La odisea de restaurar el mosaico romano más famoso del mundo: siete toneladas, dos millones de piezas y un mortero con 2.000 años de antigüedad
El Museo Arqueológico Nacional de Nápoles inicia la recuperación del mosaico de Alejandro Magno de Pompeya a la vez que inaugura una muestra sobre el rey heleno en Oriente
Los expertos del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (MANN) se preguntan cuánto puede resistir un mortero romano elaborado hace más de 2.000 años para unir los dos millones de piezas que forman el mosaico más famoso del mundo antiguo, que representa a Alejandro Magno enfrentándose al rey persa Darío III y pesa siete toneladas. Los arqueólogos están a punto de descubri...
Los expertos del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (MANN) se preguntan cuánto puede resistir un mortero romano elaborado hace más de 2.000 años para unir los dos millones de piezas que forman el mosaico más famoso del mundo antiguo, que representa a Alejandro Magno enfrentándose al rey persa Darío III y pesa siete toneladas. Los arqueólogos están a punto de descubrirlo durante uno de los procesos de restauración más complejos y difíciles que se recuerdan, que ha empezado esta semana y durará por lo menos un año.
La restauración del mosaico, que representa al rey heleno en la batalla de Gaugamela o, tal vez, de Isos (los expertos siguen debatiendo), coincide con una exposición titulada Alejandro Magno y Oriente: descubrimientos y maravillas, que se inauguró el lunes en el MANN, y que ofrece bellísimas piezas de diferentes museos del mundo, desde un casco de un soldado macedonio aparecido en la actual Irak y conservado en Oxford hasta imágenes de elefantes de guerra que, en realidad, eran elefantas e iban acompañadas de sus crías para mostrarse más feroces cuando se sentían amenazadas en la batalla.
Comisariada por el arqueólogo Filippo Coarelli y por el filósofo y escritor Eugenio Lo Sardo, se trata de una exposición que incide en la idea de que Alejandro Magno (Pela, 356 a. C.-Babilonia, 323 a. C.) fundó un imperio multinacional, en el que se mezclaban los credos y los pueblos, algo que parece casi revolucionario en la Italia actual, con un Gobierno que bordea la xenofobia, cuando no cae directamente en ella. Mientras se pasea supervisando los últimos retoques, pocos días antes de la inauguración, Lo Sardo se detiene en una pieza que resume el propósito de la muestra, que se podrá ver hasta el 28 de agosto. Se trata de una estatuilla de marfil proveniente de la India, que apareció en una casa de Pompeya. “La auténtica frontera del imperio estaba en Oriente, era la India”, explica. Ni el imperio de Alejandro ni el romano se pueden entender sin su relación con Oriente.
Pero en la exposición —a la que este diario acudió invitado por los organizadores— faltará, y a la vez estará presente, la pieza más significativa sobre Alejandro que alberga el MANN, el más importante museo arqueológico de Italia y, seguramente, del mundo (además de las piezas expuestas guarda en depósito unos 40.000 objetos, de Pompeya, Herculano y otros yacimientos de Campania, tan buenos como los que se muestran al público, pero imposibles de exhibir sin llenar las salas hasta el techo).
El mosaico de Alejandro fue hallado en la Casa del Fauno de Pompeya en 1831, durante las excavaciones borbónicas. Hasta la erupción del Vesubio en el año 79, se exhibía en un salón al aire libre que daba al jardín de esta domus, perteneciente a una rica familia. La vivienda ocupa unos 3.000 metros cuadrados, toda una manzana. Incluso entonces, cuando la mansión pompeyana estaba habitada, se trataba de una antigüedad, ya que fue elaborado a finales del siglo II antes de Cristo o principios del I. Como señalan los responsables del museo, “seguramente lo enseñaban como quien muestra un retrato de un antepasado realizado por un gran pintor hace siglos”. La principal hipótesis sobre sus autores es que se trataría de un equipo de artesanos de mosaicos itinerante, provenientes de Alejandría, que habían encontrado un mercado floreciente en el Imperio Romano. Otros expertos creen que fue fabricado fuera y trasladado a Pompeya.
Aunque faltaban algunos fragmentos, su estado de conservación era excelente en el momento del hallazgo. Y la escena que mostraba, inspirada por una pintura anterior, resulta todavía impresionante: Alejandro subido a Bucéfalo cargando contra las huestes del rey persa Darío III. El mosaico refleja la violencia, el movimiento de la batalla, en una escena de enorme realismo llena de lanzas, puñales y espadas. Tanto en las batallas de Gaugamela (331) como de Isos (333), Alejandro derrotó al rey persa. Los ropajes de guerra de Alejandro están reconstruidos, piedrecilla a piedrecilla, con extraordinario detalle, con la cabeza de Medusa en el centro de su armadura.
En 1843 el mosaico, de 2,72 por 5,13 metros, fue embalado y transportado desde Pompeya hasta el Museo Real Borbónico de Nápoles en un carro tirado por 16 bueyes. En 1845 comenzó a ser exhibido en horizontal, tal y como había sido pensado cuando fue creado. Sin embargo, en 1916, hace casi 100 años, fue colgado de una pared. En los últimos tiempos ya había presentado algunos problemas de conservación, pero sobre todo los arqueólogos estaban cada más preocupados por que su propio peso acabase por dañar la delicada pieza: el mortero sobre el que se sostiene es el original, material romano, y nunca fue concebido para ser expuesto en vertical, sino en el suelo. El actual director del MANN, Paolo Giulierini, decidió romper el nudo gordiano y comenzar una restauración total de la pieza, un proceso que puede compararse con una intervención en Las Meninas o en La Gioconda.
“No sabemos lo que hay detrás y se trata de un mortero fabricado hace más de 20 siglos”, explica Giulierini ante el mosaico, actualmente recubierto por una imagen del mismo tamaño que tapa la pieza original, envuelta en lonas para evitar que se siga deteriorando. Solo cuando logren descolgarlo los conservadores —que forman parte de un equipo multidisciplinar en el que participan nueve empresas e instituciones— descubrirán hasta qué punto el material milenario ha aguantado los siglos y la presión de su propio peso. Para hacerlo, han encargado una máquina especial, hecha a medida, y se disponen a cerrar la sala de abajo porque necesitan asegurar el suelo para garantizar que aguanta el peso de toda la operación. Únicamente cuando lo quiten de la pared sabrán cuánto va a durar la restauración, aunque creen que por lo menos un año. Solo entonces decidirán si lo exponen como un cuadro o en el suelo. Todo costará, como mínimo, un millón de euros.
La restauración, casi más que la propia pieza, podrá seguirse desde la exposición a través de una cámara conectada a la red que unirá el viejo imperio de Alejandro con la tecnología del siglo XXI. Mientras, la multitud de piezas construyen un relato en el que Alejandro no es solo el gran conquistador, sino un rey que se dejó influir por aquellas tierras que ocupaba, que tras hacerse con Babilonia obligó a sus soldados a casarse con mujeres locales y a hablar persa. Él mismo se casó con una mujer de Bactria, la mítica Roxana. Las decenas de obras expuestas muestran un imperio de ida y vuelta, en el que el arte no solo viaja desde Occidente a Oriente, sino que emprendió también el camino de vuelta, para quedarse en nuestra cultura.