Lo que debemos a Patxo Unzueta

La escritura sobre fútbol, la memoria de Bilbao y el análisis crítico del nacionalismo serían distintos sin sus libros

De izquierda a derecha, los periodistas Santiago Segurola y Patxo Unzueta y el presidente del Athletic, Fernando García Macua, durante la presentación de la reedición del libro 'A mí el pelotón'.LUIS ALBERTO GARCÍA

Un hombre en el coche y otro en la puerta avisando a un tercero de cuándo salir. No había que ser demasiado avispado para comprender que los dos primeros eran escoltas y el que esperaba, alguien amenazado. Durante demasiado tiempo y a cierta hora, pongamos que cualquier mediodía entre los siglos XX y XXI esa era la escena a la que asistía cualquiera que pasara por delante de EL PAÍS. Bastaba con tener ciertas manías lectoras para reconocer en el hombre amenazado a Patxo Unzueta. El terrorismo era entonces más viejo que nosot...

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Un hombre en el coche y otro en la puerta avisando a un tercero de cuándo salir. No había que ser demasiado avispado para comprender que los dos primeros eran escoltas y el que esperaba, alguien amenazado. Durante demasiado tiempo y a cierta hora, pongamos que cualquier mediodía entre los siglos XX y XXI esa era la escena a la que asistía cualquiera que pasara por delante de EL PAÍS. Bastaba con tener ciertas manías lectoras para reconocer en el hombre amenazado a Patxo Unzueta. El terrorismo era entonces más viejo que nosotros, parte de la rutina. Ahora sobrecoge el mero hecho de haberse acostumbrado.

Unzueta sobrevivió a las amenazas de ETA pero murió la semana pasada. Si leyera el párrafo anterior sacudiría la cabeza, contrariado por el protagonismo. Como mucho, celebraría la escasez de adjetivos; él, que sostenía que su gran mérito era saber quitarlos. Consciente de que un calificativo se pudre antes que un dato, fue fiel al aviso de Josep Pla: “Todo el mundo opina, nadie describe”. Por eso convirtió la descripción en la forma más alta de la opinión, la única inatacable. No extraña que tuviera el despacho repleto de libros de Derecho y de recortes de toda la prensa disponible. Stendhal leía cada mañana una página del código civil para domar el estilo y no cuesta imaginar a Patxo Unzueta haciendo lo mismo. Fue un gran periodista y un enorme escritor. Tan solo su sigilo ―una mezcla de rigor y retranca― impidió que se le reconociera como lo segundo. Y eso que fue pionero en al menos tres ámbitos: la escritura sobre fútbol, la memoria de una ciudad y el análisis crítico del nacionalismo.

El periodista, fallecido la semana pasada, sostenía que su gran mérito era saber quitar adjetivos

En 1986, cuando el deporte no era cosa de los intelectuales, el sello de la Primitiva Casa Baroja reunió en A mí el pelotón sus crónicas sobre el Athletic de Bilbao. La pasión por ese club era tal vez lo único que le hacía desactivar las alarmas. Eso sí, en privado. Enternecía verlo charlar con Santiago Segurola sobre los planes de cada uno ―alejarse de los transistores, meterse en un cine― para sufrir lo menos posible el domingo de junio de 2007 en que el Athletic se jugó ante el Levante el descenso a segunda división. Ganó 2-0.

Segurola prestaba su viejo ejemplar de A mí el pelotón como el que presta un manual de estilo. Luego le escribió un prólogo cuando lo reeditó Córner. Unzueta tenía hacia sus libros el mismo desapego que hacia sus artículos: una vez publicados, a otra cosa. Por eso hay que buscar en el mercado de viejo su maravilloso Bilbao (1987), que formó parte de una colección en la que, por ejemplo, Eduardo Mendoza escribía sobre Nueva York. Su presencia en ese Parnaso da una idea del nivel literario de Patxo Unzueta. Fue, además, un experto. Escribió como pocos sobre el nacionalismo vasco y firmó el volumen Auto de terminación (1994) con dos autoridades en la materia como Jon Juaristi y Juan Aranzadi. Empeñado en desmontar los argumentos que respaldaban la violencia, midió cada palabra como si a sus lectores les fuera la vida en ello. Tal vez no todos sepan que él fue el primero en jugársela.

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