"Lo que quiero decir es que dejas de tener vida", resume Isabel, una mujer madrileña de 60 años, sentada en el sofá de su casa al norte de Madrid. Hace referencia a la última década de su vida, cuando se dedicó a cuidar de su madre, fallecida hace dos años. "Se te olvidan tus necesidades. Pasé yo a ser su madre", explica. Por otro lado, Mercedes Hidalgo, de 45 años y también madrileña, asiste a domicilio a ancianos dependientes. Se formó para ello y ahora es su trabajo. No se lo han impuesto las circunstancias. "Mi madre ha cuidado a mi abuela y mi abuelo toda la vida. Hoy existe la posibilidad de que lo hagan personas como yo", explica en un hueco entre turno y turno, sentada en una sala de la empresa que la emplea. Le gusta lo que hace, pero advierte: "Nosotras no tenemos un gen especial para cuidar".
Isabel y Mercedes comparten lo esencial: son mujeres que dedican o han dedicado su tiempo a ocuparse de otros. En más del 85% de los casos en España, los cuidados, profesionales o no, son femeninos, estiman varios expertos. En el mundo, son 607 millones de mujeres en edad laboral las que atienden sin cobrar por ello a sus familiares por 41 millones de hombres, refiere la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En esta foto hay pocos varones. No sumarán a corto plazo.
"La causa fundamental de esta desigualdad es la asignación tradicional de roles en las sociedades patriarcales en las que hemos vivido y todavía vivimos", explica Rocío Rodríguez, directora del Instituto de la Mujer. "Se atribuye a las mujeres la capacidad y la tarea de cuidar, y se considera que los hombres estaban infradotados para ello o que tienen destinos más importantes".
Vida hipotecada
Tal arraigo de los estereotipos tiene consecuencias. Las ha vivido Isabel, madre de dos hijos, empleada en los servicios sociales de la capital y fiel reflejo del perfil predominante del cuidador en España: familiar del dependiente, mujer en el 85% de los casos, casada y con una edad media de 52 años, según traza el Imserso. Pese a tener a hombres a su alrededor, en su caso se dio por hecho que la china le tocaba a ella. Isabel se ocupó de su madre más de diez años. Desgrana el periplo en la penumbra de su salón, con un perrillo custodiando la escena. Cómo le sobrevino la culpa tras llevar a su progenitora a una residencia, hace tres años y medio. "¿Qué he hecho?, pensaba para mis adentros", rememora. "Tienes culpabilidad porque sientes ese deber como tuyo. Si no lo haces, no estás haciendo lo que tienes que hacer". Habla también de la soledad del que nunca desconecta. Y de cómo al final llegó un extraño y culposo alivio. Otra vida.
"Es cierto que en las nuevas generaciones se van detectando cambios significativos en cuanto al cuidado de las hijas e hijos, y cada vez más padres son corresponsables en este sentido", tercia Rodríguez. "Pero no se ve el mismo avance en las otras responsabilidades del hogar, en las que las mujeres siguen asumiendo la gestión, ni en el cuidado de otras personas dependientes".
Isabel se acogió en varias ocasiones a bajas temporales u horarios reducidos para cuidar. Como ella, en 2018 el 95,2% de las personas que optaron por una jornada reducida por este mismo motivo fueron mujeres: en concreto, 326.000 por 16.000 hombres, según datos del Instituto de la Mujer. En 2017, además, 9.398 mujeres pidieron una excedencia por 1.836 hombres. Aparte de la raíz cultural, la brecha tiene una base económica. "Se debe a una cosa sencilla: a la hora de coger un trabajo mal pagado, lo coge una mujer", apunta Aurelia Jerez, presidenta de la Coordinadora Estatal de Plataformas por la Dependencia. "Con lo cual, a la hora de cuidar dejan de trabajar las personas que cobran menos. Y en general suelen ser las mujeres".
¿Hay preferencia de cuidados femeninos?
"Cuando son altas nuevas, muchas veces los usuarios tienden a pedir mujeres. Piensan que asear, alimentar, hacer la comida o planchar son funciones que solo hacen ellas", explica el boliviano Roly Edson Villarroel, cuidador profesional que desde 2012 asiste a domicilio a personas dependientes en Valladolid. "Me suele pasar con personas mayores. Si es mujer, son más reticentes a que las bañe un hombre, por ejemplo. A la hora de moverlas, en cambio, piden más hombres".
"Es lo que ocurría cuando las mujeres empezaron a ejercer la medicina o la abogacía: muchas personas preferían recurrir a un varón porque los consideraban más cualificados y más fiables", analiza Rocio Rodríguez. "Ahora esa percepción ha cambiado radicalmente. En los cuidados ocurrirá lo mismo: cuantos más hombres ejerzan, tanto profesionales como no profesionales, antes se demostrará su capacidad y llegará su aceptación, y la ausencia de preferencias de sexo. Lo importante en el cuidado es la calidad de la atención".
Para corregir esta situación no hay que hablar solo de conciliación, sino de "conciliación y corresponsabilidad", señala Rocío Rodríguez. "Una corresponsabilidad efectiva, y no selectiva", amplia. "Con esto quiero decir que muchos varones han asumido responsabilidades del hogar y familiares pero, por ejemplo, vinculadas a ciertas tareas concretas y siempre subordinadas al resto de actividades, incluso lúdicas, que atienden. Al revés no ocurre: las mujeres priorizan su función de cuidadora familiar por encima de todas las demás, renunciando a llevar a cabo otro tipo de actividades profesionales y no profesionales o reduciendo considerablemente el tiempo que les dedican".
