Alfonso Armada, escritor: “El prestigio de la tristeza es un error adolescente porque tiene que ver con el narcisismo. Es muy reaccionario”

El periodista dispara sobre los viajes (“Si puedo no cojo más aviones, el maltrato es cada vez peor”), la adolescencia (“El amor era un sufrimiento espantoso”) y el periodismo (“Somos agentes peligrosos”)

El periodista Alfonso Armada, en el parque del Retiro de Madrid, el 20 de marzo.MOEH ATITAR

Alfonso Armada (Vigo, 65 años) es periodista, poeta, dramaturgo, fundador y director de FronteraD (revista digital), presidente honorífico de Reporteros sin Fronteras y acaba de publicar ...

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Alfonso Armada (Vigo, 65 años) es periodista, poeta, dramaturgo, fundador y director de FronteraD (revista digital), presidente honorífico de Reporteros sin Fronteras y acaba de publicar Cuaderno de viaje al país natal (Libros de la Umbría y La Solana) que recoge crónicas gallegas publicadas por el Faro de Vigo. Recién jubilado, espera en una terraza del Retiro de Madrid una mañana soleada de finales de marzo. Sigue escribiendo, lee más que nunca, viaja y observa.

Pregunta. ¿Qué hizo el primer día después de su jubilación?

Respuesta. Caminar, supongo. Yo estaba muy mal acostumbrado: toda mi vida he trabajado para EL PAÍS o el Abc.

P. ¿Por qué mal acostumbrado?

R. Porque te convierte casi en un funcionario. Y los cuatro años que llevo de autónomo me han ayudado a comprender cómo buena parte de los colegas se las ven y desean para llegar a fin de mes; yo había meses que no llegaba.

P. Ahora viaja.

R. Siempre viajo. Me voy mañana a Canarias en barco.

P. Cuénteme.

R. Voy en tren de Madrid a Huelva. Duermo en Huelva. Y después cojo un barco, un ferri que lleva coches y que tarda 36 horas en llegar a Las Palmas. De repente es otro viaje completamente distinto. Imagínate ir a Canarias en un barco. Tienes tiempo de mirar por la borda, de pensar en suicidarte, de dormir, de leer.

P. ¿Por qué así?

R. Porque he decidido que, si puedo, no cojo más aviones. Primero porque el maltrato en los aeropuertos es cada vez peor. Del maltrato dentro de los aviones ya no digo nada: te hacen sentirte ganado, un horror, no te dan ni agua. Y luego está lo de la velocidad.

P. ¿Qué pasa con la velocidad?

R. Estos viajes que son como relámpagos a mí no me gustan nada. Yo prefiero el tiempo del viaje, el tiempo que dura un viaje, el viaje en sí. Y, además, esos viajes contaminan mucho. El problema es que cuando quieres hacer un viaje más ecológico sale carísimo.

P. Habla del tiempo. Su concepto de él ha sido fundamental en su trabajo. Su manera de escribir, de mirar el mundo, incluso en las crónicas más urgentes, encuentra un momento de pausa, de reflexión. El tiempo es una seña de identidad suya.

R. Es curioso, porque yo soy hiperactivo. Hablo muy deprisa y, sin embargo, cuando escribo, necesito la pausa. A mí me parece que andamos todos con la lengua fuera, con un desasosiego permanente, y nuestra profesión contribuye a eso. Somos agentes peligrosos. Los periodistas de la agitación, el desconsuelo, la polarización. Nosotros somos culpables de este desorden generalizado.

P. ¿Porque nos interesa para vender periódicos?

R. ¡Pero si tampoco vendemos porque hemos espantado a los lectores! Hemos avivado la sensación de que el mundo se ha vuelto incomprensible.

P. Redes sociales.

R. Generan la ansiedad de que estén pasando cosas constantemente. Yo no soy antitecnología, me encanta, pero creo que nos estamos convirtiendo en esclavos de ella. A mí me gustaban los periódicos. Tienes un día entero para elaborar un artículo, trabajarlo, comentarlo con tus compañeros, pensar el título, hacer y elegir la foto, buscar otras fuentes, dejarlo reposar y venir al bar de la esquina, volver y hacer un periódico. Y al día siguiente tenías un resumen del día anterior: una fantasía. Porque resumir el mundo en 60 o 40 páginas es una fantasía, pero es una fantasía racional y muy bonita. Me parece que todo eso creaba cierto sosiego y que ahora estamos todos en una carrera contrarreloj. Para qué, si la muerte va a estar esperando a la vuelta de la esquina.

Alfonso Armada, posa en El Retiro, el 19 de abril.MOEH ATITAR

P. Me gusta eso de tratar de hacer desde los periódicos un mundo más comprensible.

R. Que es una idea un poco melancólica porque a fin de cuentas el mundo es incomprensible, y no tiene sentido. Pero este afán de intentar entenderlo, de preguntarle a la gente por qué hace las cosas, o de tratar de ver qué hay detrás de una palabra o de una decisión, necesita tiempo. Y muchas veces no hay respuestas. Esta obsesión nuestra de “por qué, por qué, por qué”. Hay cosas que no tienen explicación.

P. ¿Por qué se hizo periodista?

R. Porque pensé que me gustaría vivir de algo que me permitiera usar las palabras. Me parecía una fórmula no demasiado indecente. Después he visto que el periodismo puede ser muy indecente, pero era el afán también de intentar contar las cosas entonces. De que la gente comparta contigo algo, confíe en ti, te lo cuente y tú puedas contarlo. Por eso necesitas tiempo: para que las palabras que elijas no sean banales.

