Xita Rubert, la nueva promesa literaria viene dispuesta a cuestionarlo todo
La catalana debuta en la novela con ‘Mis días con los Kopp’, una ficción sobre los rincones sin barrer de las apariencias y los espejos de la opresión femenina
“Donde hay dinero siempre hay manipulación de la verdad”. A Xita Rubert (Barcelona, 25 años) no le importa cuestionar la meritocracia. También dentro de las élites culturales, a las que ha podido observar de cerca desde niña. “Muchas veces pensamos que es en la política y en lo empresarial donde reina el juego de influencias, pero la esfera cultural también se sostiene sobre un gran show de intereses”, apunta, reflexiva en las palabras que elige, una mañana primaveral en los cuarteles de...
“Donde hay dinero siempre hay manipulación de la verdad”. A Xita Rubert (Barcelona, 25 años) no le importa cuestionar la meritocracia. También dentro de las élites culturales, a las que ha podido observar de cerca desde niña. “Muchas veces pensamos que es en la política y en lo empresarial donde reina el juego de influencias, pero la esfera cultural también se sostiene sobre un gran show de intereses”, apunta, reflexiva en las palabras que elige, una mañana primaveral en los cuarteles de la editorial Anagrama. Instalada en Barcelona temporalmente para encarar a distancia el último tramo de la beca de su doctorado en Princeton —centrado en el rol de la filosofía, la literatura, la bioética y los cuidados (especialmente los femeninos)—, la catalana debuta en novela con Mis días con los Kopp (Anagrama, 2022), una enigmática ficción que se planteó inicialmente como un cuento y en el que abre múltiples interrogantes sobre “la desinhibida conciencia de la clase alta” y el perverso arte de las apariencias de quienes ostentan el poder suficiente como para moldear la moral y la realidad a su antojo.
Finalista del premio Ana María Matute de Relato por Flores para el bailarín (Ediciones Torremozas, 2020), Rubert rescató en el confinamiento un texto corto que había dejado en un cajón para convertirlo en su primera novela. “Llevo escribiendo muchísimos cuentos desde niña, pero intuía que aquella historia escondía mucho más de lo que planteaba inicialmente”, apunta sobre una trama en la que su protagonista, Virginia, rememora un turbador viaje a los 17 años, cuando acompañó a su padre al encuentro de Sonya y Andrew Kopp, una particular pareja de amigos intelectuales británicos. Narrado desde una mirada más adulta y analítica, alejada de la inocencia y del barullo por la explosión hormonal de la adolescencia, Virginia busca sentido a todo lo que no se dijo aquel fin de semana que compartió con ellos y con Bertrand, hijo del matrimonio; un supuesto “artista efímero” que tiene un trastorno mental evidente para todos menos para sus padres. Empeñados en negar la enfermedad para travestirla en una extravagante personalidad artística, la mirada y los recuerdos de Virginia abren la puerta a múltiples dilemas morales: ¿era realmente Bertrand un escultor excéntrico como presumían los Kopp o esa faceta era un recurso salvador que impusieron a un hijo enfermo para que fuera tolerable y encajase socialmente en su universo? ¿Se puede “reconvertir la enfermedad en otra cosa como único modo de lidiar con ella”? ¿Y por qué son las mujeres siempre las que tienen que lidiar con la responsabilidad del cuidado, de “hacer algo” cuando la frágil normalidad se desmorona? “En el campo de batalla, más inquietante que la locura y la violencia de seres como Bertrand es la compostura de los hombres tranquilos, gráciles, supuestamente cuerdos”, reflexionará una protagonista que comprenderá que “solo cuando hacemos explícitas las diferencias es posible tratarnos como iguales”.
Sobre el “adiestramiento” femenino
Que nadie espere conexiones personales en esta trama. “Ni escribo autoficción ni me interesa posicionarme en reivindicaciones políticas de ningún tipo”, dice, tajante, sobre su material de escritura. Hija de la escritora Luisa Castro (actual directora del Instituto Cervantes de Burdeos) y del filósofo, escritor y político Xavier Rubert de Ventós, la autora defiende el uso de la ficción como un experimento moral en el que apoyarse “para desplegar todos estos elementos en juego”. Un escenario en el que también se analiza el “adiestramiento” de las mujeres —en las apariencias, en los cuidados, en ser la eterna muleta masculina— a través del reflejo que la protagonista mantiene con la aristócrata británica (“Sonya y yo estábamos hechas de otra materia, pero de la misma otra materia. Por eso sentía antipatía y atracción hacia ella y ella, creo, hacia mí”, escribe). En Mis días con los Kopp, las mujeres mantienen un pulso de fascinación desde una fingida ignorancia para escenificar una devoción total por los hombres que las rodean (“Yo percibí la superficialidad de Andrew; ella adivinó la de mi padre; y ninguna de las dos lo admitíamos porque queríamos, y en el algún sentido necesitábamos, a aquellos hombres sabios e inocentes”, piensa su protagonista en un momento de la novela). Rubert confirma el impacto de estas tácticas performativas. “Algunos hombres crean imágenes de las mujeres —y a veces los padres de las hijas— que son totalmente falsas, pero que nos acabamos creyendo. Me pregunto si algo así sucede en la novela, entre muchas otras cosas que se mueven bajo la extrema compostura de los personajes. Sí, la amabilidad puede ser un engaño, la educación muy opresiva, cuando sirven para modificar u ocultar la realidad al gusto y servicio de uno”, reflexiona.
Con referentes como Joseph Roth o Arthur Schnitzler y “la inteligencia particularísima” de algunas cuentistas, como Silvina Ocampo, Hebe Uhart o Katherine Mansfield, esta catalana que creció en Galicia junto a su madre apuesta por una novela que disecciona la perversidad y qué es lo realmente enfermo en nuestra sociedad. “Perverso no es fijarse en lo moribundo o lo enfermo. Perverso es hacerlo enmudecer, hacer que no existe: eso es lo malvado”, apunta sobre un tema que, en cierta manera, también está investigando en su doctorado. “La decadencia de la salud no es lo mismo que la corrupción del comportamiento. Uno nunca está libre de la enfermedad, mientras que sí es libre de no asociarse con la depravación o la crueldad. Vaya, sueno muy seria. Yo creo que la novela es para partirse de risa”, aclara, intentando rebajar solemnidad a sus reflexiones y reivindicando un tono más distendido para su libro.
Mientras sigue con su hábito diario de escritura (“siempre tengo un texto entre manos, la escritura es mi vocación desde niña y he tratado de organizar mi vida alrededor de esto”), Rubert se muestra esquiva frente a la exposición mediática y personal. “Me desagrada esta cultura del éxito y la imagen, que aquello en que te fijas ya es un reflejo de quién eres, no es necesario irse explicando y eso, ni siquiera las entrevistas que también son exposición pública, tiene mucho que ver con el trabajo silencioso de la literatura”, recuerda, y sentencia: “La exhibición de la vida privada es también una mentira, porque manipulamos la verdad en cuanto sabemos que alguien nos mira”. Todos, como en su libro, sometidos a la tiranía de las apariencias.