo mismo o porque ya no me hacen gracia”, dice. Pero está en contra de “juzgar el pasado con ojos de hoy. El presentismo es un ejercicio un poco tramposo”. Soltar un chiste machista o racista hoy en día es criticable o, directamente, ridículo, “pero señalar a quien lo hacía hace 40 años, cuando es lo que había, me parece de un ventajismo un poquito repugnante”. La sociedad cambia. El humor cambia. Con suerte, nosotros también.

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