Arco 2022: arte político, pero menos polémico
De los retratos de Franco y Pedro Sánchez a la ausencia de los NFT y la vagina cosida de Wynnie Mynerva, la feria de arte contemporáneo de Madrid hace gala de optimismo en una edición que aspira a marcar un regreso a la normalidad tras la sacudida de la pandemia
Españoles, Franco ha vuelto. Por lo menos, a Arco. Reza la leyenda que el dictador resucita en la gran feria madrileña de arte contemporáneo en los años pares. El pronóstico se reveló infalible este miércoles en la jornada inaugural para profesionales, aunque la resurrección fuera más discreta que otras veces, lejos del escándalo que supuso descubrir al dictador criogenizado en una nevera de Coca-Cola (por Eugenio Merino, en la edición de 2012) o en el inesperado retrato de un artista finlandé...
Españoles, Franco ha vuelto. Por lo menos, a Arco. Reza la leyenda que el dictador resucita en la gran feria madrileña de arte contemporáneo en los años pares. El pronóstico se reveló infalible este miércoles en la jornada inaugural para profesionales, aunque la resurrección fuera más discreta que otras veces, lejos del escándalo que supuso descubrir al dictador criogenizado en una nevera de Coca-Cola (por Eugenio Merino, en la edición de 2012) o en el inesperado retrato de un artista finlandés unido a un cáustico lema: Franco no fue tan malo como dicen (por Riiko Sakkinen, en 2020). En esta ocasión, el galerista José de la Mano expone distintas muestras de la crónica visual del tardofranquismo que firmó el artista vasco Ramón Bilbao a mediados de los setenta, que no se habían expuesto en público desde 1977.
Entre sus cuadros, figuran un retrato de Franco en lo que parece el punto de mira de un arma de fuego y una serie de semblanzas de los últimos fusilados por el régimen, una decena de terroristas del FRAP y de ETA. “Es uno de los periodos más complicados en la historia de España y es lógico que aparezca en la feria, aunque a veces lo haga solo en forma de golpe de efecto. Nosotros hemos buscado una solidez y un poso distintos”, decía De La Mano. La sombra del dictador aparecía también en el espacio de la galería Filomena Soares, donde Pilar Albarracín se autorretrata en llamas con la biografía de Franco que firmó Ricardo de la Cierva en las manos. Su título no deja lugar a dudas ideológicas: No apagues mi fuego, déjame arder. Mientras se hablaba de la dictadura en sede parlamentaria, la galerista Rocío Santa Cruz presentaba las fotografías de la Guerra Civil de Antoni Campañà, encontradas hace cuatro años en una caja abandonada en su garaje. Y también vendía, de manera algo más discreta, otra serie del fotógrafo sobre una caricatura de Franco (y otra de Hitler, y otra más de Mussolini).
Por su parte, Riiko Sakkinen volvió a la feria contraatacando en otro frente político, con un retrato de Pedro Sánchez titulado Mis líderes favoritos de extrema izquierda (2021), en el que el rostro gigante del presidente del Gobierno aparece junto a los nombres de Lenin, Stalin, Fidel Castro o Pol Pot. La obra se inspira en las conversaciones de sobremesa que Sakkinen, que vive en el pueblo toledano de Pepino desde hace 20 años, mantiene con su cuñado. “Él está convencido, como gran parte de la derecha, de que con Sánchez hemos vuelto al comunismo. En realidad, no he visto muchas diferencias con Aznar, Zapatero y Rajoy. Son como los Lacasitos: diferentes colores para ocultar un mismo marrón”, afirmaba Sakkinen. El artista finlandés también firma un retrato de Juan Carlos I, Todos somos reyes en exilio (2020), y un assemblage de bufandas patrióticas con mensajes tan excesivos (“Esto es España y al que no le guste que se vaya”) que hay quien sospecha que son de mentira. “Todo es verdad, soy un artista realista”, sonríe su autor.
En esta edición, el arte político hará menos estragos que otras veces, pero está presente en las lonas pop de mujeres víctimas de violencia que firma María Acha-Kutscher (ADN), en las pancartas hidrofeministas de Cecilia Bengolea (Àngels Barcelona), en la reflexión sobre la industria alimentaria de Tania Blanco (Formato Cómodo), en los burkas de la nueva serie de Cristina de Middel (Juana de Aizpuru) o en las obras del cubano Hamlet Lavastida (Crone), encarcelado en su país y después desterrado a Polonia. Aunque ninguno de ellos logra hacer el mismo ruido que la peruana Wynnie Mynerva, que exhibe en la sección Opening, dedicada a las galerías pujantes, el vídeo de su operación para suturar su vagina. “En el fondo, tampoco es que sea tan nuevo”, ironizaba Thaddaeus Ropac junto a las obras de Martha Jungwirth, artista de 82 años redescubierta con sus reinterpretaciones de las majas de Goya, semiabstractas pero con las partes muy a la vista. Aunque no provocara el mismo escándalo, la figuración fantasmagórica de Miriam Cahn tampoco impedía distinguir miembros erectos en sus cuadros expuestos por Jocelyn Wolff y Meyer Diegger, nombres internacionales que siguen fieles a la cita madrileña, igual que Perrotin, Lelong, Chantal Crousel, Krinzinger o Giorgio Persano. En cambio, falló Hauser & Wirth por segundo año consecutivo.
