¿Puede una novela de 1933 sobre el nazismo advertirnos sobre el auge de los totalitarismos en 2022?

‘Los hermanos Oppermann’, de Lion Feuchtwanger, un libro fundamental sobre el nazismo, se convierte en un fenómeno editorial en Estados Unidos

Quema de libros por los nazis en 1933. Las obras de Lion Feuchtwanger estaban entre las que fueron condenadas a la hoguera.Bettmann (Bettmann Archive)

Lion Feuchtwanger (Múnich, 1884-Los Ángeles, 1958) fue uno de los muchos alemanes que vieron cómo su mundo se caía a pedazos con el ascenso del nazismo y la llegada de Hitler al poder. En los años treinta ya era un escritor famoso —sobre todo por su novela El judío Süß, una denuncia del antisemitismo—, conocido por su pacifismo. Judío, izquierdista, antimilitarista, escritor inteligente y libre: era la encarnación de aquello que los nazis odiaban a muerte. En 1933 inició un largo y peligroso exilio —se ref...

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Lion Feuchtwanger (Múnich, 1884-Los Ángeles, 1958) fue uno de los muchos alemanes que vieron cómo su mundo se caía a pedazos con el ascenso del nazismo y la llegada de Hitler al poder. En los años treinta ya era un escritor famoso —sobre todo por su novela El judío Süß, una denuncia del antisemitismo—, conocido por su pacifismo. Judío, izquierdista, antimilitarista, escritor inteligente y libre: era la encarnación de aquello que los nazis odiaban a muerte. En 1933 inició un largo y peligroso exilio —se refugió en el sur de Francia y tuvo que huir de nuevo tras la invasión alemana de 1940—. Acabó instalándose en la costa oeste de Estados Unidos, donde siguió trabajando con Bertolt Brecht que, como él (y Thomas Mann), había escogido Los Ángeles para su refugio.

La obra que le situó en el punto de mira de los nacionalsocialistas, que enviaron sus libros a la hoguera, fue Los hermanos Oppermann, la historia de una familia judía alemana, publicada en 1934, que logró una enorme repercusión: fue traducida casi inmediatamente a 10 lenguas y vendió 250.000 ejemplares. El Gobierno ya había comenzado a desplegar sus políticas antisemitas e inaugurado el primer campo de concentración —Dachau—, y las persecuciones de socialdemócratas y comunistas eran moneda corriente. Pero muchos gobiernos dudaban de que fuese tan malo porque consideraban que el comunismo era una amenaza mayor. De hecho, en 1936 se celebraron unos Juegos Olímpicos en Berlín con una nutrida participación internacional. En 1933, muchos alemanes pensaban que todavía podrían controlar a Hitler. El libro de Feuchtwanger dejaba claro que no: que nadie estaba a salvo de la locura homicida del nuevo régimen.

El escritor Lion Feuchtwanger, en 1951.Bettmann (Bettmann Archive)

Leído ahora resulta estremecedora la lucidez con la que describe cómo el nazismo acaba por meterse en todos los rincones de la vida. La conclusión del libro es que nadie que trate de pensar por su cuenta podrá vivir en Alemania. También deja claro que la persecución de los judíos nunca se detendrá: pocas obras intuyen de una forma tan clara el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial. En una de las muchas tramas del libro, un estudiante de la familia protagonista lee una disertación en clase en la que defiende que “no hay duda de que la traducción de la Biblia de Lutero y los inventos de Gutenberg fueron mucho más importantes para Alemania y su prestigio en el mundo que la batalla del Teutoburgo” [victoria ante las legiones romanas en el siglo I]. Un profesor simpatizante de los nazis (a los que Feuchtwanger llama “los populares”) le denuncia ante el director del instituto, de origen francés, que defiende a su alumno.

Oppermann no es un “buen alemán”, ni podrá serlo nunca, es uno de los argumentos que utiliza el profesor. No voy a adelantar mucho la trama, pero cuando Hitler llega al poder, el director tiene que elegir entre su puesto de trabajo y la pobreza —en el mejor de los casos— o recibir una paliza y acabar en un campo de concentración —en el peor y más probable— o abandonar a su suerte a un alumno que considera excelente y que cree que tiene razón.

“Lo que había aprendido de la historia es que era asombroso que los amenazados en cada momento pensaran en ponerse a salvo demasiado tarde”, explica el narrador. En el fondo, ese es el tema central del libro: cuándo es demasiado tarde, cuándo los que van a ser perseguidos se dan cuenta de que ya no pueden escapar, cuándo los que creían vivir en una democracia ven como están sometidos a una dictadura y ya no pueden esperar más que terror por parte de un Estado que debería defenderles. Y, aunque nada es comparable al nazismo, ese debate tiene ecos contemporáneos demasiado evidentes: ¿hubiese seguido siendo una democracia Brasil si Bolsonaro llega a lograr un segundo mandato? ¿Lo será Estados Unidos si Trump consigue presentarse y ganar en 2024? ¿Lo son Hungría y Polonia? ¿Sobrevivirá intacta la democracia italiana a Meloni? ¿Se respetarán los derechos de las minorías que mayor protección necesitan?

Lion Feuchtwanger y Bertolt Brecht, en 1935. Fred Stein Archive (Getty Images)

La última edición española de esta novela data de 2015, por Edaf, en una traducción de Carlos Fortea, que había publicado antes Alianza Editorial. Sin embargo, en EE UU acaba de ser reeditada con un prólogo de Joshua Cohen, ganador del premio Pulitzer por su novela Los Netanyahus. El libro ha abierto un debate sobre si lo que Feuchtwanger escribió en 1933 puede aplicarse al presente, sobre si aquel novelista judío exiliado trata de advertirnos desde los años treinta sobre lo que estamos viviendo en la actualidad, donde fuerzas antidemocráticas avanzan con paso decidido por Europa y Estados Unidos, mientras creemos que las democracias son demasiado fuertes para ser derrotadas desde dentro.

Los Oppermann”, escribe Cohen en su prólogo, “también demuestra que una obra destinada a alertar puede tener un eco más allá de la emergencia del momento en el que fue publicada, si está escrita con honestidad, una gran habilidad dramática y un profundo sentimiento hacia los seres humanos”. Lo inquietante es que, cuanto más se avanza en el libro, más cercano resulta todo. Por ejemplo, así describe un mundo, como el de Vladímir Putin o Daniel Ortega, en el que lo verdadero y lo falso dejan de tener importancia: “Las nieblas de la mentira se espesaban cada vez más sobre Alemania, entregada a las mentiras que los populares esparcían día tras día en millones de formas, desde los altavoces hasta el papel impreso. Había fundado un ministerio especial con este fin. Con todos los medios técnicos más modernos, se sugería a los hambrientos que estaban saciados, a los oprimidos que eran libres, a los amenazados por la creciente indignación del mundo entero que el mundo entero los envidiaba por su energía y gloria”.

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