P. En EL PAÍS fue, sobre todo, reportero.

R. Pero hice de todo. En una época me dedicaba a seleccionar cartas al director. Un día me dijo [el exdirector Joaquín] Estefanía: “Oye, que esto no es Ajoblanco”. Yo buscaba las cartas más cañeras, más divertidas. Me gustaban las cartas más corrosivas.

P. Y luego trabaja en Abc. No es habitual el salto entre uno y otro.

R. Allí tenía un cargo simbólico, fui adjunto al director, algo decorativo. Yo no tenía ningún poder. De hecho, nunca me quedaba el fin de semana porque sabían que iba a hacer algo inconveniente.

P. Un cargo de confianza en el que no se confía.

R. Bueno, eres una especie de consejero áulico: te pueden hacer caso o no. Pero yo recuerdo que con Bieito [Rubido, exdirector de Abc] tenía broncas constantes porque no le gustaba lo que decía. Me nombró para que le dijera lo que no quería escuchar hasta que me acabó despidiendo. Normal.

P. Se tomó en serio su contrato

R. Demasiado en serio. Ya me había sacado antes del suplemento cultural. Me dijo que era muy elitista. Y un año después me echó. Me dio pena porque yo estaba muy a gusto. Un día el consejero delegado, José Manuel Vargas, me advirtió: “Estamos pensando en que no tienes el gen de Abc”.

P. ¿Qué echa de menos de la juventud?

R. Estoy leyendo un libro que se titula Tu sonrisa sin temblar, de Víctor Colden. Habla de la adolescencia. Hay un personaje que dice que la decadencia empieza a los 17. A mí el libro me ha hecho recordar muchas cosas. Por ejemplo, lo que sufría con el amor, que era un sufrimiento espantoso. Primero el miedo al rechazo, después los fracasos amorosos: todo el mundo se hacía pedazos.

P. ¿Y eso lo echa de menos?

R. Sí, porque había mucha emoción ahí. Con las cartas, por ejemplo. Escribirla, ir a Correos, buscar un sello bonito, mandar la carta y cada día, después, esperar con ansiedad al cartero para ver si había respuesta. Me estoy poniendo demasiado nostálgico, quizá.

P. ¿Cómo era de crío?

R. Repelente. Muy maniático, muy preguntón. Me recuerdo como un adolescente bastante insoportable. ¡Y lo que sufría en los guateques! Coleccionaba fracasos cuando intentaba sacar a las chicas a bailar. Tantos fracasos que la primera chica a la que le gusté me resultaba desconcertante: ¿qué le pasará a esta?

P. Los amores imposibles es un gran asunto artístico.

R. Me hizo escribir poesía, así las desgracias eran mucho más nutritivas. El prestigio de la tristeza es un error adolescente porque tiene mucho que ver con el narcisismo. Tú sufres, nadie te comprende, tus padres están equivocados y estás solo tú contra el mundo. Y ese cultivo romántico creo que es muy reaccionario. Yo he descubierto muy tarde que la alegría es una forma fantástica de estar en el mundo, y tenemos que dar gracias, no sé si a Dios o al diablo.

El periodista Alfnoso Armada, en el parque de El Retitro. MOEH ATITAR

P. ¿Viven sus padres?

R. Mi madre. Mi padre murió antes de que pudiésemos reencontrarnos. Perdió la cabeza con el alzhéimer, al final era imposible. Ya era un desconocido.

P. ¿Se enfrentaban?

R. Mucho. Yo me escapé de casa dos veces. Primero contra el mal ambiente que había y después por mala conciencia, porque pensaba que era inmoral estar en Santiago, dedicado a todo tipo de actividades políticas y eróticas, sin estudiar. Me parecía un fraude. Y me escapé para convertirme en un obrero, para ser consecuente con mis ideas y para mostrar a mi padre mi indignación con la atmósfera que había en la casa.

P. ¿Qué atmósfera?

R. La atmósfera irrespirable entre mis padres, una tristeza de fondo imposible. De la infancia recuerdo grandes silencios.

P. Cubrió guerras.

R. Varias. En África, en Europa. Empecé en Sarajevo, estuve tres veces allí. En todas recibí un consejo: ten miedo. El miedo te ayuda a no cometer imprudencias. Recuerdo a un enviado especial británico que se comía los bolígrafos. Estaba aterrorizado. Yo tenía miedo, pero era un miedo manejable.

P. Y ha vuelto a Galicia con Cuaderno de viaje al país natal.

R. Fue una propuesta de Faro de Vigo, no fue idea mía. ¿Por qué no vuelves a Galicia después de más de 40 años en Madrid?, me preguntaron. Y fue una constatación de que el tiempo es devastador. También fue un intento de ver qué quedaba del niño que había sido y del país que había dejado atrás. Y creo que al final del niño quedaba poco y del país no quedaba mucho, aunque reconozco algunos paisajes. Y me di cuenta de algo: en Galicia la noche ha desaparecido.

P. Hay una asociación astronómica coruñesa, Ío, que lleva denunciando eso muchos años, la contaminación lumínica en Galicia.

R. Estos molinos de viento me parecen atroces. Primero porque no son tan limpios como dicen. Tienes que crear los caminos, instalar esas torres, hacer cimientos. Crean un ruido permanente cuando sopla el viento. Y después de noche tienen esta especie de luces de posición: de repente aparece Galicia de noche como un campo de aviación para que aterricen los extraterrestres.

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