Camino a la normalidad
Seguirá sin ser un año cualquiera, pero Arco ha hecho gala de un notable optimismo en su jornada inaugural, que anunciaba una edición algo más normalizada tras la cita veraniega y en formato reducido de 2021, tan valiente como desangelada: solo un centenar de galerías y 20.000 visitantes, una quinta parte de los que solían pasar por el recinto ferial de Ifema, en la periferia de Madrid, antes de la pandemia. Solo siete meses después de esa última convocatoria, reina en los pasillos una electricidad propia de tiempos mejores, pese a la obligación de tener un certificado de vacunación y de protegerse con una máscara FFP2, que frenaban todo intento de regreso sobreactuado a la normalidad. Aun así, 185 galerías de 30 países participan este año en la feria y se espera la asistencia de 350 coleccionistas de primer nivel, un centenar más que en 2021. “La edición de 2021 nunca se debió celebrar en julio, fueron muy malas fechas. Esta vez observo una vuelta completa a la normalidad e incluso a cierta euforia”, señalaba la galerista Juana de Aizpuru, inoxidable a sus 89 años. El recuerdo aciago de Arco como efímero hospital durante el pico de infecciones, allá por la primavera de 2020, parece plenamente olvidado, pero los asistentes son conscientes de la fragilidad del sector: España perdió aquel año un 37% de su volumen de negocios. Entre 2011 y 2019, había crecido un 46%, más que Reino Unido y Francia.
Con todo, la feria llega a su 41º edición convertida en referencia ineludible. La celebración de sus primeras cuatro décadas de existencia, que debió tener lugar en 2021, fue aplazada hasta este año. En una nueva sección comisariada, titulada 40+1, la feria ha convocado a 19 galerías que han marcado su historia para que expongan, en un laberinto octogonal de calibre museístico, obras de sus artistas más significativos. Demuestran que Arco no solo ha sido un mercado o una fiesta en la que dejarse ver, sino un contenedor del mejor arte contemporáneo en los últimos 40 años, de los iglús de Mario Merz a una obra en tela de Etel Adnan, recientemente fallecida y presente en la feria por partida doble. Se creyó que esta sería la feria del arte digital y los NFT. En realidad, brillaron por su ausencia, salvo un experimento en clave meta de Daniel G. Andújar en el espacio de Àngels Barcelona.
Los NFT prácticamente brillan por su ausencia, mientras triunfan las obras en papel y, en especial, el arte textil
En cambio, triunfaron las obras sobre papel y, en especial, el arte textil, pujante en el mercado y las instituciones del arte desde hace algunos años. En esta edición de Arco resulta omnipresente, del tapiz de Mercedes Azpilicueta sobre Catalina de Erauso, una monja trans al servicio de la conquista española que haría palidecer a la Benedetta de Paul Verhoeven (Nogueras Blanchard) a los lienzos trenzados y las sábanas teñidas de pigmentos naturales de Belén Rodríguez (Alarcón Criado y Juan Silió), el discurso crítico sobre el colonialismo en soporte denim de Armando Andrede Tudela (Dvir y CarrerasMugica), las sombrías esculturas colgantes de Kapwani Kiwanga (Jérôme Poggi) o los monocromos en tela de Ángela de la Cruz (Helga de Alvear). Sin olvidar la obra de pioneras como Aurèlia Muñoz, Marta Palau o Magda Bolumar, cuyas xarpelleres, cuadros realizados con tela de saco, reivindica ahora Marc Domènech. “Se está volviendo a lo primitivo y a lo rústico para expresar algo nuevo. Al final, un óleo sobre tela también es una obra textil”, recordaba el galerista barcelonés.
A su lado, Silvia Ortiz, de la madrileña Travesía Cuatro, confirmaba “una recuperación de los saberes manuales” que ha hecho que “lo textil ya no sea percibido como un género menor”. Presidía su expositor una escultura de Teresa Solar, que anticipa el proyecto que presentará en la Bienal de Venecia, a pocos metros de las últimas obras de June Crespo (en CarrerasMugica y Heinrich Ehrhardt), que también ha sido seleccionada para la gran cita del arte contemporáneo. Quienes preferían estrellas más confirmadas se dirigían al estand de Senda, donde se expone una escultura inédita de Jaume Plensa valorada en 500.000 euros, o hacia el de Elvira González, donde Olafur Eliasson muestra sus socorridas obras colgantes y una instalación de vídeo que juega con sus clásicas ilusiones ópticas, pero también inesperadas y emotivas acuarelas realizadas hace pocas semanas durante su paso por Madrid. Ante el ruido y la furia, ganó la delicadeza por goleada.
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