James Ivory, cineasta: “He vivido mi homosexualidad sin miedo y sin culpa”

A punto de cumplir 95 años, el director estrena su primera película desde 2009, un documental sobre un viaje de juventud a Afganistán que también funciona como relato de su despertar erótico

El cineasta estadounidense James Ivory, retratado en Roma en octubre de 2022. Foto: MASSIMO INSABATO (ARCHIVIO MASSIMO INSABATO / MONDADORI / GETTY IMAGES) | Vídeo: Filmin

Tras un par de décadas de relativo olvido, James Ivory (Berkeley, California, 94 años) protagoniza una especie de renacimiento. El Oscar al mejor guion adaptado en 2018 por Call Me By Your Name, el primero de su larga carrera, provocó que una nueva generación se acercase a su trabajo. “Estos redescubrimientos han sucedido siempre, en todas las artes. La diferencia es que a mí me pasa sin haber muerto todavía”, bromea...

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Tras un par de décadas de relativo olvido, James Ivory (Berkeley, California, 94 años) protagoniza una especie de renacimiento. El Oscar al mejor guion adaptado en 2018 por Call Me By Your Name, el primero de su larga carrera, provocó que una nueva generación se acercase a su trabajo. “Estos redescubrimientos han sucedido siempre, en todas las artes. La diferencia es que a mí me pasa sin haber muerto todavía”, bromea el director desde su casa en Claverack, una mansión decimonónica en el valle del río Hudson, en el Estado de Nueva York. Al revés, Ivory está muy vivo. Además de sus memorias, Solid Ivory, publicadas hace algo más de un año, se preparan dos documentales sobre su vida y su obra: Merchant Ivory, sobre su relación con su productor, Ismail Merchant, e In Search of Love and Beauty, que contará con las opiniones de los actores que convirtió en estrellas, como Hugh Grant, Emma Thompson o Helena Bonham Carter.

El cineasta se monta en la ola con el documental que ha codirigido con Giles Gardner, James Ivory, el largo viaje, que acaba de estrenar Filmin. En él, visiona de nuevo las imágenes filmadas durante el viaje que hizo a Afganistán a los 32 años para rodar una película financiada por la familia Rockefeller, que nunca llegó a montar. Regresar al año 1960 le permite relatar cómo era el Kabul de la época, “una ciudad de casas de barro, antes de la llegada de los soviéticos, los estadounidenses y los talibanes”. Pero también narrar su juventud en Oregón, su despertar sexual —en diálogo con la historia homoerótica del emperador mogol Babur, que también fascinó a E. M. Forster, a quien Ivory ha llevado tres veces al cine— y su encuentro con Merchant, punto de partida de una de las colaboraciones más longevas de la historia del cine y de una relación sentimental de cuatro décadas. El documental funciona como un epílogo a su larga trayectoria y parece responder a la voluntad de contar su versión de la historia con transparencia tras muchos años de medias verdades.

Dos fotografías de James Ivory durante su viaje a Kabul (Afganistán) en 1960, reflejado en el documental 'El largo viaje'.

La vida de Ivory puede leerse como una historia de falos. Por lo menos, así la narra el propio director en su autobiografía, en la que pasa revista a todos los miembros viriles con los que se ha topado. “Bueno, no fueron tantos. Solo dos o tres…”, sonríe. Sus páginas lo desmienten. Está el de su mejor amigo del colegio, que intentó introducirse en la boca sin rozar el interior de sus mejillas “para evitar los gérmenes”. Está “el prepucio rosado y colgante” de otro, observado furtivamente en el gimnasio, que le recordaba “a las antiguas estatuas de mármol” de los manuales de arte griego. Está “la polla de aspecto pesado” de Ted, otro colega, “de la variedad mangueras de jardín”. Y, por último, también “la verga rosada que conjuntaba con las mejillas” del escritor Bruce Chatwin, con quien tuvo una aventura.

Asombra que Ivory, maestro del cine de época más refinado, el del deseo amordazado y la sexualidad recatada de las eras victoriana y eduardiana, que no admitió su idilio con Merchant hasta su muerte en 2005, se suelte de esta manera en la recta final de su vida. “No me da vergüenza. No quería ser insincero ni callarme cosas”, responde. En realidad, sus películas no fueron tan reprimidas como se suele creer. Su debut, La joven pareja (1963), ya incluía un personaje homosexual, igual que Autobiografía de una princesa (1975), Las bostonianas (1984) o un clásico del cine queer como Maurice (1987). “Fui educado en el catolicismo, pero cuando llegó el momento de elegir entre la religión y mi sexualidad, decidí dejar la iglesia. No tengo envidia de los gays jóvenes, porque yo también experimenté mi deseo con libertad. He vivido mi sexualidad sin miedo y sin culpa”.