Es más, si culturalmente hay tareas consideradas más propias de mujeres, sus sueldos son más bajos y sus trabajos se tienen como menos relevantes, entiende la directora del Instituto de la Mujer, la consecuencia natural es que haya más mujeres que acaben abandonando sus empleos o se acojan a permisos y regímenes parciales. "Esto también perjudica a su contratación y promoción, y termina afectando igualmente a su acceso a las prestaciones sociales", lamenta.
El cuidado como salida laboral
A diferencia de Isabel, Mercedes Hidalgo no vive el cuidado como una obligación. Para ella, profesional de un sector que emplea a unas 540.000 personas, según datos de CC OO, es un empleo más. Con lo bueno y lo malo. Atiende al prójimo, pero la ausencia de lazos familiares e imposición hace de su tarea algo a veces gratificante, a veces duro, a veces exigente; pero nunca alienante. Hidalgo trabajó 22 años en una tienda hasta que la despidieron en plena crisis. Enlazó varios trabajos cuidando a personas mayores de su entorno, le cogió el gusto y decidió pagarse un curso de seis meses de ayuda a domicilio. Desde hace dos años, asiste a dependientes en la zona de Moratalaz (Madrid).
"Mi día a día es levantarles, ducharles, hacer el baño, las camas. Hablar con ellos, obligarles a andar, sacarlos a pasear", describe. "¿Habilidades? Va en el carácter de cada uno. Empatía, pero la gente habla de esa palabra sin saber qué significa. Y paciencia y ganas", enumera. Habla con cariño de sus chicos, personas de más de 90 años: "La relación es muy cercana. Un señor me dijo que tiene más confianza conmigo que con sus hijos y se me cayó el alma a los pies".
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La directora del Instituto de la Mujer incide en la importancia de la profesionalización de los cuidados: "La tendencia tiene que ir a que los cuidados estén cada vez más profesionalizados a través de buenos y asequibles servicios públicos en lugar de a través de la dedicación casi exclusiva y desinteresada de las mujeres de la familia".
Por el contrario, Isabel, como la mayoría de las españolas, no eligió. Si salía el domingo a comer con su marido, tenía que estar de vuelta por la tarde. Si planeaban pasar el fin de semana al pueblo, ella se quedaba. "Siempre he estado yo. No hacía falta que llamaran. Se daba por hecho", lamenta, y enseña la habitación-casa en la que reconvirtieron el garaje para que viviera su madre con ellos. Al nivel del suelo, para que entrase y saliese con su silla de ruedas. "La hicimos en 2004. Con su baño, sus cosas, que si no se enfadaba", dice divertida. Y desliza: "Ya hemos cambiado la decoración".
Un trabajo por reconocer
Según la socióloga María Ángeles Durán, Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política 2018 y una de las principales estudiosas del cuidado en España, el tiempo dedicado por los hogares a la atención no remunerada es un 30% mayor a todo el trabajo remunerado, reglado o no. La experta estima que este cúmulo de horas equivaldría a 28 millones de empleos directos.
"Hay que dotar de mucho más valor a trabajos hasta ahora feminizados. Se tienen que retribuir de forma más justa con respecto a los sectores masculinizados", incide Rocío Rodríguez, que reivindica la equiparación de los permisos de paternidad y maternidad para limar las diferencias en el mercado laboral y reducir "los prejuicios a la hora de contratar mujeres por el temor a los efectos de la maternidad".
Tampoco la conciliación es un asunto exclusivo de las mujeres, aduce. "Es un problema de la sociedad. Se tienen que implicar las familias, y concretamente los hombres desde la corresponsabilidad. Las instituciones, estableciendo los permisos necesarios, protegiendo el derecho a disfrutarlos y creando servicios públicos que faciliten los cuidados. Y las empresas, reconociendo esos derechos y no obstaculizándolos, como ocurre en ocasiones, y favoreciendo un clima de atención a la vida personal de la plantilla".
Isabel no olvida que su madre le agradeció no haberla dejado nunca sola. Tardó un tiempo volver a la normalidad. "Cada vez que daban las seis, miraba inconscientemente el reloj. Y la oía. Ahora vivo más plenamente", reflexiona. Mercedes tiene muchos días buenos y otros complicados. Se siente útil y le gusta ver cómo "se les ilumina la cara" a las personas que atiende. Ambas comparten la brecha de género de los cuidados. Una que de no tomar medidas, estima la OIT, tardará más de 200 años en cerrarse.
Más conciliación, más natalidad
Según el INE, los nacimientos han caído un 30% en la última década en España. Cada mujer tiene una media de 1,25 hijos. La conciliación, apunta Rocío Rodríguez, es una vía para elevar la tasa de natalidad, en mínimos históricos. "El hecho de que las mujeres están renunciando a sus aspiraciones de maternidad por las dificultades de conciliarlas con sus expectativas profesionales ha llevado a la natalidad a un nivel crítico", explica. "Vamos hacia sociedades envejecidas y con menos miembros en la familia que puedan asumir los cuidados de forma compartida. Esto debe enfocarse no como un problema interno en cada familia, sino como una cuestión relevante en las políticas públicas de bienestar social y de atención a la población dependiente".