Escribir la vida: cómo cambió Annie Ernaux la literatura francesa

Los autores que han buscado una tercera vía entre realidad y ficción, como Emmanuel Carrère, Virginie Despentes o Édouard Louis, llevan años reivindicando a la ganadora del Nobel de Literatura

La escritora francesa Annie Ernaux, en su casa de Cergy-Pontoise en 2000.Foto: Frederic REGLAIN | Vídeo: Reuters

La joven Annie Ernaux leyó, como todos los letraheridos con cuello alto de su generación, a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir. Del primero, le marcó La náusea, que descubrió a los 16 años. Y de Beauvoir, El segundo sexo le cambió la vida en el tramo final de la adolescencia: por su análisis de la condición artificial del género, poco menos que un disfraz impuesto culturalmente, y también por la personalidad de su autora, activista feminista y de izquierdas que no solía callarse sus verdades. Cuando debu...

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La joven Annie Ernaux leyó, como todos los letraheridos con cuello alto de su generación, a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir. Del primero, le marcó La náusea, que descubrió a los 16 años. Y de Beauvoir, El segundo sexo le cambió la vida en el tramo final de la adolescencia: por su análisis de la condición artificial del género, poco menos que un disfraz impuesto culturalmente, y también por la personalidad de su autora, activista feminista y de izquierdas que no solía callarse sus verdades. Cuando debutó en la narrativa en 1974, lo hizo mientras el nouveau roman daba sus últimos coletazos. En la década siguiente, la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura se fue alejando de sus postulados, hasta el punto de abandonar la ficción o por lo menos de distanciarse de ella.

No era la única autora en esa transición. Entonces lo empezaban a llamar autoficción, neologismo inventado por el escritor y crítico Serge Doubrovsky en 1977 para describir su novela Hijo, si bien otros autores, como Michel Butor, han reivindicado la autoría de ese término, que en un sentido no estricto cuenta con precedentes tan ilustres como Marcel Proust. Se definió como una mutación de la autobiografía, que a lo largo del siglo XX se habría ido convirtiendo en un híbrido entre la descripción de la vida íntima y las técnicas de la novela, muchas veces en nombre de una introspección emparentada con el psicoanálisis. La autobiografía como folletín, lo vivido como puesta en escena. En los ochenta, este subgénero se volvió omnipresente. La obra tardía de Marguerite Dumas está escrita bajo su influjo y también se enmarcan en él exponentes tan diversos como el trabajo artístico de Sophie Calle, los relatos de Hervé Guibert o los superventas de Christine Angot, quien narró en clave autoficticia, ya en los noventa, experiencias como el incesto del que fue víctima.

Libros de Annie Ernaux este jueves en la Academia Sueca, después del anuncio del premio.JONATHAN NACKSTRAND (AFP)

La obra de Ernaux fue por un carril paralelo. El lugar (1984), que escribió tras la muerte de su padre, un tendero normando de condición muy humilde, marcó una ruptura. “Utilizar la ficción era una especie de traición. Sentí que no tenía derecho a transformar su experiencia real en una novela. Su fallecimiento fue brutal. Murió cuando yo tenía 26 años, me había casado con un hombre de otra clase social y me había distanciado del núcleo familiar. Con su muerte, despertó mi conciencia de clase, que hasta entonces había logrado reprimir”, afirmaba Ernaux en esta entrevista de 2016. Con ese libro ganó el Renaudot, uno de los pocos premios que obtuvo antes de este reciente ciclo de reconocimiento, y logró que se reeditaran algunas de sus obras anteriores cuando Bernard Pivot la invitó a participar en aquella tertulia televisada que era Apostrophes.