“Me enteré de que era adoptado en el patio del colegio. Fue culpa de las monjas, que eran unas tremendas cotillas”

Desde su infancia, Ivory entendió que era un chico distinto, con habilidades para el dibujo y un interés casi innato “por el diseño de interiores”. Mientras los otros niños querían balones, él pidió a Papá Noel una casa de muñecas, que se dedicó a decorar con esmero, como refleja el documental. Además, había sido adoptado por el dueño de un aserradero y su mujer. “Me enteré en el patio del colegio. Fue culpa de las monjas, que eran unas tremendas cotillas y se lo habían dicho a algunos niños”, recuerda. “Fue un shock, pero lo superé. Mis padres me quisieron locamente. Me decían que, de todos los niños, me habían escogido a mí. Mi adopción dejó una marca en mi psique, pero no fue negativa”. ¿Fue la sofisticación de su cine una respuesta a la estrechez económica de la Gran Depresión? “Nosotros no éramos pobres, aunque hubiera pobreza alrededor”, dice. “Las películas de la época eran escapismo puro: filmes que transcurrían en lugares sofisticados, todo ese glamur de la MGM. Y eso sí me influyó”.

El director estadounidense James Ivory, en una imagen los años sesenta.

Es curioso que un estadounidense de la costa oeste, un musulmán de Bombay como Merchant y una judía alemana como Ruth Prawer Jhabvala, guionista de una veintena de sus películas, definieran el cine de época británico de finales del siglo XX. ¿Ser extranjeros les benefició? “Probablemente. Fue una receta extraña, sí. Tal vez nos ayudó ser outsiders en un lugar como Inglaterra, tan reacio al cambio y tan marcado por la tradición”, dice. La película de la que se siente más orgulloso no forma parte de la gloriosa trilogía formada por Una habitación con vistas (1985), Regreso a Howard’s End (1992) y Lo que queda del día (1993). “No es la mejor, pero me gusta mucho la última que rodé, La ciudad de tu destino final. Con ella llegué al lugar al que siempre había querido llegar como director”.

“Si no hago películas no es porque no quiera, sino porque las aseguradoras no me dejan. Les da miedo que me muera a medio rodaje”

¿Su película más infravalorada? “Hubo tres: Esclavos de Nueva York [adaptación del libro de Tama Janowitz], Jefferson en París y Sobrevivir a Picasso. La crítica las destrozó y fueron fracasos de taquilla, pero a mí me parecen muy buenas”. ¿Cuál sería la peor? “Espero no sonar engreído, pero me gustan todas mis películas”. ¿Y qué hubiera cambiado si hubiera dirigido Call Me By Your Name, como estaba previsto en un principio? “Quitaron un par de escenas que me parecían importantes”, responde. Una de ellas hablaba de la llegada del sida, pero Luca Guadagnino la suprimió, prefiriendo rodar un idilio en el sentido clásico, ambientado en un jardín paradisíaco, “sin oposición ni contrariedad”. “Pero Luca hizo un buen trabajo. La gente siempre sospecha que me disgusta esa película, pero no es así. Me gustó mucho”, rectifica.

James Wilby y Hugh Grant, en 'Maurice' (1987).Moviestore Collection Ltd / Alamy
Helena Bonham-Carter, en 'Regreso a Howard's End' (1992).Moviestore Collection Ltd / Alamy
Anthony Hopkins y Emma Thompson, en 'Lo que queda del día' (1993).
Leelee Sobieski y Jesse Bradford, en 'La hija de un soldado nunca llora' (1998).
Ralph Fiennes, en 'La condesa rusa' (2005).
Charlotte Gainsbourg, en 'La ciudad de tu destino final' (2009).

Cabe preguntarse por qué no ha vuelto a dirigir desde 2009, estando en plena forma. “La semana que viene cumpliré 95 años. La gente de mi edad no hace películas. Y no porque no quiera, sino porque las aseguradoras no me dejan. Les da miedo que me muera a medio rodaje”, asegura. Aun así, tiene un último proyecto entre manos: la adaptación televisiva de Para acabar con Eddy Bellegueule, el libro de Édouard Louis, que trasladará la acción del norte de Francia al Oregón de su juventud. “He escrito los dos primeros episodios y me gustaría dirigir alguno”, dice. En cambio, su proyecto de llevar al cine el Ricardo II de Shakespeare de la mano de Tom Hiddleston no verá la luz. “No pudimos reunir el dinero. Creí que en el Reino Unido habría interés, pero no lo hubo”, lamenta. “Aunque creo que, si Ismail hubiera estado vivo, ya la habríamos rodado hace cinco años. Él siempre lo conseguía todo. El problema es que ya no está”. Y entonces la conversación se funde a negro, en todos los sentidos de la palabra.

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