Muere a los 70 años la finlandesa Kaija Saariaho, la compositora que llegó del frío

Afincada en París desde hacía cuatro décadas, creo seis óperas que hoy son referencia por todo el mundo

La compositora finlandesa Kaija Saariaho, en la ceremonia de unos premios en Estocolmo en 2013.CHRISTINE OLSSON (AP)

Hace aproximadamente quince años recibí una invitación para visitar Finlandia y conocer sus principales instituciones musicales. No necesité andar mucho para encontrarme con su mayor activo, sus fabulosos músicos creados a partir de una red de escuelas de de éxito casi infalible. En el propio aeropuerto de Helsinki, la inevitable tienda de recuerdos mostraba con orgullo objetos de cristal salidos de la imaginación de su arquitecto nacional, Alvar Aalto, y discos. En ellos se acumulaba la música de compositores como ...

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Hace aproximadamente quince años recibí una invitación para visitar Finlandia y conocer sus principales instituciones musicales. No necesité andar mucho para encontrarme con su mayor activo, sus fabulosos músicos creados a partir de una red de escuelas de de éxito casi infalible. En el propio aeropuerto de Helsinki, la inevitable tienda de recuerdos mostraba con orgullo objetos de cristal salidos de la imaginación de su arquitecto nacional, Alvar Aalto, y discos. En ellos se acumulaba la música de compositores como Kaija Saariaho, fallecida el viernes, 2 de junio, a los 70 años, y Magnus Lindberg, convenientemente dirigidos por la batuta de Esa-Pekka Salonen. Era la marca Finlandia, como nosotros tenemos bailarinas vestidas de sevillanas, panderetas y castañuelas en análogo lugar.

Todos ellos vivían fuera de su país y esa era también la marca Finlandia, el elevado número de talentos creados en su método, coronado por la célebre Academia Sibelius, apenas podían ser absorbidos por un país de 5 millones y medio de personas. Pero, desde fuera, eran Finlandia.

Kaija Saariaho, nacida en 14 de octubre de 1952, se había trasladado a vivir a París, tras sus estudios en Helsinki y una ampliación en Friburgo. Era un momento mágico, con el IRCAM (instituto de investigación sobre acústica y música) en plena mutación, el espectralismo había pateado el tablero de una institución creada por y casi para Pierre Boulez. Los ordenadores se habían adueñado de las prácticas de laboratorio y en el magnético instituto de la plaza Stravinsky se podía analizar el sonido, crear modelos de composición y realizar electrónica en vivo con aparatos de altas prestaciones. Kaija Saariaho se casó, además, con un compositor e ingeniero del IRCAM, Jean-Baptiste Barrière, y vivían en el barrio del Centro Pompidou, que acoge al instituto.

Durante las décadas de los ochenta y noventa, Saariaho se hizo un nombre combinando análisis espectral, modelos de creación surgidos o avalados en ese laboratorio de élite y estrenando obras que pedía (y conseguía fácilmente) colaboración de los equipamientos informáticos del centro. Desde esta plataforma, Saariaho comenzó a definir una poética en la que una rara sensibilidad ligada a las sugerencias telúricas de su país le daban una voz extremadamente personal.

Con el cambio de siglo, Saariaho comenzó a familiarizarse con la ópera y lo hizo con tanto éxito que sus seis títulos se han convertido en referencia por todo el mundo. Todo empezó con la primera, L’amour de loin, encargo del Festival de Salzburgo, de la mano entonces de una figura familiar, Gerard Mortier, y auxiliada por un equipo de colaboradores de primer orden, Peter Sellars en el montaje escénico y un libreto del escritor franco libanés Amin Maalouf. El éxito fue fulgurante, una historia de trovadores medievales que mueren de amor sin siquiera llegar a verse y que traía aromas del Pelléas et Melisande, de Debussy, y todo ello en francés, un idioma que había tenido poca aceptación en el ámbito de la ópera contemporánea. Con Maalouf realizó tres óperas más, Adriana Mater y La Passion de Simone (más bien oratorio), Émilie y alguna otra pieza lírica. A mediados de la década de los diez de este siglo, Saariaho se acerca al universo del Teatro No japonés y firma Only The Sound Remains, la única de sus óperas vista en el Teatro Real de Madrid y la primera de sus dos últimas escritas ya en inglés, aunque la última, Innocence, combina varios idiomas. Esta última, encargo del Festival d’Aix-en-Provence, se ha estrenado hace dos años y ya dejó ver a una Saariaho muy deteriorada, que salía a saludar en silla de ruedas.

La compositora Kaija Saariaho, retratada en el año 2019.SUSANNA SÁEZ

Naturalmente, el número de piezas musicales ajenas a esta importante producción operística es muy elevado y ha constituido uno de los corpus mejor aceptados por todo tipo de público en el angosto campo de la música contemporánea, lo que le condujo a recibir numerosos premios y galardones entre los que se cuenta el de Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en el año 2018.

Al margen de las distinciones, Saariaho se ha ganado a amplias capas de la opinión artística como una de las compositoras mejor conocidas y aceptadas y, en lo que respecta a nuestro país, ha tenido numerosas relaciones profesionales y personales entre las que modestamente me incluyo desde que fue invitada al Festival de Alicante, que entonces dirigía. Pero ha habido más, la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE) la ha incluido en sus programas; el Teatro Real, como decía anteriormente, la convirtió en la primera mujer no española en ser programada y mucho más.

Su fallecimiento en París, que la había acogido durante 41 años, la convierte en una de las figuras más sobresalientes del difícil arte de los sonidos de las que han protagonizado el cambio de siglo. Hoy un arco de pena atraviesa los cielos de Helsinki y París y son muchas otras las ciudades que se unen al lamento. Hasta siempre, Kaija.


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