Sus libros no gustaban a la crítica más elitista, que nunca los consideró alta literatura por el hecho de describir experiencias cotidianas, descarnadas y, sobre todo, muy femeninas: el desgarro de un aborto clandestino, la frustración que conllevan los cuidados, los traumas del abuso sexual, el redescubrimiento de la pasión. Pero marcaron a toda una generación de escritores, mujeres como hombres, que nunca habían leído nada igual. Más que sus coetáneos, la reivindicaron las generaciones posteriores, que no vieron en sus libros el trabajo de una narcisista que relataba menudencias, sino un retablo sociológico que trascendía toda tentación egocéntrica. En realidad, a Ernaux no le gusta nada hablar de autoficción. Prefiere decir que se dedica a “escribir la vida”.

“Es la primera vez que siento algo al enterarme del ganador del Nobel. La leo desde pequeña”, afirma Virginie Despentes, una de sus sucesoras

Para los autores que buscaron una tercera vía entre realidad y ficción, Ernaux es una referencia ineludible, reivindicada sin complejos desde la publicación de Los años (2008). Los libros de Virginie Despentes, que aúnan relato novelesco, ambición sociológica y comentario feminista, son uno de los mejores ejemplos de ello. “Es la primera vez que siento algo al enterarme del ganador del Nobel. La leo desde pequeña y representa algo importante en el paisaje francés”, declaró Despentes el jueves a France Info. “Durante mucho tiempo no fue celebrada. Es el prototipo de autora que nos gusta menospreciar en Francia porque es una escritora muy humilde, es una personalidad de izquierda y siempre ha escrito desde su punto de vista de mujer”. Los últimos exponentes de la autoficción femenina con tintes sociales que han despuntado en Francia, de Constance Debré a Fatima Daas, seguramente no existirían sin el precedente que supone su obra.

Emmanuel Carrère, otro autor de artefactos híbridos en primera persona, también la ha defendido con ardor. “Es una de esos autores que siempre hablan de lo mismo, que es lo que suelen hacer los mejores”, decía a EL PAÍS en 2019. “El café de sus padres en Lillebonne, en Normandía, se ha convertido en un lugar literario mítico, no exactamente como el Combray de Proust, pero tampoco muy alejado de él. Cuando publicó Los años, con esa simplicidad solemne y esa majestuosidad desgarradora, nos dimos cuenta de que se había convertido en un clásico. Ni siquiera sus lectores más fieles lo vimos venir”.

El filósofo y sociólogo Didier Eribon la usó como modelo para escribir la extraordinaria Regreso a Reims, también situada entre la autobiografía y el ensayo —e influida por la noción, puramente ernauxiana, de vergüenza de clase—, y reaccionó este jueves al premio en su cuenta de Instagram: “Sus libros, tan bellos y poderosos, han dado una voz a las clases dominadas, a la emancipación de las mujeres. Ha sido para mí una referencia y una fuente de inspiración”. De la misma forma, su discípulo Édouard Louis, el jovencísimo autor de Para acabar con Eddy Bellegueule, considera que Ernaux ha supuesto “una transformación del campo literario” y ha inventado “una nueva manera de escribir”. “Los autores que más admiro son aquellos que han sido atacados con mayor violencia. Ernaux forma parte de ellos. Durante mucho tiempo se dijo que contaba historias de señorona y que haría mejor en dejarlo correr”, nos dijo en 2019. Hace unos años, Louis colgó en sus redes una foto con Eribon y Ernaux en la feria de Fráncfort. En Facebook, iba acompañada de esta inscripción: “Papá y mamá”.

Una de las mayores revelaciones de la literatura francesa de los últimos años, el novelista Nicolas Mathieu, que ganó el Goncourt en 2018 con Sus hijos después de ellos, también la tomó como ejemplo para escribir esa novela autobiográfica sobre su juventud en plena decadencia industrial de la región de la Lorena en los noventa. “Encontré en sus libros las palabras que designaban con exactitud la realidad que yo vivía a título personal: el destino de un tránsfuga de clase y las deudas y las vergüenzas que luego pesarán en su trayectoria”, afirma. “Ernaux es un ejemplo de probidad. Como tantos otros, pero mejor que muchos, ha despojado la escritura de su atuendo ceremonial, de sus manías de prestidigitador. Ella fue a buscar la herida, el hueso. Y yo le envidio esa rigidez”.

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